Los costes sociales o externos son aquellos costes de producción que no son asumidos en el precio de un producto. Por ejemplo, las zonas muertas existentes en el Golfo de México, resultado de las grandes cantidades de productos químicos emitidos en la producción agrícola no son incluidos en los costes de producción. El precio de los alimentos no tiene en cuenta los daños causados en el Golfo de México.
La producción de alimentos genera unos costes sociales. De hecho, cuanto más parece que se reduce el coste medio de producción de los alimentos, mayor es el coste que se impone a la sociedad.
Consideremos la cría intensiva de animales. La alta densidad de animales en muy poco espacio resulta en una concentración de gérmenes y en la necesidad de utilizar una gran cantidad de antibióticos. La supuesta
reducción en el coste de los alimentos contribuye a la aparición de bacterias resistentes a los antibióticos, lo que supone un coste adicional a la sociedad que supera la compensación en el ahorro de los precios de los alimentos.
Monsanto ha reducido el coste medio en la producción de los alimentos mediante el desarrollo de semillas modificadas genéticamente, pero ha dado lugar a plantas que son resistentes a plagas y herbicidas. El aumento de los rendimientos y disminución de los costes medios de producción, sin embargo, ha acarreado unos costes sociales o externos que más que compensar reducen las ventajas. Por ejemplo, los efectos tóxicos sobre los microorganismos del suelo, la disminución de la fertilidad del suelo y un deterioro del valor nutricional de los alimentos, e infertilidad en los seres humanos y animales.
Cuando el patólogo y mibrobiólogo Don Huber de la Universidad de Pardue mostró que se producían consecuencias no intencionadas con los cultivos transgénicos, otros científicos se mostraron reacios, ya que sus carreras dependen de becas de investigación que otorga la Industria Biotecnológica. En otras palabras, Monsanto controla esencialmente la investigación de sus propios productos.
En el libro de Jeffrey M. Smith La ruleta genética, dice: “Los alimentos modificados genéticamente son inherentemente inseguros, y las evaluaciones de seguridad no son fiables para protegernos e identificar la mayoría de los peligros que representan”. Poco a poco se van acumulando pruebas en contra de este tipo de alimentos, sin embargo los Gobiernos siguen sin aprobar normas para el etiquetado de estos productos, ya que están bajo su dominio.
Los pesticidas están dañando a las aves y las abejas. Hace ya algunos años nos enteramos que la ingestión de pesticidas por parte de algunas aves las está llevando al límite de la extinción. También se está produciendo una gran mortandad de abejas, perdiendo su miel y su importante papel en la polinización de las plantas. Esta pérdida tiene varias causas: pesticidas como el sulfoxaflor y el tiametoxam, producidos por Dow y Syngenta. Dow está presionando a la Agencia de Protección Ambiental para que permita la presencia de residuos de sulfoxaflor en los alimentos, y Syngenta recomienda rociar varias veces su pesticida sobre la alfalfa, lo que superaría las cantidades actualmente permitidas.
A medida que las Agencias de regulación caen bajo las redes de la Industria, las Empresas siguen contaminando los alimentos, a las personas y los animales. Aumentan los beneficios de Monsanto, Dow o Syngenta, y todo ello porque los costes asociados a la producción recaen sobre terceros o sobre la vida misma.
Muchos países han impuesto restricciones sobre los alimentos transgénicos. Las leyes rusas equiparan el cultivo de los transgénicos con actos terroristas y quieren imponer sanciones penales. El parlamento francés aprobó una prohibición de los cultivos transgénicos. Sin embargo, Washington presiona a los Gobiernos en nombre de sus mecenas, las grandes empresas Biotecnológicas y Químicas. Dick Cheney, cuando fue vicepresidente, usó su cargo para poner en las Agencias Ambientales a los ejecutivos de las Corporaciones, impidiendo ejercer acciones legales y dificultando la labor de protección del medio ambiente y permitiendo la contaminación de la cadena alimentaria. En lugar de proteger a las personas buscan la forma de conseguir puestos de relieve en las grandes empresas una vez que salen del Gobierno. El economista George Stigler viene denunciando esto desde hace varios años.
El público desea que se etiqueten los alimentos modificados genéticamente, pero Monsanto y la Asociación de Fabricantes de Comestibles lanzan campañas para evitarlo. El pasado 8 de mayo el gobernador de Vermont firmó una ley que obliga al etiquetado. La respuesta de Monsanto ha sido la de demandar al estado de Vermont.
La oposición por parte de la Agroindustria al etiquetado resulta sospechosa. Parece que pretenden ocultar información al público, y esto no es algo positivo en las buenas relaciones públicas. Actualmente, el hecho de que un alimento esté etiquetado como natural no quiere decir que no contenga transgénicos.
Las ventajas de la Ingeniería Genética también son desconocidas, y los costes podrían superar a los supuestos beneficios. Lo que los economistas llaman “producción a bajo coste” podría convertirse en costes muy elevados.
Los economistas de la corriente neoclásica no cejan en su sueño de superar los costes externos, porque piensan que siempre hay una solución. De este modo creen que se puede hacer frente a la contaminación poniendo un precio por contaminar, lo que obligaría a las empresas que más contaminan a desistir. Piensan que de este modo se acabaría con la contaminación. También creen que los recursos son ilimitados, porque consideran que el capital puede sustituir al patrimonio de la naturaleza. Crean un mundo donde reina la fantasía, en el que cada vez se produce más y más sin que eso agote los recursos naturales. [Véase por ejemplo:Sobre el pico del petróleo y el tecnodinamismo]
Al contrario, los economistas que tienen en cuenta los ciclos ecológicos piensan de un modo diferente. El patrimonio de la naturaleza, es decir, los recursos minerales y la pesca, se están agotando y el medio se ha llenado de contaminantes, tanto en el suelo, como el aire y el agua. Cada acto de producción genera desechos y por tanto contaminación. Como no se miden los costes externos y el agotamiento de los recursos naturales, no hay forma de saber si el aumento de la producción es económica o antieconómica. Todo lo que podemos decir es que estos costes no repercuten en el precio de un producto.
Esto significa que en un mundo cada vez más poblado, la economía neoclásica resulta más irrelevante y menor es su capacidad de contribuir a la compresión de los problemas. Nos dicen si el PIB sube o baja, pero no sabemos el coste real de producción (1).
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1.- Para más información sobre estas cuestiones, puede leer mi libro The Failure of Laissez Faire Capitalism and Economic Dissolution of the West, y el sitio web: http://steadystate.org. [↩]
Paul Craig Roberts es un economista estadounidense, columnista y ex-Subsecretario de la Tesorería y exredactor de publicaciones en medios corporativos. Es autor deFracaso del Capitalismo del Laissez Faire.
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Procedencia del artículo: http://dissidentvoice.org/2014/05/the-social-cost-of-gmos/#more-54290
http://noticiasdeabajo.wordpress.com/2014/05/24/el-coste-social-de-los-transgenicos/
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