23 de junio de 2014

La vida es hacia delante



El miedo tiene raíces
Difíciles de arrancar
Si ves que se hacen cadenas
Rómpelas y échate a andar


José Antonio Labordeta

Existen en la vida momentos de tanta lucidez que la clarividencia se impone como una verdad inapelable, eliminando momentáneamente en nosotros cualquier atisbo de confusión, interrogante, duda o cuestionamiento. Estos instantes, que se quedan inevitablemente grabados en nuestra memoria como un punto y aparte en nuestras vidas, nos permiten adquirir una certeza acerca de algo, de alguien, o de nosotros mismos. Cuando esto ocurre, la mente se desactiva, los sentidos entran en suspensión, los velos caen, el error deja de ser una posibilidad, y la existencia alcanza entonces, como dijo Herman Hesse, “su plenitud, porque todo ha perdido su significado”.

Estos momentos “estelares que jamás se borran, impactos clamorosos que nunca se despintan, son como sacramentos que imprimen carácter e imponen destinos”, según los describió Fernando Sánchez Dragó en su libro El sendero de la mano izquierda, se conjugan sólo en el presente del indicativo. Hacen desaparecer el ayer y el mañana, el antes y el después, el “debería” o el “tendría que”, mostrándonos que tanto el pasado, una recreación mental, como el futuro, una proyección, no tienen espacio ni sitio

en este tipo de experiencia.

Dijo el filósofo persa Omar Khayyám que “hay dos días por los cuales mi corazón jamás ha languidecido, ese que ya pasó, ese que no ha llegado todavía.” Sin querer tratar aquí un tema del que se ha escrito y hablado tanto como la importancia de vivir el presente para ser felices, sí que deberíamos tomar nota los muchos que hacemos rimar la vida con lo que será o podría haber sido, planificando a largo plazo y exponiéndonos a la frustración al proyectar nuestras ilusiones en algo o en alguien, olvidando así que, como dijo el predicador y escritor francés Bossuet, “no es bueno que las cosas siempre sucedan como queramos”.

Y es que la felicidad no tiene causa ni razón. A aquella felicidad que tiene una causa o razón se le llama placer. Buscar un motivo externo para ser feliz es engañarse, afirmar que alguien nos roba nuestra paz interior, también lo es. En efecto, demasiadas veces hacemos recaer nuestra felicidad en terceras personas y no pensamos que, como explicó el filósofo hindú Krishnamurti, “la dependencia genera miedo. Si yo dependo de usted emocional, psicológica o espiritualmente, seré su esclavo, y, por lo tanto, le temeré.” Cuando echamos la culpa a alguien de provocar en nosotros sentimientos que no nos agradan, nos olvidamos que en realidad estamos enfadados con una parte nuestra que no aceptamos, y que la persona en cuestión simplemente detona. Nada de lo que no exista dentro de nosotros nos puede afectar.

No estamos aquí para gustar a todo el mundo ni para navegar en unas aguas que ondeen a la merced de los demás, sino para tomar las riendas de nuestras vidas y posicionarnos desde la humildad y el cariño, respetándonos a nosotros mismos ante todo. Por ello, la felicidad, que no es un fin sino una elección, depende en última instancia y más allá de las circunstancias, de nuestra voluntad y de nadie más. En este sentido, no hay mayor enemigo, ante unas situaciones percibidas como negativas, que el cinismo. El filósofo Peter Sloterdijk, explica que la actitud cínica es fatalista y derrotista, nos paraliza al hacernos proclamar que no hay nada que hacer, que no existen soluciones ni remedios y que luchar es vano, añadiendo además un toque de sarcasmo y de burla hacia todo aquel que esté llevando sus proyectos a cabo, o hacia el estado del mundo en general.

Y es que somos muchos los que hemos nacido con unas facilidades económicas y sociales que creemos naturales e intrínsecamente ligadas a la vida, olvidándonos que nuestros padres, abuelos y antepasados no nacieron con ellas y tuvieron que conseguirlas. Vivieron escaseces de todo tipo y persiguieron sus ideales para mejorar sus propias condiciones, sin culpar al mundo y estando además agradecidos por estar vivos. En este sentido, algo tan aparentemente normal como andar libremente por la calle y expresarnos sin temor a ser detenidos o encarcelados, debería constituir un motivo de regocijo cotidiano, pero como hemos nacido con estos enormes privilegios, ni siquiera los apreciamos, y tampoco nos damos cuenta que mientras estas líneas son escritas, en muchas partes del mundo, desde Siria hasta Egipto, pasando por China o Rusia, miles de personas están dando sus vidas y su libertad para poder conquistarlos.

Es cierto que muchos formamos parte de la generación de la comodidad, y la comodidad, justamente, no lleva a ninguna parte. Como dijo Fernando Sánchez Dragó, “nacer no es cómodo, morir no es cómodo, vivir no es cómodo, la tierra no es cómoda, las cosas del sentir y del pensar no son cómodas, estudiar no es cómodo, envejecer no es cómodo, no venimos aquí para estar cómodos.” La comodidad es necesaria de vez en cuando. En ella, no existe el riesgo ni el peligro, no hay sitio para lo imprevisto, y por lo tanto, no hay miedo a lo desconocido. Pero si se prolonga demasiado, la comodidad atrofia, anestesia y nos va encerrando en los barrotes de una cárcel gobernada por una facilidad que mata el desarrollo de nuestro potencial, reduciendo nuestra autoestima y haciéndonos creer que no somos capaces de continuar progresando.

Las condiciones adversas, por el contrario, nos obligan a dar lo mejor de nosotros mismos, a movernos, a buscar soluciones, a levantarnos, a informarnos, a preguntar, a leer, a ver, a escuchar, a analizar, a entender y a deducir, para saber cómo salir del bache y seguir adelante. Cuanto más complicada sea la situación, más podemos aprender y avanzar, contando ciertamente con el apoyo de algunos seres queridos, pero debiendo dar el paso nosotros sin escudarnos ni refugiarnos en nadie. Si sabemos sacar provecho de la lección desde el amor y la comprensión, y no desde la frustración o la rabia, nos convertiremos en seres más responsables, sabios y conscientes, menos egocéntricos, victimistas e ignorantes y, por ende, disminuiremos nuestros conflictos y caminaremos más descansadamente, más reforzados y más capacitados.

Lancémonos, sin ser incautos ni inconscientes, pero sí atrevidos, a lo desconocido. Arriesguemos siempre: “A lo oscuro por lo más oscuro y a lo desconocido por lo más desconocido” reza el lema de los alquimistas. Intentemos no usar más la excusa del temor o del miedo a fracasar o a equivocarnos, y recordemos que, como mencionó Krishnamurti, haciendo lo que tememos el temor desaparecerá. Y aunque éste vuelva a aparecer, la única forma de superarlo será yendo hacia adelante, siempre, no renunciando ni claudicando, y tampoco aferrándonos a lo conquistado, ni echando pie a tierra, sentándonos en nuestros laureles y acomodándonos para dejar de ser participantes en la vida y pasar a ser meros espectadores.

El futuro pertenece a los que son capaces de llevar sus sueños a cabo desde la bondad y el respeto. Qué más da la edad que tengamos, nunca es tarde para seguir lo que estos nos piden. “Ser bueno es ser valiente”, manifestó Antonio Machado, aprovechemos pues los momentos de lucidez y de plenitud que nos dictan el camino que debemos tomar para, como dice la filosofía oriental, movernos sin esforzarnos, dedicándonos a hacer lo que nos gusta sin vislumbrar ninguna meta, disfrutar del trayecto y confiar en que, haciendo lo que salga de nuestro corazón, acertaremos.

Es posible, además de probable, que las cosas no ocurran como deseamos, que no podamos llevar a cabo nuestros proyectos como queramos, pero ahí se encuentra justamente el aprendizaje. En las situaciones inesperadas, como afirmó el periodista Joseph Pulitzer, se encierra nuestra gran oportunidad. Nuestra propia necesidad nos hará encontrarnos siempre, nos guste o no, con aquello que necesitamos para seguir adelante.

De nosotros, y sólo de nosotros, depende aprender la lección.




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http://www.revistanamaste.com/la-vida-es-hacia-delante/

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