ALEGRARTE ANTE UN DÍA SOLEADO PODRÍA APELAR A UN SIMPLE CANON CULTURAL O, POR EL CONTRARIO, SER PARTE DE UNA GENUINA RESONANCIA DE NUESTRO ORGANISMO.
A veces parece que mirar a través de una ventana y contemplar un día soleado, con cielo azul y blancas nubes contrastando, es suficiente para justificar un estado de felicidad. Y tal vez lo sea. Pero la cantidad de insumos culturales que respaldan esta asociación es suficiente como para cuestionar si este espontáneo brote de bienestar es algo natural o culturalmente inducido, si esto aplica para todos o, incluso, si tiene algún sentido estar reflexionando, escribiendo o leyendo sobre este tema.
De entrada, el hecho de que reaccionemos de forma tan predecible a un estímulo climatológico podría considerarse una especie de cliché anímico: frente a un día “hermoso” me siento comprometido a experimentar por lo menos un poco de felicidad –o en todo caso mi ausencia de felicidad está menos justificada ante mis ojos y los de mi tribu. Al respecto, un artículo publicado en The Philosophers’ Mail, advierte que se trata de una actitud simplista y frívola:
En realidad nuestro comportamiento revela una devoción a una simple verdad, incluso simplista: la fe que depositamos en nosotros mismos y en nuestros prospectos de vida esta con frecuencia determinada por algo no
mayor al número de fotones de luz en el cielo y los grados de calidez en el aire. El calor, las brisas placenteras, la intensa luz solar y las flores frescas pudieran jugar un rol crítico en evitar que nos dejemos caer.
Al otro lado de la moneda tenemos los días nublados, que emergen con una discreción que para muchos puede ser aterradora –de hecho su formación es tan silenciosa que simulan siempre haber estado ahí, estáticos. Aquí no hay caritas felices flotando, la atmósfera es suficientemente incisiva para no permitirlo. Los músculos están más contraídos y, generalmente, las conversaciones diminuyen sus decibeles. Con un poco de suerte, tras algo de lluvia, las calles se inscriben con pedazos de espejo que duplican la perspectiva y abren puertas a los fantasmas y, si la fortuna es grande, entonces se activa la neblina y la materia deja de ser protagonista. El ritmo es otro. Y aunque en lo personal me parezca mucho más disfrutable el sol blanco, lo cierto es que a fin de cuentas corresponden a un plano tan efímero y exterior como los otros.
Aludiendo a un ego filosofal, tan característico de los que se dedican al ‘arte del pensamiento’ y el cual se ha intensificado con la reciente camada de filósofos pop, el artículo de TPM acusa que reaccionar de forma tan profunda a estímulos tan ‘limitados’, como los ingredientes climatológicos: “El placer detonado por un buen clima es, en un nivel, absurdo. La gratitud por el sol pertenece a una categoría de satisfacción que parece humillantemente simple”. En lo personal creo que es un juicio que denota snobismo intelectual, pues más allá de conceptos ‘superiores’ como amor, libertad, seguridad, etc, la verdadera delicatessen se encuentra en lo micro –por ejemplo en un charco interactuando con la copa de un árbol y el alumbrado urbano.
Pero tratando de responder a las interrogantes iniciales, supongo que percibir los días soleados como detonador de alegría es, hasta cierto punto, un canon cultural, relacionado con una memoria histórica pero originado por una predisposición natural compartida por la mayoría de la tribu –aunque no por todos sus integrantes. Por otro lado parece que cualquier pretexto para auto-programarte, por ejemplo induciéndote un estado de ánimo, debiera ser valido. Y en este sentido parece que la clave estaría en desautomatizar tus propensiones anímico-culturales y entregarte, con indiferencia, a cualquier brisa que visite tu ventana –aunque en realidad nada de esto importa pues, a fin de cuentas, todo está permitido.
Twitter del autor: @ParadoxeParadis
http://pijamasurf.com/2014/06/es-ridiculo-sentirte-feliz-solo-por-un-dia-soleado/
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