Un joven pero competente rey tenía un carácter altanero. Conociéndose a sí mismo, escogió un primer ministro igual de joven pero que era conocido por su naturaleza estable y una fe profunda en Dios. El reino prosperó.
Un día, el rey cortó una manzana con un cuchillo filoso. Accidentalmente, se cortó el sector superior de su dedo índice. Aulló de dolor y sangró mucho. Los sirvientes corrieron a buscar a un médico.
Mientras atendía la herida del rey, el primer ministro comentó: “Por favor, soporta el dolor. Ya estará bien. Lo que hace Dios, es sólo para nuestro bien”.
El rey se enojó. Le gritó y maldijo al primer ministro, y lleno de rabia, ordenó que lo metieran a la cárcel.
El tiempo siguió, y la herida del rey mejoró. Un día, con algunos compañeros, se fue de caza, y mientras cazaban a un venado en el bosque se separó del grupo principal.
En un claro del bosque unos indígenas le saltaron encima y lo llevaron a su aldea. Allí, el sacrificio anual de un hombre en el altar de la deidad estaba siendo celebrado. Al ver al joven y bello rey, todos en la aldea estaban contentos. Vieron en él un buen presagio para el año venidero.
Llevaron al rey al altar de los sacrificios. Antes de que su cabeza fuera colocada en la guillotina emplazada allí, el sacerdote en jefe lo vino a inspeccionar. Al ver su dedo índice mutilado, rechazó al rey como una ofrenda de sacrificio, ya que un hombre a sacrificar que tenga una deformidad, por pequeña que sea, atraería calamidades a la tribu.
Lo dejaron ir.
Luego de varios días, el rey finalmente llegó a su ciudad capital. Todo el tiempo, estuvo pensando en las palabras “cualquier cosa que Dios hace es por nuestro bien”. Si no se hubiera cortado el dedo, de seguro hubiera sido sacrificado.
Envió llamar al primer ministro.
Pidiendo disculpas por su conducta reprochable, le narró el episodio entero. Al finalizar, le preguntó: pero dime: “¿Cuál fue el bien que te hizo Dios al permitir que permanezcas en el calabozo?”
El primer ministro respondió: “O rey, sabes que siempre te acompaño cuando sales de caza, y te sigo siempre donde vayas como si fuera tu sombra. Si yo hubiera estado contigo, hubiera sido capturado también. Cuando los aldeanos descubrieron tu mutilación, de seguro me hubieran sacrificado a mí. Así que el calabozo me salvó la vida”.
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