A veces cuando nos sentimos perdidos, cuando una ola de aconticimientos inesperados vuelve a lanzarnos violentamente a la cuneta sin brújula o cuando creemos cometer los mismos errores una y otra vez, entonces, en esos momentos de confusión, nos gustaría tener una maravillosa receta de la felicidad. Una sencilla receta, algo que nos enseñe el camino, la manera de alcanzar nuestros sueños o simplemente nos de aliento para despertar cada día ilusionados por algo.
Nos gustaría poder controlarlo todo, entender la manera en la que van a ocurrir las cosas, pero de lo único de lo que podemos estar convencidos es de que una situación puede mantenerse hilvanada en el tiempo y de repente una mañana todo habrá cambiado, habremos cambiado nosotros o habrá cambiado algo que amanecerá en una situación absolutamente nueva.
Eso es lo que conocemos, la imprevisibilidad de la vida, la incertidumbre, y aunque nos empeñemos en querer controlarlo todo, una parte de nosotros ha de aprender a dejarse llevar por lo desconocido, a fluir como parte de
nuestro propio viaje, y a poder ser con los ojos abiertos y sin miedo.
Lo que si podemos controlar es la manera en la que enfrentamos esa imprevisible realidad y nuestra manera de relacionarnos con ella. Supongo que si existiese una receta de la felicidad esto es lo que más se aproximaría a ella.
Cada uno tenemos nuestra propia esencia, y eso es algo de lo que estoy absolutamente convencido. De que en el minuto uno de nuestra vida algo increiblemente personal nos acompaña, algo que se va definiendo, concretando y transformando a lo largo de nuestro paseo por la vida.
Esa esencia, energía o algo personal que nos define, nos dibuja y nos conecta con otras personas, esta detrás de cada una de nuestras decisiones.
Esta esencia es lo que se reconoce como nuestra identidad, y es resultado de nuestros valores, pero no valores observados desde un marco ético o moral, sino como aquello que resuena fuertemente dentro de nosotros y que podemos afirmar con certeza que nos pertenece.
Esos valores pueden funcionar como una brújula en momentos de cambio o convertirse en una parada en medio de ninguna parte.
Detrás de nuestros valores están las personas que atraemos a nuestra vida, el oficio que hemos escogido o la manera en la que decidimos simplemente vivir.
¿Te has preguntado alguna vez cuáles son los tuyos?
Gandhi, por ejemplo, definió los suyos como parte del “Satyagraha” (dos términos sánscritos unidos que significan verdad y firmeza) a través de ideas como el sacrificio, el amor, la no violencia, el sentimiento de comunidad, la defensa de la mujer o la religión.
Te propongo un sencillo ejercicio, cierra los ojos e imagina todas aquellas personas que han dejado una profunda huella dentro de ti. Es fácil que te visite ese maestro de la escuela, un amor, un buen amigo o incluso alguien que siempre quisiste conocer. Si recuerdas todo aquello que te impresionó de ellos y lo cruzas en una lista veras cómo probablemente compartan ciertas cualidades que no reflejan otra cosa que tus propios valores.
Eso es lo que ha hecho que esas personas ocupen un lugar privilegiado de tu memoria y esos valores son las cuerdas invisibles que sostienen tu vida.
Ya tienes tu lista, adelante, coge una servilleta o escribe en el margen de tu libro cuáles son porque este viaje no ha hecho más que empezar.
Ser conscientes de cuáles son nuestros valores nos confiere inmediatamente una carga de energía extra, empezamos a sentirnos menos perdidos, empezamos a tener un mayor sentido de nuestra identidad y actuar en consecuencia con nosotros mismos.
También aumenta nuestro autoestima y toda esta fortaleza nos permite diseñar la vida que queremos, renunciando a todos aquellos hábitos o relaciones que aunque nos provocan un bienestar en el momento presente se alejan del lugar en el que desde el corazón deseamos estar en el futuro.
¿Por qué a veces nos alejamos de nuestros valores? ¿Por qué renunciamos a nuestra esencia en una búsqueda mal entendida de reconocimiento o afecto?
Tratamos de encajar en un patrón que moldea nuestra identidad y nuestras expectativas. Me viene la imagen de un perro dando vueltas sobre sí mismo persiguiendo su propia cola, como si en un intento desesperado quisiesemos coger energía de afuera sin reparar en toda la energía que habita en nuestro interior.
Cuando no nos comportamos como la persona que en nuestro foro interno creemos ser nos sentimos desconectados, raros y muchas veces frustrados y enfadados con nosotros mismos.
Aceptar quién somos, que tenemos una historia totalmente personal que nos confiere unos valores absolutamente propios, es el primer paso para alcanzar nuestro máximo potencial.
Afortunadamente somos únicos y distintos al resto y eso sólo nos puede convertir en un valor en sí mismo de aprendizaje y crecimiento tanto para nosotros como para las personas que nos rodean.
Cuando intentamos caminar con los zapatos de otro a lo único que podemos aspirar es a sentirnos incomodos o a tener rozaduras porque o bien nos quedan grandes o bien muy pequeños.
Eso no significa que nuestros valores no puedan variar, es más, nuestro top ten de valores está continuamente intercambiando posiciones en función del papel que jugamos en cada momento y de la flexibilidad con la que deseamos interpretarlo. Ahí está una de los mayores trabajos que exige convivir en esa fina línea entre valores y la propia vida, la flexibilidad.
La flexibilidad es un valor en sí mismo que muchas veces no nos permitimos tener y que a sus vez nos arrastra hasta un viejo conocido, al que en uno de mi artículos definí como la forma más sutil de autosabotaje y que no es otro que la culpa.
A veces, tener unos valores demasiado rígidos, a pesar de empoderarnos y mantenernos conectados con nosotros mismos, también nos puede aislar en una jaula donde dejamos de ser uno con la propia energía del universo.
Cuestionar nuestro sistema de valores es la mejor manera de alcanzar nuestro máximo potencial pero sin embargo, dejarse arrastrar por las dudas es el origen de la pérdida de confianza en nosotros mismos.
Esta pérdida de confianza, con la consecuente dispersión de energía derivada de ella, nos hace sentirnos inseguros, preocupándonos por decisiones del día día tan pequeñas como que tipo de leche comprar cuando estamos en el supermercado.
¿Cómo ser flexibles y a la vez firmes con quienes somos?
Retomando el ejemplo de Ghandi y colocándonos en su primer viaje a Inglaterra para estudiar derecho. Cuando este joven hindú llego al país se vio totalmente inmerso en una ciudad de distintas costumbres. Sus condiscipulos indios estimaban una estupidez su insistencia en cumplir su promesa sobre alimentación vegetariana. Sin embargo, Ghandi caminó de pensión en pensión, sin saciar nunca su hambre, hasta encontrar un restaurante vegetariano. Allí encontró un libro titulado “en defensa del vegetarianismo”, una lectura que le reforzó en lo que él era y creía. Había encontrado “autoridad”. El vegetarianismo fue para Ghandi una gran ayuda en diversas e inesperadas formas, gracias a el entró a formar parte de la junta directiva de la Sociedad Vegetariana de Londres, donde tuvo su primera experiencia en organización, una experiencia que transformaría la vida de este tímido muchacho de orejas puntiagudas que liberaría al pueblo hindú años más tarde.
Perseguir tus valores te coloca en el lugar adecuado para hacer de tu vida un excitante viaje lleno de desafíos. Esto es lo que podriamos definir como una especie de receta de la felicidad.
Instrucciones para la elavoración de la receta:
Define tu top-ten de valores y tenlos siempre cerca. Puedes apuntarlos en la nevera, el espejo del baño o en el fondo de pantalla de tu ordenador.
Establece un compromiso contigo mismo y con la vida que decides llevar a partir de hoy. Recuerda que nuestra palabra representa nuestra identidad.
Actúa de manera coherente con tus valores y guiáte de ellos como si de una brújula se tratase.
Incorpora la flexibilidad y la firmeza como parte del proceso
Y nunca dejes de cuestionarte, porque sólo a través del cambio uno puede llegar a encontrarse a sí mismo.
Instrucciones para la elavoración de la receta:
Define tu top-ten de valores y tenlos siempre cerca. Puedes apuntarlos en la nevera, el espejo del baño o en el fondo de pantalla de tu ordenador.
Establece un compromiso contigo mismo y con la vida que decides llevar a partir de hoy. Recuerda que nuestra palabra representa nuestra identidad.
Actúa de manera coherente con tus valores y guiáte de ellos como si de una brújula se tratase.
Incorpora la flexibilidad y la firmeza como parte del proceso
Y nunca dejes de cuestionarte, porque sólo a través del cambio uno puede llegar a encontrarse a sí mismo.
Por Alvaro Cea
http://www.revistanamaste.com/una-receta-de-la-felicidad-valores-identidad-y-gandhi/
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