LA FORMA MÁS CLARA DE OPOSICIÓN ANTE LA MEDIATIZACIÓN DE NUESTRA REALIDAD ES SIMPLEMENTE BUSCANDO LO IN-MEDIATO, AQUELLO QUE NO TIENE O NO REQUIERE PROXY, LA INTIMIDAD, LO VISCERAL POR SOBRE LO VIRTUAL
Nunca antes en la historia habíamos pasado tanto tiempo interactuando a través de medios de comunicación. Faris Yacob, escribiendo para Medium, dice que somos “la generación mediada”, la camada después de la “generación MTV”, en la que ya empezaba a descollar el consumo de información de manera fragmentada y la atención –cada vez más breve y dispersa– se empezaba a perfilar como la divisa de cambio (el grial del capital). Y aunque, al paso que vamos, la siguiente será aún más mediada o mediatizada y entonces el término nunca será del todo apropiado, la reflexión que hace Faris es relevante y nos llama a tomar un paso a un costado y observar nuestros hábitos de consumo y ahora también de producción de media.
Virginia Woolf escribió, con cierta preclaridad a la luz de lo que ha ocurrido desde CNN a Youtube, que sólo lo que se graba es real. Hoy parece que sólo cuando subimos un post a Facebook o cuando logramos capturar una imagen en nuestros smartphones las cosas cobran realidad –quizás porque la especie humana es un superorganismo del que somos células y nuestra percepción es eminentemente consensual: sólo aquello que acordamos socialmente que existe puede ser percibido (la sociedad es un modelo de auto-reforzamiento de realidad). El filósofo de la ciencia Howard Bloom tiene la hipótesis de que la realidad es una alucinación compartida y la mente es una computadora social distribuida en múltiples nodos –cada uno de nosotros es una terminal que procesa la realidad conformándose a la forma en la que la realidad ha sido percibida por todas las otras terminales. En la era de lo social –así acuñada por Mark Zuckerberg– esta hipótesis se vuelve ominosa y un poco distópica. A continuación, algunos ejemplos con los que Baudrillard hubiera
tenido una (post)orgía.
Faris recuerda una anécdota de Britney Spears en la época en la que era la princesa del pop y empezaba a “volverse loca”. Britney decía que “si no se veía en los diarios ese día, no estaba segura de si existía o no”. Primero soy visto, luego existo. Es la mirada del otro la que confiere realidad; la refracción de este organismo colectivo de producción de realidad del cual soy parte (porque constantemente me juzga).
Consideremos la explosión de la selfie en los últimos dos años (“selfie” fue la palabra del año en el idioma inglés en 2013; este año fue “vape”). En Asia ya se venden cientos de miles de “selfie sticks” con los que los jóvenes pueden tomarse selfies a mayor distancia, substituyendo a otra persona. Es difícil saber si la aceptación masiva de la selfie fue un resultado orgánico de las nuevas tecnologías –de la ubicuidad de las cámaras en los telefónos móviles– o si fue parte de una estrategia de marketing de las marcas de tecnología –las cuales hoy en día venden sus aparatos o sus aplicaciones directamente para que nos tomemos más y mejores selfies. Lo que es indudable es que hay en la selfie algo de lo que McLuhan llamaba “narcosis narcisista”, un mecanismo autohipnótico fomentado por los medios (enamorados de la tautología de su propia imagen), así como una clara asimilación de la propia imagen como un valor de mercado, como una propiedad que debe siempre encarecerse.
Si bien la selfie nos ha sido vendida como un acto de autoafirmación liberada de la presión social, la idea de que nos tomamos una foto de nosotros mismos (que es en realidad lo único que queremos) sin que nos importe lo que los demás digan o que se nos juzgue por engreídos –en situaciones que son simulacros de lo casual y lo cotidiano–, la selfie es sólo el acuerdo consensual de que obviaremos el motivo verdadero y por demás evidente detrás de la autofoto: que nos importa tanto lo que los demás digan que queremos elegir, editar y tratar de ser percibidos de una manera en la que podamos moldear su percepción según nuestros deseos. Con el surgimiento de las estrellas de Instagram creemos que hemos empoderado a los consumidores al permitirles controlar y promover su imagen, al convertir a las personas en medios, pero en el proceso los hemos hecho a ellos mismos –como son los medios– simulacros que por definición yacen desconectados de lo inmediato (es el precio de estar conectado todo el tiempo, en cualquier lugar, con millones de personas), del mundo donde los fenómenos eran asaltados por lo numinoso. Tal vez nos tomamos selfies como un “reality check” para saber si seguimos ahí o porque sólo si alguien más puede ver nuestra self-ie nos sabemos reales y como hoy en día es cada vez menos necesario salir a la calle y tener contacto físico, necesitamos de la selfie como sucedáneo de la mirada del otro que nos confiere realidad.
Y esto parece no sólo estar ocurriendo con nuestro sí mismo, sino también con el espacio y el mundo. Dice Faris: “la gente en Asia parece estar grabando eventos aleatorios en tiempo real”, “cosas que no parecerían dignas de ser grabadas”. Cualquier cosa, todo el tiempo, life streaming. La manzana en el bosque que desaparecía si no había nadie que la mirara, según el obispo Berkeley, ahora necesita de una cámara para no desaparecer. Nos sentimos como Holden Caulfield, el protagonista de Catcher in the Rye, caminando por las calles de Nueva York, pensando que pronto podemos desaparecer. El mundo digital parece quitarle sustancia al mundo físico (aunque esta distinción entre mundos es ya borrosa e imprecisa).
Al mismo tiempo, nuestra generación mediada (medi-cada y medi-atada) contrarresta sus síntomas con lo que Wired llama la “Mindfulness Revolution”, el creciente interés por técnicas de meditación y la búsqueda de la atención presente, el famoso estar en el aquí y el ahora que popularizara en los sesenta Richard Alpert (Ram Dass). Se nos dice que vivir en el presente, que estar atentos a lo que sucede — en el ambiente y en nuestra mente– es lo mejor que podemos hacer si queremos ser sanos y felices. ¿Es en realidad la meditación el antídoto a la mediatización? Meditar es una forma de consumir nuestros propios medios: el cine de nuestro pensamiento (sin identificarnos con la película), pero también puede ser una forma de abstraernos del mundo que nos rodea y refugiarnos en un santuario artificial, en una torre de marfil. Aunque se puede argumentar que la meditación debe ser incorporada como un flujo de presencia, una plantilla o una configuración de relajación y atención ante la vida y el movimiento… y eso suena bien pero me parece que, en la mayoría de los casos, es una defensa retórica.
Sin desestimar la meditación, me parece que la forma más clara de oposición ante la mediatización de nuestra realidad es simplemente buscando lo in-mediato, aquello que no tiene o no requiere proxy, la intimidad, lo visceral por sobre lo virtual. Tener contacto con personas en espacios no mediados que desafíen nuestros paradigmas de lo que es real. Las personas que están más cerca de nosotros, movernos por nuestros círculos inmediatos y buscar reflejarnos en zonas socialmente no aceptadas, en la fricción de antiguas chispas… que la mirada del otro nos lleve no sólo a sentirnos reales, sino también a otras realidades. Y aunque siempre habrá filtros en nuestra percepción, confiemos también en el lenguaje de la piel.
Twitter del autor: @alepholo
http://pijamasurf.com/2014/12/la-realidad-es-una-alucinacion-mediatizada-busquemos-lo-in-mediato/
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