De mediados del siglo XX a nuestros días se ha experimentado un constante declive en el contenido de nutrientes de frutas y verduras. Los vegetales que consumimos hoy son considerablemente inferiores en proteínas, calcio, vitaminas, hierro y otros nutrientes esenciales, que los que se consumían 50 años atrás. Esto se explicaría porque al seleccionar ciertas características intensivamente, es posible que otras -relacionadas con el valor nutricional- tiendan a desaparecer. Los agricultores y desarrolladores de semillas se han dedicado a seleccionar nuevas variedades de plantas con características como el sabor, la uniformidad (de tamaño y maduración), la productividad, la resistencia a plagas y el crecimiento rápido. Esta última característica resulta de principal interés, ya que las plantas que crecen más rápido tendrían menos tiempo para establecer micorrizas, lo que produciría una reducción en la absorción de ciertos nutrientes.
Otra explicación apuntaría a una pérdida de la fertilidad de los suelos agrícolas, producto de su sobreexplotación y al subsecuente agotamiento de algunos minerales. La agricultura ha sistematizado sus medios de producción mediante la expansión de monocultivos dependientes de nitrógeno sintético y plaguicidas, así como técnicas de arado convencional que erosionan y degradan los suelos. Esto ha tenido un impacto en la disponibilidad de nutrientes y posiblemente en la calidad nutricional de los alimentos. La utilización de agrotóxicos ha reducido la biodiversidad del suelo, incluyendo hongos, bacterias e invertebrados. De ahí la necesidad de establecer modelos productivos que reintegren los nutrientes al suelo y en donde se reduzca la utilización de sustancias tóxicas para mantener ecosistemas saludables.
Pocas cosas son más importantes que la salud del suelo, ya que de ella depende el suministro de alimentos. Por lo tanto, la producción de suelo fértil para satisfacer las necesidades alimentarias -y no las utilidades corporativas- debe constituirse en el principal objetivo de la agricultura del siglo XXI. Para ello es fundamental conocer la estructura física, química y biológica del suelo, un sistema sumamente heterogéneo y complejo. La importancia de las relaciones ecológicas ha sido marginada por la agricultura convencional basada en agroquímicos. Sin embargo, en agrosistemas sostenibles de bajo consumo de insumos externos, se reconoce la importancia de los microorganismos para mantener la fertilidad del suelo y como forma de biocontrol de patógenos. Al estudiar la ecología del inframundo, las múltiples relaciones entre los seres vivos que se llevan a cabo bajo tierra, somos testigos del entretejido biológico que nos sostiene -desde la escala molecular hasta la social- y cualquier tendencia al individualismo empieza a perder sentido.
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