24 de mayo de 2014

¿POR QUÉ NOS BURLAMOS DEL MISTERIO?



Es una de las cuestiones que más me ha intrigado en los últimos tiempos, cuando leo y observo el trabajo de tantos investigadores que parecen revolucionarlo todo y que, de repente, quedan etiquetados por los demás con la marca “extravagante” o “tipo raro”. Uno, que en esto del saber sigue manteniendo cierta actitud “infantil” de entusiasmo y emoción ante las nuevas propuestas, no puede dejar de plantearse por qué esa necesidad de burlarse de quienes se salen de lo establecido. Así que he “perdido” cierto tiempo de mi vida tratando de elaborar alguna justificación sensata que me permita cultivar el sano ejercicio de la compasión. Vayamos a ello.

El miedo es una emoción defensiva que nos inmoviliza, y resulta necesaria para garantizar la supervivencia. La amígdala, esa glándula que actúa como biblioteca de experiencias inconscientes, recuerda aún que, desde nuestro pasado más remoto, la inmovilidad es la mejor defensa ante todo depredador. Así que, frente a las amenazas que nos rodean en todo tipo de situaciones, aquella activará el mecanismo heredado de paralizar toda actividad posible mientras no pase el peligro.

Recurriendo al refranero, sentencias del tipo ”más vale malo conocido que bueno por conocer”, o “la curiosidad mató al gato”, observamos algo evidente desde el principio de los tiempos, y es que no hay mayor amenaza
que lo desconocido. No saber a qué nos enfrentamos impide que podamos medir nuestras posibilidades de éxito y, por tanto, siempre que podemos evitamos encarar aquello con que no estamos familiarizados. Mientras la quietud sea posible, optaremos por ella.

Sin embargo, esto no siempre resulta viable, pues entra en conflicto con nuestra necesidad de evolucionar y descubrir soluciones creativas a los conflictos que se nos plantean y que nos obligan a abandonar nuestra cómoda y segura pasividad. Cuando el ser humano fue capaz de convertirse en especie sedentaria, gracias al control de la agricultura y la ganadería, debió sentir enorme satisfacción al hacerse con un espacio familiar y cerrado que le evitaba, así, recurrir a la contínua búsqueda de alimentos por incógnitos territorios plagados de peligros. Sin embargo, había un momento en que el movimiento era obligado a causa de la merma de recursos y el aumento de la comunidad. Existe en nuestra especie, por ello, dos caracteres muy definidos: los sedentarios, encargados de proteger y atender el buen desarrollo comunal, y los exploradores, avanzadillas que se adentran donde los primeros no osan en busca de nuevas oportunidades para el grupo. Y ambos tipos eran, por tanto, necesarios para la supervivencia.

Imaginemos ahora el choque de intereses que debía tener lugar cuando comenzaban a escasear los recursos o cambiaban las condiciones ambientales. Frente a las afirmaciones de los caracteres nómadas y exploradores sobre la necesidad de marchar, los más sedentarios considerarían que era mayor el riesgo de partir y que aquello que tenían a mano era suficiente para satisfacer sus necesidades. El conflicto siempre fue inevitable. Del mismo modo, unos se adaptarían mejor que otros a las nuevas condiciones. Pura evolución.

Esta herencia genética tiene su equivalente en el mundo de las ideas. Es lo que Hegel denominó “zeitgeist” o espíritu del tiempo, y que se refiere a la visión del mundo que prevalece en un particular período de la Historia, a pesar de las diferencias de edad y del entorno socio-económico de sus individuos.



El zeitgeist, tal y como se define, parte de que sólo sus preceptos son los correctos y paralizará cualquier acción que conlleve el cambio de paradigma. Se trata de un fenómeno de sedentarismo cosmogónico, basado en una religión, en unos preceptos filosóficos o en criterios científicos, que aporta, con sus respuestas a todo, los sentimientos de seguridad y comodidad necesarios para que el individuo se sienta a salvo.

Cuenta para ello con un arma muy poderosa, la socialización, que marca nuestro modo de percibir la realidad de las cosas. Se trata de un proceso de respuestas que comienza con los padres, familiares, profesores y amigos, y que se extiende por todos los ámbitos de nuestro crecimiento personal. Los modelos educativos vigentes se han basado, hasta ahora, en la idea de personas con respuestas que, simplemente, nos transmiten como verdades indiscutibles lo que antes les ha sido transmitido a ellas. No se nos ha enseñado a preguntarnos a nosotros mismos.

Quienes proponen otro paradigma son una amenaza para la comodidad del sistema establecido, puesto que se están introduciendo en lo Desconocido. Abren las puertas al “depredador”, es decir, a todos los interrogantes no resueltos por el zeitgeist y que, por tanto, provocan la reacción de miedo. La inmovilidad necesaria para sobrevivir es, en el mundo de las ideas, el permanecer ignorantes, ajenos al peligro. No hacer caso de las preguntas incómodas porque hacen que todo a nuestro alrededor se tambalee. Es lo que conocemos como crisis de identidad, crisis de valores… crisis, sin más.

Los que planteen tal desajuste serán, en su mayoría, los pioneros del nuevo sistema, los visionarios, después de que el espíritu de su tiempo se haya debilitado y se imponga uno nuevo. Pero, en su presente, sólo serán víctimas del miedo de quienes no corren riesgos. El mecanismo de defensa y su evolución se explica a la perfección con una frase de Schopenhauer: “Toda verdad pasa por tres etapas: primero se la ridiculiza; segundo, genera una violenta oposición; tercero, resulta aceptada como si fuera algo evidente”.

Según la psicología, el proceso activo de aprendizaje del individuo, es decir, ese tiempo en que nos hacemos preguntas y cuestionamos las respuestas fijadas, queriendo ir más allá en una exploración de primera mano, cuando descubrimos, en definitiva, el mundo por nosotros mismos, ese proceso suele durar hasta los veintitantos años de edad.

A partir de la treintena, la persona se decanta por la comodidad y lo establecido. El cerebro ya ha creado rutinas automatizadas, debido a la retroalimentación que la socialización le ha ido produciendo. El bienestar nos lo produce, entonces, el actuar conforme a lo acostumbrado y socialmente establecido como apropiado y responsable. Estas rutinas nos proveen de cierta seguridad y aplacan las tan temidas dudas existenciales. Las cuales, por cierto, no tardan en llegar en alguna década posterior. Tarde o temprano, pero llegan…

Tunicado

En alguna de esas memorables entrevistas de Eduard Punset a un científico del momento, se habla de unos curiosos “animales-plantas” llamados “tunicados”. Cuando se reproducen, despiden unas semillas inteligentes, capaces de orientarse en el espacio e interactuar con el entorno hasta que encuentran el lugar adecuado donde germinar. Al afincarse en el rincón apropiado, el tunicado se fija al suelo y se come su propio cerebro, de manera que queda convertido en planta para el resto de sus días. Y por lo que se ve, no es el único ser vivo que lo hace. Hay gente que, tras cumplir con los objetivos de rigor, a saber, encontrar trabajo, casa y pareja, sigue el mismo proceso de los tunicados…

Estamos viviendo tiempos históricos para la evolución de nuestras conciencias. Los físicos de mente más abierta nos hablan de nuevas dimensiones, la ciencia en general se encuentra con descubrimientos inverosímiles que, quienes se conformaron al obtener despacho propio, no se atreven a afrontar. Intelectuales de prestigio hablan de extraterrestres y no se sonrojan. Los secretos de los gobiernos están viendo la luz como nunca antes. La sociedad ha entrado en conflicto abierto consigo misma. Estamos, en definitiva, a un paso de una nueva verdad. Y, sin embargo, el miedo nos atenaza y nos convencemos de que en la vieja aldea no se está tan mal… El problema será cuando la montaña, puesto que no vamos a ella, decida venir a por nosotros y nos pille en bolas, como quien dice. Y, queridos tunicados que no estáis presentes, puede que no falte tanto para que llamen a la puerta. Nadie la va a abrir por nosotros.

–Para ampliar:

Rafael Casares, “¿Por qué los temas desconocidos son tabú?”, Revista digital La lucérnaga de Caronte

“El atractivo de lo desconocido”, filosofia.laguia2000.com






http://www.erraticario.com/ciencia/por-que-nos-burlamos-del-misterio/

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