Desde los orígenes de la Civilización ha
existido una visión de la Historia única y además excluyente. Las cosas
ocurrieron de una forma determinada y cualquier punto de vista
alternativo era opuesto a la verdad. Una verdad indiscutible que siempre
se ha impuesto desde el poder, es decir, desde arriba. Y es que los
regímenes políticos de todos los tiempos han disfrutado de una historia
oficial que justificaba su sistema. El Imperio Romano tuvo sus
historiadores oficiales al igual que las naciones modernas y, por
supuesto, las actuales potencias capitalistas neoliberales.
Como es bien sabido, la civilización
surgió cuando una o varias personas consiguieron perpetuarse en el
poder. Es decir, poder personal y ambición están en el origen de la
civilización y, por tanto, de lo que hoy llamamos mundo civilizado.
Justo en ese momento aparecieron los grandes imperios que pretendían
expandir su poder a costa de los pueblos calificados por ellos mismos
como bárbaros. La dinámica del auge y de la decadencia de los imperios
ha generado muchas teorías. Una de las más plausibles sostiene que todo
imperio necesita una fuerte inversión en materia militar para mantener
sus dominios.
Cuando estos gastos bélicos superan a
los ingresos se produce un debilitamiento que a la postre provoca su
propia autodestrucción. Así ocurrió con imperios tan consolidados y
extensos como el romano en la antigüedad o el de los Habsburgo en la
Edad Moderna.
Los imperios y el imperialismo han dado
lugar a un sinnúmero de genocidios, que comienzan con la expansión
acadia y continúan en la actualidad con el exterminio directo o
indirecto de decenas de grupos indígenas en el Amazonas por las grandes
empresas explotadoras de sus recursos naturales. La crudeza del siglo
XX, especialmente durante las dos Guerras Mundiales, ha superado por
goleada a la ocurrida en cualquier otra época de la Historia. Y aunque
sólo nos fijamos en el holocausto nazi lo cierto es que éste fue tan
solo la punta del iceberg de todo un rosario de dramáticos episodios que
se reparten a lo largo de toda la centuria como, por ejemplo, las
purgas estalinistas, el genocidio ruandés entre hutus y tutsis, los
crímenes de la antigua Yugoslavia, las matanzas de armenios y kurdos a
manos de los turcos, la invasión estadounidense de Vietnam, etcétera.
Y la pregunta clave sería: ¿Por qué el
mundo se escandaliza tanto del holocausto nazi pero tolera otros
genocidios ocurridos en distintos lugares del mundo? El escritor Aimé
Césaire responde de manera contundente: lo que nadie le ha perdonado
nunca a Hitler es que usara contra el hombre blanco, los mismos métodos
que habitualmente, con la connivencia de algunos y el silencio de la
mayoría, se usaban contra árabes, indios o negros. Y es que no debemos
olvidar que, durante siglos, la opinión pública ha tolerado las
atrocidades cometidas en los pueblos colonizados, si se dirigían a
favorecer la supuesta expansión de la civilización.
Se conocían algunos de los salvajes
atropellos perpetrados por los conquistadores en la América del siglo
XVI así como los cometidas por los distintos imperios coloniales en el
siglo XIX, pero si éstos ponían en entredicho la labor civilizadora de
los imperios, entonces se negaban. Y lo peor de todo, este sentimiento
de tolerancia ha pervivido desgraciadamente en una buena parte de la
opinión pública. Actualmente vivimos las llamadas guerras de cuarta
generación que incluyen los conflictos llamados preventivos que tan
asiduamente practican Estados Unidos y sus aliados, así como las
acciones contra el terrorismo internacional. Y todo con la connivencia o
el silencio de una gran parte de la población. ¡Cuánta razón asistía a
Martin Luther King, cuando dijo que la peor lacra de nuestro tiempo no
eran tanto los crímenes de los perversos, como el estremecedor silencio
de los bondadosos!
Cuando la descolonización parecía
anunciar el fin de los imperios y del sufrimiento que estos conllevaban,
ha aparecido con gran fuerza un pernicioso neocolonialismo. Un nuevo
tipo de dominación que se caracteriza por no necesitar colonos; son las
grandes multinacionales las que continúan explotando los recursos de
esos países, con la complacencia de las élites locales, y a costa de
perpetuar las desigualdades sociales.
La gran mentira de la historia oficial
consiste en asociar imperialismo con civilización y civilización con
bienestar. La actual globalización contribuiría a expandir los
beneficios de la civilización y del bienestar por el mundo. Todo forma
parte de una gran mentira, de lo que yo llamo la gran mentira de
Occidente. Ésta dio comienzo básicamente con la civilización grecolatina
que se nos presenta como el origen del Derecho y de la civilización.
Obviamente se trata de una visión manipulada y empobrecedora porque
nadie puede obviar que el mundo grecorromano bebió del acervo
civilizatorio oriental, especialmente de los egipcios quienes a su vez
habían incorporado muchísimos elementos mesopotámicos.
Las primeras grandes civilizaciones
fueron orientales, pero incluso los pujantes imperios occidentales
incorporaron infinidad de elementos tomados de oriente. Y todo ello, sin
contar con otras culturas orientales milenarias como la china o la
hindú. Sin embargo, Occidente ha pretendido borrar de un plumazo
cualquier origen oriental y no cristiano de la civilización. Como ha
escrito José María Ridao se ha silenciado la extensa pluralidad cultural
del mundo grecorromano que bebió de influencias babilónicas, caldeas y
egipcias. Y todo esto no es una cuestión baladí porque la supuesta
superioridad cultural y ética de occidente se sustenta falsamente sobre
la apropiación del origen de la civilización.
Creo que en pleno siglo XXI, es
conveniente destapar las trampas de la historia oficial. Para ello sería
fundamental replantear la ciencia histórica que actualmente está por lo
general al servicio de los intereses de los grandes poderes mundiales.
Un replanteamiento de las fuentes y del método que nos permita conocer
la verdad pasada y presente, y no la historia de los vencedores, de los
imperialistas y de los capitalistas. Descubierta la verdad, todavía no
es tarde para superar esas grandes lacras de la humanidad que han sido
los nacionalismos y los imperialismos políticos y económicos, cuyo
brazos ejecutores son en la actualidad las multinacionales.
El capitalismo se ha empeñado en hacer
creer a todos que no hay alternativa viable. Pero eso no es cierto; la
historia demuestra que otros sistemas con más siglos de antigüedad, como
el esclavista o el feudal, acabaron, dando paso a nuevas formas de
organización. De lo que deberíamos ser conscientes es que no sólo es
posible un mundo sin capitalismo sino también deseable. Y en estos
momentos que el capitalismo parece atravesar una crisis profunda sería
un buen momento para ir repensando un posible recambio.
Menos nacionalismo, menos imperialismo y
menos capitalismo que son ideologías que solo han traído sufrimiento,
drama y guerras, y más cosmopolitismo y ecosocialismo. Urge un
decrecimiento sostenible y una redistribución de la riqueza. Cambiar
cambiaremos porque, como afirma el filósofo Juan Pedro Viñuela, el
propio agotamiento del planeta así como la inviabilidad del capitalismo y
del liberalismo nos llevarán a una modificación forzosa de nuestra
forma de vida. Lo que no sabemos todavía es cuánto tiempo nos va a
costar este cambio y cuánto sufrimiento más deberá soportar la humanidad
y el planeta. ¡Suerte!
Por Esteban Mira Caballos
Bibliografía
CÉSAIRE, Aimé: Discours sur le colonialismo. París, Présence Africaine, 1955.
FERRO, Marc: “El colonialismo, reverso
de la colonización”, en El Libro negro del colonialismo. Madrid, La
Esfera de los Libros, 2005.
KENNEDY, Paul: Auge y caída de las grandes potencias. Barcelona, Plaza & Janés Editores, 1989.
LOZADA, Martín: Sobre el genocidio. El crimen fundamental. Buenos Aires, Capital Intelectual, 2008.
MERLE, Marcel: “El anticolonialismo” en
Marc Ferro (Dir.): El Libro negro del colonialismo. Madrid, La Esfera
de los Libros, 2005.
MIRA CABALLOS, Esteban: Conquista y destrucción de las Indias. Sevilla, Muñoz Moya, 2009.
RIDAO, José María: La paz sin excusa. Sobre la legitimación de la violencia. Barcelona, Tusquets Editores, 2004.
VIÑUELA, Juan Pedro: Pensamientos contra el poder. Villafranca de los Barros, Imprenta Rayego, 2010.
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