16 de junio de 2014

El capitalismo no siempre fue el enemigo, ¿pero lo será siempre?

UN ECONOMISTA DEL SIGLO XVIII ASUMIRÍA QUE, PARA JACTARNOS DE UN “CAPITALISMO GLOBAL“, HEMOS ESTADO TRABAJANDO EN UNA LISTA DE PRIORIDADES PREVIAS COMO LA EDUCACIÓN, LA CULTURA Y LA ALIMENTACIÓN UNIVERSAL. EN REALIDAD, LO QUE LLAMAMOS “CAPITALISMO“ ES UNA VERSIÓN COMERCIAL Y SINTÉTICA DE UNA TEORÍA ECONÓMICA DESTINADA A LIBERAR A LOS HOMBRES DEL TRABAJO


Los significados de las palabras están determinados históricamente: un “hombre libre” en la Atenas de hace 2,400 años era un hombre que tenía tierras propias y esclavos que lo servían, mientras el hombre libre de nuestros días se contenta con salir al atardecer de una oficina y pagar sus tarjetas de crédito antes de la fecha límite para no acumular intereses.
La filosofía y el pensamiento económico mantuvieron una estrecha relación durante siglos; de Arquímides y Kanad en la Antigüedad a Descartes y Pascal, de Tocqueville a Hobbes, de Platón a Tomás Moro, crear sistemas eficientes que nos expliquen cómo funciona el mundo (y que nos sugieran cómo hacer para que “funcione” mejor). La economía, sin embargo, es un pensamiento puesto en práctica, pues nociones abstractas como “deuda” o “inversión” operan en una esfera de valores invisibles para las transacciones económicas que realizamos todos los días. 
La moneda en tu bolsa no vale lo mismo por la mañana que por la noche si durante la tarde ocurre una devaluación.
Adam Smith, el economista inglés a quien el diccionario atribuye la invención del positivismo, estaría orgulloso del grado de eficiencia del actual
capitalismo global: una máquina ensamblada en Indonesia (con materias primas provenientes de África, América y Europa) logra estar en todas las tiendas en la fecha en la que el CEO dice que estará. Esto le volaría la cabeza a cualquier economista del siglo XVIII. Según una investigación de The Guardian, la pesca de camarones en el sureste asiático es una industria rentable para cadenas de supermercados como Carrefour y Walmart, que mantienen barato el precio del producto a costa de la esclavitud (no metafórica sino aterradoramente real) de miles de pescadores.
Se trata de una incongruencia entre la capacidad del capital para reproducirse y el nivel dentro del rango de las prioridades que el bienestar social tenga para tal o cual sociedad. En su famoso Elogio de la ociosidad, Bertrand Russell afirmaba que el capitalismo “bien empleado” puede servir para reducir las jornadas laborales de los obreros permitiendo que la producción sea más eficiente, apoyándose en los avances tecnológicos y dejando más tiempo para todas las cosas que no son el trabajo.
El Philosopher’s Mail resume así el azoro con el que alguien como Adam Smith vería el capitalismo en nuestros días:
Si pudieras volver mágicamente en el tiempo y explicarle el trabajo de una [empresa transnacional] a un agudo y sabio defensor del capitalismo, como el economista del siglo XVIII Adam Smith, seguramente estaría muy impresionado y emocionado por lo que hemos logrado. Seguramente asumiría que si podemos hacer tales cosas [como producir una taparrosca en Indonesia que termina en una embotelladora de México para una bebida consumida en Dublín], y estamos tan increíblemente bien organizados (…) entonces de seguro tendremos ya resueltos todos los otros problemas más importantes de la humanidad. Él asumiría que hemos estado trabajando en una lista de prioridades, comenzando por los grandes retos, y que de ahí hemos debido ir ocupándonos de otros pequeños detalles (como una bebida) a la perfección.
Seguramente querría escuchar acerca de la maravillosa eficiencia con la que hemos construido exquisitas, hermosas y económicas ciudades, reservado agua limpia y comida segura para todos en el planeta y resuelto problemas como el de formar relaciones estables y criado niños felices, trabajadores y bien balanceados. Seguramente también querría escuchar sobre nuestro sistema de educación perfecto.
No se trata ya de realizar pequeñas modificaciones estructurales, casi cosméticas, en la estructura del sistema, sino de asumir que (salvo fundar una comunidad autosustentable en la selva) el capitalismo es la condición bajo la cual el mundo seguirá operando en el futuro previsible. Hay que ponernos cada tanto en perspectiva histórica para suponer que tener internet y productos de consumo de todas partes del mundo es una forma “avanzada” de capitalismo. Se trata en realidad de una versión barata de la modernidad que nada tiene que ver con el capitalismo entendido como un humanismo, según los economistas que lo plantearon. Si es verdad que “no hay afuera del capitalismo”, probablemente las soluciones se encuentren también disponibles.
Bonus track:
Capitalismo: una historia de amor, de Michael Moore.





http://pijamasurf.com/2014/06/el-capitalismo-no-siempre-fue-el-enemigo-pero-lo-sera-siempre/

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