La disponibilidad inmediata de un océano de información ha sido una bendición que impulsa la nueva era de la humanidad. Sin embargo ¿Será posible que la sobrecarga de información ha resultado también en una profunda transformación de nuestra forma de pensar? ¿Ha cambiado la naturaleza del yo? ¿Ha alterado radicalmente la relación entre el individuo y la sociedad? Se trata de importantes cuestiones filosóficas, que pueden ser vagas y delicadas, de las cuales es importante hablar.
Se dice que Internet está cambiando nuestra forma de pensar, pero ¿Cómo es éste cambio
exactamente? Una característica central de la “nueva mentalidad” es que se expande verticalmente. Pero, ¿qué significa esto? En términos funcionales, la expansión vertical se refiere a que tenemos demasiados sitios para visitar, recibimos demasiados mensajes, muchos “Hola ¿que haces?” muchos videos, descargas de mp3, etc… en Internet pasan demasiadas cosas simultáneamente que nos sentimos obligados a asumir. Muchos de nosotros carecemos de estrategias eficaces para la organización de nuestro tiempo ante los pantallazos. Esto nos torna constantemente distraídos y desenfocados, menos capaces de realizar pesadas tareas intelectuales, entre otras cosas y a lo que algunos han confesado, no podemos enfocarnosel tiempo suficiente para leer libros enteros. Nos sentimos amarrados y fluimos hacia donde la inundación digital nos lleve.
¿Realmente así nos sucede? Bueno – evidentemente, a algunos de nosotros.
Algunos observadores hablan de “hacia dónde vamos” o de cómo “nuestras mentes” están cambiando por la sobrecarga de información, al parecer, a pesar de la conciencia que tengamos de ello. Sus discusiones ya no se centran en si estamos sujetos a poderosas nuevas fuerzas, sino hacia donde nos están llevando esas nuevas fuerzas. Cuando leí el título del ensayo de Nick Carr, “Is Google Making Us Stupid?”( ¿Google nos está haciendo estúpidos?) Inmediatamente pensé: “Dilo por ti mismo.” Creo que en las argumentaciones como las que Carr plantea, suponen que ya cedimos el control intelectual, pero esto me parece ser la causa, no el síntoma, del problema que Carr intenta explicar. Después de todo, el ejercicio de la libertad requiere concentración y atención, y el evento magno de la voluntad es precisamente el propio enfoque. Carr confesó involuntariamente para muchos de nosotros un defecto moral, un vicio, el antiguo nombre es intemperancia. (En el más amplio y antiguo sentido de la palabra, en contraste con la moderación del autocontrol.) Y, con tanto vicio, queremos echarle la culpa a cualquiera menos a nosotros mismos.
¿Realmente es cierto que ya no tenemos ninguna opción más que ser intemperantes en la forma en que utilizamos nuestro tiempo, en vista de las tentaciones y las demandas estridentes de los medios digitales en la red? La nueva media no es tan poderosa. Todavía conservamos nuestro libre albedrío, que es la capacidad para enfocar, deliberar, y actuar sobre los resultados de nuestras propias conclusiones. Si queremos pasar horas leyendo libros, todavía poseemos esa libertad. Tan sólo un argumento filosófico puede establecer que el exceso de información nos ha privado de nuestra agenda. La declaración está arraigada filosóficamente, no empíricamente.
Mis interlocutores inteligentemente podrían responder que nosotros ahora, en la era de Facebook y Wikipedia, aún deliberamos, pero en conjunto. En otras palabras, por ejemplo, votamos con likes o retweets y es entonces cuando podríamos sentirnos obligados a prestar especial atención a las publicaciones más “populares”. Del mismo modo, se intenta llegar a un “consenso” en Wikipedia, y, de nuevo, si participamos como verdaderos creyentes, avalamos el resultado final como creíble. En la medida en que nuestro tiempo es dirigido por las redes sociales, y en plena deliberación colectiva, entonces estamos subyugados a una “voluntad colectiva”, algo así como la noción de Rousseau del bien común. En la medida en que nos conectamos, nos convertimos en tan sólo otra parte de la red. Así es como yo reconstruyo la posición colectivo-determinista que se opone a mi visión individualista-libertaria.
Pero obviamente tenemos la libertad de no participar en este tipo de redes sociales. Y tenemos la libertad de producir los inputs y consumir los outputs de este tipo de redes de forma selectiva. Así que es muy difícil para mí tomar la narrativa del “ay, si somos nosotros, estamos creciendo estúpidos y colectivizados como ovejas” en serio. Si tu te sientes ovino en crecimiento, bala por ti mismo…beee.
Tengo la sensación de que muchos escritores sobre estos temas no se molestan por los efectos desenfocados y de-liberantes de ser parte de la mente colmena. Don Tapscott ha sugerido que la disponibilidad inmediata de la información significa el no tener que volver a “memorizar” nada, solo tenemos que consultar Google o Wikipedia y así funciona el cerebro de la mente colmena. Douglas Rushkoff parece creer que en el futuro vamos a ser cultivados no mediante la lectura de libros viejos y polvorientos, sino en algo así como foros en línea, conectados a lo efímero de una mente grupal, por así decirlo. Pero seguramente, si tuviéramos que actuar como cualquiera de estos profesores universitarios recomiendan, nos convertiríamos en un montón de ignorantes. De hecho, tal vez es en eso en lo que las redes sociales están convirtiendo a muchos de la generación net, o como Mark Bauerlein la nombra muy convincentemente “La Generación Más Tonta”.
Los issues aquí son mucho más antiguos que Internet. Hacen eco de la polémica entre el progresismo y el tradicionalismo en la filosofía de la educación: ¿Debemos educar a las siguientes generaciones para que encajen adecuadamente en la sociedad o ponemos el foco en el entrenamiento del pensamiento crítico y la adquisición de conocimientos? Durante muchas décadas antes de la llegada de Internet, educadores progresistas han insistido en que, en nuestro mundo que cambia rápidamente, conocer meros hechos no es lo importante, porque el conocimiento se vuelve rápidamente obsoleto, sino el ser capaz de colaborar y resolver problemas en conjunto es lo que importa. Las redes sociales han reforzado esta ideología, que al parecer logra funciones de conocimiento y juicio colectivo. Pero la posición progresista sobre la importancia del aprendizaje de hechos y de entrenar juicios individuales se marchita a velocidad.
En resumen, aquí hay dos cuestiones básicas. ¿Tenemos alguna opción sobre ceder el control del yo a una “mente colmena” cada vez más convincente? Sí. Y ¿Debemos ceder ese control, o en lugar de eso, esforzarnos, sobria y determinadamente para desarrollar nuestras propias mentes y dirigir nuestra atención adecuadamente? La respuesta, creo, es obvia.
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