5 de noviembre de 2014

La plenitud inalcanzable que siempre es


Plenitud.

Eso queremos. Quizá con otros nombres. Pero la esencia de la búsqueda es la misma:

Sentirnos realizados, felices y en paz.

Sentir que quienes somos, importa.

Sentir que nuestra vida tiene sentido.

Sentir que somos merecedores y capaces de disfrutar la vida que tenemos en su máxima expresión.

Sentirnos llenos de vida.

En esa búsqueda, se nos ha escapado algo fundamental a la estructura de la existencia:

La plenitud, como un estado a alcanzar, no existe.


La plenitud, simplemente… es.

No está para ser lograda. De hecho, cualquier intento de alcanzarla es elusivo. Y en el momento en que te detienes para evaluar si llegaste, la idea de la

brecha entre tú y tu plenitud se vuelve a agrandar.

Desde la idea de la búsqueda, continuamente re-creamos la ilusión de la incompletitud.

Creemos que al ahora –al único momento de presencia en tu existencia– algo le falta. Aquello que cuando lo tengamos, nos dará la plenitud.

Y lo que falta, en algún lugar que no es éste se encuentra.

No sólo está en algún sitio por descubrir. También se nos van los momentos creyendo que está en un después.

No está aquí y ahora. Está, eso creemos, en un allá y después.

Ahora, imagina por un momento…

¿Qué tal si esa mirada, esa manera de relacionarnos con nuestra vida, no es fiel reflejo de la naturaleza de nuestra existencia?


¿Qué tal si en vez de vivir buscando lo que creemos que nos hace falta, vives disfrutando y expresando lo que siempre ha estado en ti?

¿Cómo podría transformarse la experiencia de tu vida, si das ese giro de consciencia?

¿Cómo sería vivir sin la angustia y el agotamiento de la eterna búsqueda?

Y es que la plenitud es.

Y la hermosa oportunidad que tenemos en cada ahora es doble:

Apreciarla.

Y expresarla.

¿Pero cómo así? ¿Cómo que lo que hemos buscando por tanto tiempo… no hace falta buscarlo?

Imagina una pantalla de cine. Blanca. Amplia. Estable.

En ella, la película de tu vida se proyecta. Cada escena. Cada momento. Cada cuadro que marca un instante en tu existencia.

Ahora, por un nano segundo, congela el contenido de la pantalla. La escena se para. Queda en un cuadro de la película.

El cuadro de tu ahora.

No importa cuáles sean los detalles del cuadro, la escenografía y utilería en escena, los personajes presentes o ausentes, ni tu apariencia en pantalla…

El cuadro es completo. Y la pantalla también.

Avanza (o retrocede si quieres) la película a otro cuadro.

¿Qué encuentras?

Otro cuadro completo, proyectándose en la pantalla que siempre es.

La imagen del cuadro puede lucir diferente. Puede haber más o menos luz. Más o menos objetos. Más o menos personas. La expresión de tu rostro en escena puede ser plácida o tensa.


Y el cuadro es igualmente tan cuadro como el anterior. Y la pantalla también.

Las variaciones en las imágenes y escenas en la película siempre ocurren dentro de las mismas dimensiones del cuadro y la pantalla.

El tamaño del cuadro nunca es menos. Nunca más. El área de la pantalla siempre igual.

Por siempre, en todo momento, cada cuadro es un cuadro al cien por ciento. Lo mismo la pantalla. Siempre blanca… amplia… estable.

Nunca jamás, hay un cuadro que es menos que otro cuadro. Nunca jamás, la pantalla es menos –ni más– de lo que siempre es.

Sí, de pronto encuentras un cuadro en el que sólo un 10% de su área parece contener algo. Y podemos confundirnos creyendo que hay un 90% por completar.

Pero detrás de la ilusión, lo que encuentras es lo que siempre es: la totalidad de la existencia, mostrándose.

¡Siempre es el 100%! Siempre es el cuadro en su plenitud, mostrándose en el 100% de la pantalla.

Un cuadro nunca puede llegar a ser más cuadro. Y la pantalla nunca será más de lo que ya es.

Así lo han sido desde que existen. Y así permanecerán mientras sean.

Y es en esa eterna e inmutable completitud, que el juego visual de cambios, apariencias, desapariciones y transformaciones se presentan en la película.

Pero la película, así como los cuadros que la definen, como la pantalla en la que se experimenta, siempre es completa.

Los cuadros, la pantalla y la película, siempre son plenamente plenos.

¿Lo ves?

Tú vida es la película. La pantalla, la presencia y consciencia que eres como Ser espiritual. Cada cuadro, la manera particular de enfocar la luz de tu existencia en cada ahora.


Y ni a tu vida, ni al Ser que eres, ni a cada ahora, algo le falta.

Ni ahora. Ni luego. Ni antes.

Cuando te das cuenta de esto, cuando esta mirada se asienta no en tu intelecto sino en tu consciencia, tu relación con la vida se transforma.

Radicalmente.

Ya no buscas, porque no puedes encontrar lo que nunca has perdido.

Ahora aprecias. Reconoces y celebras la completitud de tu Ser y de cada ahora.

Y desde ese espacio de consciencia, te encuentras jugando a experimentar más de la plenitud que eres y siempre ha estado en ti.

Ahora descubres que tus deseos no son por encontrar, sino por expresar.


La vida ya no es una carrera para alcanzar. Ahora es un maravilloso viaje a más de quien realmente eres.

Y en la liberación de re-conocer la completitud de tu Ser, surge el regalo de vivir la plenitud que eres.

No te hace falta nada más.

Sólo Ser. Aquí. Ahora.

¿Quieres volarle los tapones a tu mente?

Juega con imaginarte una pantalla infinita, sin bordes; incontables películas proyectándose simultáneamente, cada una de ellas sin fin; miles de millones de cuadros por segundo.

En esa prácticamente inimaginable infinita plenitud, quizá nos acerquemos un poco más a la experiencia directa de la magnificencia de nuestra existencia.



http://elpoderdeser.com/plenitud

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