Elias Canetti, Masa y poder
Visto el éxito del que gozan los videojuegos, películas, novelas y series de televisión sobre muertos vivientes, cabe desde luego preguntarse por las razones que explican la extraña atracción que ejercen sobre nosotros esas hordas de cuerpos humanos en evidente estado de descomposición. Sin negar la capacidad de las técnicas publicitarias para determinar nuestros gustos, en este artículo nos gustaría sugerir que el “género zombi” también recoge y moldea en la ficción ciertos aspectos especialmente relevantes, y especialmente problemáticos, de la sociedad moderna, y los presenta ante el espectador de una forma que resulta más o menos catártica.
En ese sentido, resulta de enorme interés comenzar nuestra reflexión apuntando que existe una falla que separa claramente el zombi característico de la producción cultural moderna de su expresión tradicional. Esa falla se expresa en al menos dos puntos:
Por un lado, el zombi tradicional es un individuo, alguien con nombre y apellidos cuya muerte es puesta en duda cuando varias personas confirman haber visto al difunto vagar por las inmediaciones del lugar donde fue enterrado; por el contrario, el zombi moderno se presenta siempre en masa, carece totalmente de individualidad.
Por otro, el zombi tradicional es una figura mágico-esotérica, puesto que el término mismo proviene del vudú y por tanto conecta con las tradiciones nigrománticas, mientras que el zombi moderno es un producto (torcido) del desarrollo científico-tecnológico y de la lucha contra la enfermedad o la muerte.
Evidentemente el salto entre ambas expresiones no es repentino, sino que existen varios ejemplos de transición entre los cuales podríamos rescatar, por ejemplo, el monstruo de Frankestein, la novela de Mary Shelley. Sin embargo, donde esa evolución gradual se observa con especial claridad es en el relato de H.P. Lovecraft Herbert West: Reanimador, obra compuesta por seis capítulos autoconclusivos[1] (escritos entre Octubre de 1921 y Junio de 1922) que no dudaríamos en considerar la primera aparición del zombi moderno.
Lo significativo de este relato de Lovecraft es que en él mismo se opera la transición definitiva desde, digamos, el “modelo Shelley”, al zombi moderno plenamente constituido. En los primeros cuatro capítulos hallamos una estructura similar: el narrador, amigo y asistente del médico Herbert West, narra una serie de eventos cuyo clímax siempre es la reanimación exitosa, durante más o menos tiempo, de un cadáver. Las consecuencias de la reanimación del muerto son crecientemente violentas, y, como en Frankenstein, la posibilidad de una reanimación masiva flota en el ambiente. Una pequeña, pero en nuestra opinión sustantiva, innovación se introduce en el capítulo quinto, donde la acción se traslada al frente en la I Guerra Mundial. El giro definitivo, sin embargo, se produce en el último relato, donde por fin leemos que la secuela de los experimentos desarrollados en el capítulo anterior es la aparición de una legión de muertos vivientes, todos ellos militares caídos en el frente.
No debería extrañarnos que la masa de zombis surja, en la ficción de Lovecraft, de las secuelas de la I Guerra Mundial, puesto que en dicho acontecimiento se funden de forma espeluznante la política de masas y el desarrollo tecnológico, que son, como hemos visto, las dos notas características del zombi moderno. Vale especialmente la pena detenerse, además, en la interconexión entre guerra y masa, porque el empleo mismo del término “masa” dentro del vocabulario sociológico está estrechamente ligado con la modernización de la guerra (también en su dimensión tecnológica) que impulsa la Revolución Francesa:
Según la explicación proporcionada por Raymond Williams [2], el término masa (mass) designa originalmente un “agregado de materia” y está por tanto vinculado al desarrollo de la física, mientras que los grupos de personas que llevan a cabo una acción política son designados con términos como multitud o muchedumbre (multitude, mob). El giro comienza a producirse a finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII, probablemente al albur de la Revolución Inglesa, ya que por primera vez encontramos expresiones como “la masa del pueblo”; sin embargo, el propio Williams subraya que el giro semántico no es definitivo hasta el estallido de la Revolución Francesa.
Significativamente, comprobamos que el uso de un término proveniente de la física (“masa”) se extiende al lenguaje político justo en el momento histórico en que grandes grupos de individuos están siendo organizados por el Estado con el objetivo de conformar ejércitos nacionales (la “leva en masa”) que después son puestos en combate como si fueran masas inertes chocando unas contra otras, desprovistas de cualquier iniciativa que no sea la de los generales [3].
En ese sentido queda claro que la masa, si bien puede aparecer después como sujeto de la acción política contestataria, es en primera instancia un producto de la acción del Estado como agente organizador de la población a la que somete [4]. La masa adquiere por tanto un carácter bifacético, ya que es herramienta del Estado moderno frente al Antiguo Régimen pero al mismo tiempo es una amenaza potencial a la reproducción de la dominación legal-racional del Estado. Sin embargo, más allá de esa apariencia bifacética, el término “masa” sugiere, dada su etimología físico-natural, la idea de que la multitud de hombres es objeto de medición, de cálculo, de control (mediante la técnica).
A la luz de estas reflexiones, por tanto, podríamos afirmar que la moderna horda de zombis es a la tríada ciencia-técnica-Estado lo que la masa incontrolable de escobas era al aprendiz de brujo. El “género zombi” interpela, por tanto, al temor a que el Estado (hermanado con la ciencia y con la técnica) pueda ser en último término quien desencadene la destrucción del orden social del cual forma parte, pero lo hace explicitando al máximo la vinculación de la masa con ciertos elementos inconscientes, “elloicos”, de la psicología individual [5]: una masa de zombis parece una pura expresión desenfrenada de deseo, y en el frecuente afán de los no-muertos por morder a los vivos y devorarlos se puede entrever, si uno recurre al psicoanálisis, un trasunto de los banquetes totémicos y, por tanto, del asesinato del padre primordial a manos de sus hijos [6].
Esta interpelación produce, evidentemente, una sensación ambivalente en el receptor (sea lector, jugador, o espectador), ya que por un lado la idea de dejarse atrapar por la masa puede ser atractiva, pero por otro lado sucumbir a ella implica la anulación de lo que uno es como individuo. Ese segundo polo está representado en la ficción por los protagonistas, que generalmente no contemplan la rendición como una opción tentadora sino que aparecen como individuos heroicos dispuestos a preservarse como tales, y que con frecuencia triunfan en su empeño.
Si la lectura psicoanalítica fuera la única posible, no tendríamos razones para poner reparos a la peculiar dialéctica del género, ya que nada hay de positivo en la realización última y total del deseo (que implica la muerte psíquica) o en la desaparición completa del individuo en el seno de la masa. Sin embargo, es evidente que no es eso exactamente lo que está en juego en estos productos culturales, que operan más bien como mecanismos de reproducción de la ideología dominante.
Esa reproducción depende, por un lado, del mantenimiento de un campo (el mercado) donde la masa puede desplegarse sin representar un riesgo político; allí, alentados por el grito de guerra de la publicidad (el eslogan), podemos fingirnos muertos vivientes y fantasear con la satisfacción total de nuestro deseo. Pero, por otro lado, los aparatos ideológicos del estado tienen que alimentar cierto sentido de la individualidad, tienen que convencernos de que, incluso si formamos parte de esa masa ingente de sujetos que juegan a House of the Dead, leen The Zombie Survival Guide o ven Dawn of the Dead, en último término conservamos nuestra pulcra individualidad y tenemos la responsabilidad de luchar por preservarla frente al riesgo que representa el hombre-masa.
Notas:
[1] Se pueden leer en castellano aquí.
[2] R. Williams, Palabras clave: Un vocabulario de la cultura y la sociedad, Nueva Visión, Buenos Aires, 2000, pp. 209-214.
[3] A este respecto puede ser de interés el libro Lo que puede un cuerpo. Ensayos de estética modal, militarismo y pornografía, de Jordi Claramonte (CENDEAC, Murcia, 2009); ver especialmente pp. 35-41.
[4] Podemos llegar a la misma conclusión, siguiendo un recorrido distinto al elegido aquí, al leer Masa y poder, de Elias Canetti (Debolsillo, Barcelona, 2010). Se trata de un texto sin duda rico en matices y observaciones, y del que puede valer la pena hablar con más detalle en el futuro.
[5] De hecho, esta interconexión entre masa, Ello y técnica abre sin duda la posibilidad de discutir las razones por las que el personaje de cómic The Hulk fue nombrado en castellano “La Masa” y no, por ejemplo, “La Mole”.
[6] Ver, de Sigmund Freud, Tótem y tabú (especialmente el cuarto capítulo) y Psicología de las masas y análisis del yo. Una de las tesis fundamentales defendidas por Freud en ese segundo texto es que en la relación libidinal que se establece entre los individuos que forman la masa resuena la relación entre los hermanos de la horda primitiva.
Publicado por: Miguel León
http://ssociologos.com/2014/12/18/los-zombis-y-la-sociedad-moderna/
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