19 de mayo de 2014

EL PODER DEL AHORA



En un artículo dedicado al documental El secreto mostré mi decepción sobre la manera en que se trataba la idea del cambio de conciencia. Como apunté, creo que el principal error (si es que acaso es un error y no una maniobra de marketing para hacer más apetecible el producto, aunque se desvirtúe todo el mensaje) es la identificación entre mente y conciencia, o al menos, la no correcta explicación de estos conceptos, fundamentales para entender el “verdadero poder del secreto”, posiblemente las palabras más repetidas a lo largo de todo el documental.

Esta idea ya ha sido expuesta al hablar de lo que podríamos denominar “filosofía cuántica” en las figuras de Gregg Braden y Amit Goswami. En esta ocasión, abordaré el asunto desde la perspectiva más tradicional de Eckhart Tolle y su libro El poder del ahora. Pero antes sería conveniente reflexionar sobre algunos puntos encontrados en el libro Los dioses del Edén de William Bramley. Según este autor,

"Las mentes racionales tienden a buscar causas racionales para explicar los problemas humanos. Sin embargo, cuando profundicé más, me vi obligado a enfrentar la posibilidad de que algunos de los problemas humanos podrían estar arraigados en las más absolutas y extrañas realidades imaginables. Debido a que tales realidades son raramente conocidas y ni siquiera comprendidas, no son consideradas. Como un resultado de esto, los problemas de cuyas realidades se generan, son raramente resueltos y así el mundo parece dar traspiés desde una calamidad a la próxima."

Han pasado milenios y hemos evolucionado en técnica, ciencia, filosofía, etc., pero seguimos siendo seres que sufren. Hasta el punto de que consideramos que el sufrimiento es el estado natural del ser humano, que la vida es un valle de lágrimas, que

estamos condenados al esfuerzo y al sacrificio. Frases y citas como estas las hay a patadas. Esto viene a colación porque señala cómo hemos querido encontrar la solución al gran problema de la humanidad usando la herramienta que ha generado tales problemas, la razón, y parece que así se hace difícil encontrar una salida creativa, novedosa.

Y es que el gran error de nuestra civilización parte de Descartes: “Pienso, luego existo”. Esa identificación de la mente, del pensamiento, con el Ser, es la gran equivocación de nuestro mundo. Nos identificamos con lo físico y psicológico, pero no con la esencia. Esto también es válido para las religiones, que han impuesto una dualidad entre nosotros y lo divino por la que éste último es un aspecto externo y desvinculado de lo físico.

Así, entendemos por nuestra realidad todo aquello ligado a lo temporal y espacial, lo perecedero y transmutable, pero no aquella parte más profunda de lo eterno, lo no manifestado. Conocemos el mundo, que es producto de nuestros pensamientos, pero no la existencia. Y terminamos por caer en el error de identificar la vida con la “situación vital”, el Ser con la mente, lo que somos con nuestras circunstancias.

Y este aspecto es precisamente el que prefieren obviar los autores de El secreto. La búsqueda de la felicidad se reduce a los placeres físicos y psicológicos, todos ellos fugaces y de breve efecto: ganar mucho dinero, encontrar una persona encantadora, aparcar en menos de un minuto… Seguimos ligados a lo material y la búsqueda de la felicidad, de aquello que pueda dar sentido a nuestra vida, se centra siempre en lo exterior. Se apela a nuestro cerebro reptiliano, aquel que nos dice que para sobrevivir debemos buscar la aceptación de la manada. En nuestro caso, llevar una vida de acuerdo a lo que la sociedad materialista nos dice que es el “éxito” en la vida.

Cuando desaparece el placer, volvemos a un estado de vacío que esperamos llenar en un futuro. Es demasiado común que pasemos la vida “esperando a vivir”, enfrascados en nuestros pensamientos. Si ahora desaparecieran todos mis problemas, en realidad no habría solucionado nada. Sería cuestión de tiempo que aparecieran otros nuevos, porque seguiría identificándome con mi mente, mis pensamientos, los cuales no hacen sino imaginar nuevos miedos e inseguridades.

Sólo podemos manejar el ahora, y el estrés de no poder solucionar algo situado en otro tiempo es lo que nos hace sufrir. Los conflictos que aborda nuestra mente siempre están en el futuro o en el pasado, no son reales, sólo son posibilidades que damos por hechas (futuro) o acontecimientos con los que erróneamente nos identificamos (pasado) para definir nuestra personalidad. El pensamiento vive en el tiempo psicológico y en la creación continua de problemas ajenos a nuestra presencia en el ahora.

Volvemos a las proyecciones mentales y nos olvidamos del presente, del ahora. Cuando estamos atentos al presente, creamos un estado de alerta sobre dónde estamos realmente, no dónde están nuestros pensamientos. La manera de ser conscientes de este estado es preguntarse qué problema nos bloquea “ahora”, no dentro de diez minutos, una hora o tres días. Nos daremos cuenta entonces de que en el ahora no existe tal problema, se trata únicamente de situaciones proyectadas por la mente y que nos sumergen en un continuo preocuparse por el futuro o por el pasado.

Si somos conscientes de nuestra presencia aquí y ahora, nos damos cuenta de que vivimos bajo el miedo del futuro o la culpa del pasado. “Preocuparse” es imaginar futuras situaciones negativas o problemas. “Juzgar” es interpretar de acuerdo con el pasado, que es el resultado de nuestra historia personal y el escenario colectivo o cultural que heredamos. El exceso de futuro se traduce en toda forma de miedo, como incomodidad, ansiedad, estrés o preocupación. El exceso de pasado se convierte en falta de perdón, culpa, lamento, resentimiento, tristeza o amargura.

Cuando hacemos el ejercicio de observar nuestros pensamientos, surge un testigo, una nueva dimensión de conciencia externa a la mente. Lo que importa de verdad está en algún lugar más allá de la mente: belleza, paz interior, amor, creatividad. Reconocemos entonces que más allá de nuestras circunstancias, de nuestra situación vital, hay algo más que sólo se deja ver en el presente.

La clave, el punto de partida, es entender que la mente es un instrumento del que nos valemos para afrontar y resolver situaciones según unos elementos aprendidos o heredados. Pero no es el Ser. Es una herramienta a disposición del Ser. Podemos verla como una pantalla de conceptos, etiquetas, juicios y definiciones que perfilan el modo en que percibimos la realidad.

Del contenido de los pensamientos deriva el sentido de uno mismo, la imagen mental con la que cada uno se asocia. Debemos aprender a desvincularnos de esta identificación. Cuando nos identificamos con la mente, nos está manipulando. Entonces, nos convertimos nosotros mismos en su herramienta. Perdemos nuestra auténtica esencia para responder a sus deseos de manera autómata. Es como si estuviéramos poseídos. En realidad, lo estamos: por condicionamientos sociales, familiares, culturales, etc.

A modo de ejemplo, la cada vez más extendida práctica de actividades de riesgo, del deporte como evasión, nos proporcionan un estado de bienestar temporal debido a que, precisamente, nos conectan con el presente. El peligro y la adrenalina suspenden la actividad mental. No hay cabida para el pasado o el futuro, sólo la atención máxima en el ahora, en el momento en que nos encontramos y que requiere de toda nuestra concentración para solventar el peligro. Por eso son experiencias adictivas, porque nos permiten experimentar un verdadero estado de conciencia.

Sin embargo, son soluciones pasajeras porque no entendemos cuál es el verdadero poder de estas prácticas. No se trata de la acción en sí, sino de la supresión de la actividad mental y el estado de presencia que generan. Estamos cerca, sí, pero aún no hemos llegado. En este sentido, se trata del mismo efecto que causa cualquier adicción, bien sean drogas o actividades evasivas, incluida la hipnosis televisiva: anular los dictados de la mente en una búsqueda “inconsciente” de la conciencia, de nuestro ser. Sólo si nos damos cuenta de qué estamos buscando realmente, podremos dar un paso más allá que nos resulte efectivo.

El único problema del ser humano es el tiempo. No podemos ser libres en el futuro. No podemos cambiar el pasado. Sólo podemos actuar en el aquí y ahora. Mientras sigamos funcionando con la energía mental, seremos incapaces de acceder a la energía espiritual. Mientras concibamos el ahora como un medio para alcanzar un fin, y no como un objetivo en sí mismo, seguiremos asociados al sufrimiento, a la negatividad entendida como enfrentamiento, como no aceptación de lo que es.

Se trata de ser conscientes de que estamos por encima de nuestra situación vital. No podemos enfrentarnos a lo que es, sólo asimilarlo y actuar según nuestra conciencia. La mente busca la lucha, nos mete el miedo en el cuerpo, nos hace actuar según los instintos de supervivencia, según lo que debería ser desde su punto de vista. La conciencia acepta la situación, sabe que lo que ocurre no es bueno ni malo, simplemente es.

Desde su perspectiva, cabe actuar aceptando los hechos, cambiándolos si se puede o, sencillamente, apartándonos de ellos. Pero siempre desde un estado de paz interior. Esto no quiere decir permanecer fríos y ajenos a lo que sucede. Todo lo contrario, es aceptar y sentir sin negación, sin enfrentamiento inútil a lo que es. Se puede sentir la infelicidad o el dolor pero no dejarse llevar por las emociones que crean, sino asumirlos plenamente y experimentarlos con atención para transmutarlos en una salida creativa. Saber que no forman parte del verdadero ser y que, por tanto, podemos observarlos desde fuera, desde una perspectiva de plena conciencia, que es donde surgen las verdaderas soluciones.

A quiénes no hayan leído el libro de Eckhart Tolle, me voy a permitir la licencia de recomendárselo, si es que algo de lo aquí expuesto les resuena en algún rincón ahí dentro. No es una solución mágica para que todo vaya bien ahí fuera (para eso ya tienen El secreto…), es una solución para que todo vaya bien aquí dentro.

No somos seres físicos experimentando la espiritualidad. Al contrario, somos seres espirituales ensayando la materia. Nada de lo exterior puede alterar la esencia. Sólo si identificamos esa esencia con nuestra mente, perderemos el punto de apoyo y nuestra vida seguirá siendo un continuo calvario.

Y esto no es nada nuevo. Muchos ya lo sabían: “Como es arriba, es abajo. Como es dentro, es fuera”.


http://www.erraticario.com/mente/el-poder-del-ahora/

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