Anji Carmelo y Lujan Comas, autoras de "¿Existe la muerte?".(Pepa Poch) |
¿Qué pasa con la energía que daba vida al cuerpo cuando morimos? ¿En qué se transforma? ¿Cómo pueden explicarse las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM)? ¿La conciencia es un mero producto del cerebro? ¿Somos un cuerpo o tenemos un cuerpo? Y, en definitiva, ¿existe la vida después de la muerte? A todas estas preguntas y a otras relacionadas con la trascendencia han respondido a El Confidencial la doctora en Metafísica Anji Carmelo y la médico anestesista Luján Comas, quienes acaban de publicar ¿Existe la muerte? Ciencia vida y trascendencia (Plataforma actual). Una aproximación a un tema tabú, que abordan sin tapujos combinando el enfoque científico y el espiritual.
La construcción cultural de la muerte es uno de los elementos que más nos limitan a la hora de abordar estas cuestiones, advierten las autoras.“Cuando sólo creemos en la materia, en lo que podemos ver y tocar, entonces pensaremos que hay un final, aunque no nos guste. Sin embargo, si tendemos a enfocar las cosas desde una visión más trascendental y espiritual, entonces tendremos una actitud más abierta y sin miedos”, apunta Carmelo. Parafraseando al médico y director de Advanced Cell
Technology, Robert Lanza, famoso por sus hipótesis que tratan de explicar la inmortalidad desde la física cuántica, “morimos porque creemos en la muerte”.
Las creencias personales de cada uno, principalmente las religiosas, insisten las autoras, proporcionan un marco interpretativo que poco ayuda a la hora de abordar estas cuestiones. “Si atendemos a las conclusiones de diferentes estudios de física cuántica, como los de Lanza, observamos que en realidad existen múltiples posibilidades, pues la energía no puede destruirse. Sus tesis son que esta energía se distribuiría por el multiverso o universos paralelos”, añade Carmelo. Por tanto, la vida nunca dejaría de existir en este sentido.
POR QUÉ ES TAN DIFÍCIL ENFRENTARSE A LA MUERTE
Las limitaciones del marco interpretativo construido culturalmente quedan patentes cuando se toman a los niños como objeto de estudio. Una investigación dirigida por las psicólogas Natalie Emmons y Deborah Kelemen, que incluyó diversos grupos de discusión con varios grupos de niños, divididos por edades (desde los cinco hasta los doce años) y entorno social (campo y ciudad), llegó a la conclusión de que todos ellos eran propensos a pensar que existieron antes de haber sido concebidos. Una existencia que no sería tanto material, sino espiritual, pues en su mayoría apuntaron que durante esa etapa ‘pre-vida’ tendrían emociones y sentimientos, pero no capacidades físicas, como ver, escuchar o hablar.
La creencia universal de que el alma existe antes de que se produzca la concepción, va disminuyendo a medida que los niños se van haciendo mayores. Así, esta idea prevalecía en casi el 90% de los participantes con cinco y seis años, mientras que descendía hasta poco más del 70% en el grupo de edad de once y doce años. Por tanto, la reencarnación es un pensamiento intuitivo, pero se va perdiendo a medida que aumenta la capacidad de raciocinio.
Para Comas, no hay duda de que existe un ‘patrón cognitivo universal’ alrededor del concepto de inmortalidad, aunque este se va alterando a medida que los niños van desarrollándose. De hecho, “con los niños nunca tienes que hacer terapia de duelo o acompañamiento. Para ellos es muy fácil enfrentarse a la muerte. La ausencia de creencia permite que no estén predispuestos a nada, y sólo necesitan ver a los mayores bien para sentirse también bien”.
Las limitaciones del marco interpretativo construido culturalmente quedan patentes cuando se toman a los niños como objeto de estudio. Una investigación dirigida por las psicólogas Natalie Emmons y Deborah Kelemen, que incluyó diversos grupos de discusión con varios grupos de niños, divididos por edades (desde los cinco hasta los doce años) y entorno social (campo y ciudad), llegó a la conclusión de que todos ellos eran propensos a pensar que existieron antes de haber sido concebidos. Una existencia que no sería tanto material, sino espiritual, pues en su mayoría apuntaron que durante esa etapa ‘pre-vida’ tendrían emociones y sentimientos, pero no capacidades físicas, como ver, escuchar o hablar.
La creencia universal de que el alma existe antes de que se produzca la concepción, va disminuyendo a medida que los niños se van haciendo mayores. Así, esta idea prevalecía en casi el 90% de los participantes con cinco y seis años, mientras que descendía hasta poco más del 70% en el grupo de edad de once y doce años. Por tanto, la reencarnación es un pensamiento intuitivo, pero se va perdiendo a medida que aumenta la capacidad de raciocinio.
Para Comas, no hay duda de que existe un ‘patrón cognitivo universal’ alrededor del concepto de inmortalidad, aunque este se va alterando a medida que los niños van desarrollándose. De hecho, “con los niños nunca tienes que hacer terapia de duelo o acompañamiento. Para ellos es muy fácil enfrentarse a la muerte. La ausencia de creencia permite que no estén predispuestos a nada, y sólo necesitan ver a los mayores bien para sentirse también bien”.
EL PATRÓN DE LAS EXPERIENCIAS CERCANAS A LA MUERTE
Otra de las evidencias que demuestran la cerrazón intelectual a la hora de abordar la inmortalidad son las ECM, sobre las que Comas llama la atención. Alrededor del 18% de las personas que sobreviven a una parada cardíaca aseguran haber tenido una. Se trata de pacientes que, durante el tiempo de duración de un coma o de muerte clínica, en el que supuestamente desaparecen todas las señales externas de vida, incluida la conciencia, son capaces de narrar luego sus sensaciones y percepciones, aunque no se registre actividad cerebral alguna.
Cada vez existen más estudios científicos sobre las ECM, y todos ellos han descartado factores externos que pudiesen provocarlas. “Se ha comprobado que cuando el cerebro, que es uno de los organismos más sensibles, deja de funcionar, mueren las neuronas y no tiene oxígeno, algunas personas en coma son capaces de tener sensaciones, percibirse a sí mismas como un ser completo que ve, escucha y siente”, explica Comas.
Un extremo que lleva sorprendiendo a la comunidad científica desde las primeras investigaciones realizadas por el cardiólogo Pim van Lommel. Ahora, un proyecto conjunto en el que trabajan diez hospitales holandeses y 25 británicos tratará de arrojar más luz sobre esta cuestión. Sin embargo, quien más ha contribuido a divulgar estos fenómenos es el neurocirujano de la Universidad de Harvard, Eben Alexander, gracias a su relato en primera persona sobre la vida después de la muerte.
Una de las cuestiones más sorprendentes sobre las ECM es que existen una serie de patrones que se repiten en todas las personas que las experimentan. Como apunta Comas, “todos coinciden en describir una sensación de paz increíble, de amor incondicional y en la que nadie te juzga. Difícilmente quieren volver, pero es como si se viesen obligados a hacerlo porque tienen algo pendiente”. Por otra parte, añade la médico anestesista, “todos cambian sus vidas después tener una ECM, modifican su escala de valores, afrontan la vida de una manera radicalmente diferente y pierden el miedo a la muerte”.
Otra de las evidencias que demuestran la cerrazón intelectual a la hora de abordar la inmortalidad son las ECM, sobre las que Comas llama la atención. Alrededor del 18% de las personas que sobreviven a una parada cardíaca aseguran haber tenido una. Se trata de pacientes que, durante el tiempo de duración de un coma o de muerte clínica, en el que supuestamente desaparecen todas las señales externas de vida, incluida la conciencia, son capaces de narrar luego sus sensaciones y percepciones, aunque no se registre actividad cerebral alguna.
Cada vez existen más estudios científicos sobre las ECM, y todos ellos han descartado factores externos que pudiesen provocarlas. “Se ha comprobado que cuando el cerebro, que es uno de los organismos más sensibles, deja de funcionar, mueren las neuronas y no tiene oxígeno, algunas personas en coma son capaces de tener sensaciones, percibirse a sí mismas como un ser completo que ve, escucha y siente”, explica Comas.
Un extremo que lleva sorprendiendo a la comunidad científica desde las primeras investigaciones realizadas por el cardiólogo Pim van Lommel. Ahora, un proyecto conjunto en el que trabajan diez hospitales holandeses y 25 británicos tratará de arrojar más luz sobre esta cuestión. Sin embargo, quien más ha contribuido a divulgar estos fenómenos es el neurocirujano de la Universidad de Harvard, Eben Alexander, gracias a su relato en primera persona sobre la vida después de la muerte.
Una de las cuestiones más sorprendentes sobre las ECM es que existen una serie de patrones que se repiten en todas las personas que las experimentan. Como apunta Comas, “todos coinciden en describir una sensación de paz increíble, de amor incondicional y en la que nadie te juzga. Difícilmente quieren volver, pero es como si se viesen obligados a hacerlo porque tienen algo pendiente”. Por otra parte, añade la médico anestesista, “todos cambian sus vidas después tener una ECM, modifican su escala de valores, afrontan la vida de una manera radicalmente diferente y pierden el miedo a la muerte”.
“EN POCO TIEMPO LA CIENCIA SERÁ CAPAZ DE OFRECER RESPUESTAS”
Para Comas, que también se dedica a al apoyo de personas en situaciones de duelo o de enfermedad, la ausencia de miedo a la muerte es fundamental para afrontar la vida. “Lo que yo propongo es aprender a vivir con la muerte en el día a día. Se trata de poner las cosas en situación, aprender a vivir el aquí y el ahora, un cambio de enfoque que es una herramienta muy útil para la trascendencia”. Un enfoque beneficioso, reitera, tanto para afrontar la enfermedad, como para cualquier crisis vital o problema. “Si levantamos la mirada seremos mejores, más fuertes y tendremos una vida más agradable”, sentencia.
Una de las mayores cortapisas y que generan más sufrimiento a la hora de enfrentarnos a la muerte son “las asignaturas pendientes”, apunta Carmelo. “Somos los peores jueces de nosotros mismos y nos culpabilizamos mucho. Si sabemos perdonarnos, y perdonar también a los que nos han hecho algún tipo de daño, evitaremos arrastrar sufrimientos que se vuelven insoportables. Esto le sucede a mucha gente hasta el punto de que en pacientes a los que no les mitiga el dolor ni la morfina, se recuperan mediante la meditación que consiste en pedir perdón, perdonándonos a nosotros mismos y a los demás”.
Los avances científicos realizados en los últimos años han puesto en evidencia algunas de las convenciones sociales más arraigadas sobre la vida y la muerte. No en vano, cada vez existe una mayor financiación para este tipo de estudios. Algunos de ellos, como el Proyecto Inmortalidad, promovido por la fundación John Templeton, incluso manejan presupuestos millonarios. Por todo ello, y por “la velocidad a la que se están desarrollando las investigaciones”, las autoras defienden que en poco tiempo la ciencia será capaz de ofrecer respuestas más certeras sobre la muerte.
“Todo estos descubrimientos se deben a la ingeniería, un campo que cada vez cuenta con más herramientas, como el acelerador de partículas, y con el que seremos capaces de ver más allá, como si se tratase de un microscopio. Yo, personalmente, estoy segura de que en muy poco tiempo, la ingeniería va ayudar a la humanidad a comprender que existe algo más, que no todo se acaba con la muerte”, sentencia Comas.
Para Comas, que también se dedica a al apoyo de personas en situaciones de duelo o de enfermedad, la ausencia de miedo a la muerte es fundamental para afrontar la vida. “Lo que yo propongo es aprender a vivir con la muerte en el día a día. Se trata de poner las cosas en situación, aprender a vivir el aquí y el ahora, un cambio de enfoque que es una herramienta muy útil para la trascendencia”. Un enfoque beneficioso, reitera, tanto para afrontar la enfermedad, como para cualquier crisis vital o problema. “Si levantamos la mirada seremos mejores, más fuertes y tendremos una vida más agradable”, sentencia.
Una de las mayores cortapisas y que generan más sufrimiento a la hora de enfrentarnos a la muerte son “las asignaturas pendientes”, apunta Carmelo. “Somos los peores jueces de nosotros mismos y nos culpabilizamos mucho. Si sabemos perdonarnos, y perdonar también a los que nos han hecho algún tipo de daño, evitaremos arrastrar sufrimientos que se vuelven insoportables. Esto le sucede a mucha gente hasta el punto de que en pacientes a los que no les mitiga el dolor ni la morfina, se recuperan mediante la meditación que consiste en pedir perdón, perdonándonos a nosotros mismos y a los demás”.
Los avances científicos realizados en los últimos años han puesto en evidencia algunas de las convenciones sociales más arraigadas sobre la vida y la muerte. No en vano, cada vez existe una mayor financiación para este tipo de estudios. Algunos de ellos, como el Proyecto Inmortalidad, promovido por la fundación John Templeton, incluso manejan presupuestos millonarios. Por todo ello, y por “la velocidad a la que se están desarrollando las investigaciones”, las autoras defienden que en poco tiempo la ciencia será capaz de ofrecer respuestas más certeras sobre la muerte.
“Todo estos descubrimientos se deben a la ingeniería, un campo que cada vez cuenta con más herramientas, como el acelerador de partículas, y con el que seremos capaces de ver más allá, como si se tratase de un microscopio. Yo, personalmente, estoy segura de que en muy poco tiempo, la ingeniería va ayudar a la humanidad a comprender que existe algo más, que no todo se acaba con la muerte”, sentencia Comas.
http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2014-07-14/todos-los-que-tienen-una-ecm-cambian-su-vida-saben-que-la-muerte-no-es-el-final_158749/
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