LA CIENCIA MÉDICA CONFIRMA QUE EL DORMIR BIEN ESTÁ RELACIONADO CON PRÁCTICAMENTE TODOS LOS ASPECTOS DE LA SALUD.
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Por diversas circunstancias los estándares de nuestro estilo de vida nos han llevado a vivir de una manera que, en muchos sentidos, resulta insana. La desbordada concentración urbana, generalmente acompañada de una mala calidad del aire que respiramos; la rapidez con la que se desenvuelven nuestras rutinas (laborales, sociales, informativas) favorece la presencia de estrés, y dificulta el tiempo de calidad –por ejemplo, comer con calma–; muchas de las prácticas más representativas de nuestro contexto sociocultural propician la ansiedad o incluso la depresión –desde el shopping hasta la vida nocturna–, y la desconexión con los ritmos y entornos naturales, son solo algunas de las enfermizas particularidades que caracterizan buena parte de la actualidad humana.
De la mano con lo anterior, parece que nuestro derecho a dormir está permanentemente en jaque frente a las innumerables exigencias que acosan la vida cotidiana. El “no hacer algo” es cada vez peor visto, y mientras la productividad, la creatividad, y la información viven sus eras doradas, aparentemente no hay, o no debiese de haber, tiempo para dormir. El problema es que, aunado a otros muchos malos hábitos socioculturales, dormir menos de lo que nuestro cuerpo requiere amenaza, de forma persistente, la salud física y mental.
Históricamente se ha ha promovido el buen dormir como algo fundamental