La memorable frase de Shakespeare refleja una verdad poética que trasciende el tiempo: antes que polvo de estrellas, somos materia de sueños.
Siempre regresamos a algunas ideas o
frases que resuenan en el centro de nuestra conciencia. Nadie dudara que
la obra de William Shakespeare se encuentra entre los más altos puntos
que la mente humana ha alcanzado; y entre su obra, hay algunos momentos
que resuenan con un entendimiento de la condición humana y de la
naturelaza del mundo que son difíciles de igualar, que conmueven al
espíritu, que podemos considerar verdades poéticas. Mucho se ha dicho de
Shakespeare, el personaje: especulaciones sobre sí era un sólo hombre o
si era el seudónimo de alguien más (existe la teoría esotérica avanzada por Manly P. Hall de
que Shakesapeare era el nombre de pluma de Sir Francis Bacon,”uno de
los iluminados de todas las eras”); más allá de este fascinante misterio
detectivesco que surge ante la vastedad de su obra, podemos
decir que
al menos simbólicamente Shakespeare era todos los hombres y en su obra
está el mundo, con sus sombras y sus fulgores. Borges atinadamente
captura esta universialidad que rezuma a través de la obra
shakespeariana: “¿Los fervorosos que se entregan a una línea
de Shakespeare, no son, literalmente, Shakespeare?”.
Quiero regresar a una frase de
Shakesepeare, una de las más citadas, aquella que dice “somos la misma
substancia de la cual están hechos los sueños”. Esta frase sencilla y a
la vez enigmática, aparece recurrentemente para dar a entender una idea
que aparece en la historia de la literatura y el misticismo: que la vida
es sólo un sueño –una frase que tiene, sin embargo, una gran
profundidad de significado y diversas acepciones. La frase aparece en el
cuarto acto de La Tempestad, y es dicha por Prospero, el hechicero
(basado en el mago John Dee) que comanda a los espíritus elementales,
exiliado en su isla. El diálogo entero, dicho en un momento de
desconsuelo, enriquece la frase:
Nuestros festejos han terminado. Estos
actores nuestros/, como te avisé, eran todos espíritus, y/ se han
fundido en el aire, en sutil aire/, y, como la tela sin cimiento de esta
visión/, las torres coronadas de nubes, los espléndidos palacios/, los
solemnes templos, y la misma gran esfera/, con todo lo que le pertenece,
se disolverá, y, como este efímero espectácul0, no dejará rastro
alguno. Estamos hechos de la misma sustancia de la que están hechos los
sueños/, y nuestra pequeña vida se encierra en un sueño.
Mucho
se pierde en la traducción (incluimos el texto en inglés al final),
pero más allá de un análisis poético, tenemos aquí una de las
rendiciones más lúcidas, a mi juicio, de toda la historia de la
literatura de esta relación entre el sueño y el mundo, y ya no sólo de
que la muerte hará de la vida un sueño, disolviendo nuestros actos, sino
la inferencia de que la naturaleza misma es cosa mentale. Esta
cualidad onírica inherente hace que la vida sea fundamentalmente
teatralidad, sólo tan significante como una obra de teatro ( a play,
que es también sólo un juego). En el momento más álgido, Prospero tiene
esta conciencia: la dicha y el sufrimento se desvanecerán (nos
enamoramos de fantasmas). Es una tragedia pero también es una bendición:
si somos la misma substancia de la cual está hechos los sueños, podemos
andar con ligereza y disfrutar de estas visiones insubstanciales que
componen nuestra existencia. El mismo concepto, la impermanencia, en el
budismo es la clave del despertar o la iluminación.
Es un lugar común en la literatura, decir
que la vida, que todo es un sueño –y así esto es el cliché recurrente
del cine moderno también. Pero no por eso se resta importancia a este
entendimiento, el atisbo fundamental de la conciencia. Borges, en sus
innumerables citas, nos muestra una variación de la misma idea, entre el
teatro y el sueño:
En el siglo XVIII, Addison lo dirá con
más precisión. “El alma, cuando sueña —escribe Addison—, es teatro,
actores y auditorio.” Mucho antes, el persa Umar Khyyam había escrito
que la historia del mundo es una representación que Dios, el numeroso
Dios de los panteístas, planea, representa y contempla, para distraer su
eternidad; mucho después, el suizo Jung, en encantadores y, sin duda,
exactos volúmenes, equipara las invenciones literarias a las invenciones
oníricas, la literatura a los sueños.
Según la literatura védica y la
literatura gnóstica, la sustancia del mundo es la mente. En la
actualidad solemos decir “somos polvo de estrellas”, para significar que
estamos hechos de esta misma sustancia original que compone a las
estrellas; pero incluso de manera más básica somos sustancia onírica,
polvo de sueños, las mismas estrellas son materia de sueños. Esta es la
gnosis que al poetizar Shakespeare logra dotar de una fuerza que, a
diferencia de los actores (que son meros fantasmas), permanece.
Our revels now are ended. These our actors,
As I foretold you, were all spirits and
Are melted into air, into thin air:
And, like the baseless fabric of this vision,
The cloud-capp’d towers, the gorgeous palaces,
The solemn temples, the great globe itself,
Yea, all which it inherit, shall dissolve
And, like this insubstantial pageant faded,
Leave not a rack behind. We are such stuff
As dreams are made on, and our little life
Is rounded with a sleep.
William Shakespeare
From The Tempest, Act 4 Scene
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