15 de julio de 2014

“La economía se ha globalizado, pero las instituciones y la democracia no”

Esa masa social flotante, casi viscosa, que asumía su cotidianeidad como parte de una dinámica hacia un futuro prometedor, paulatinamente se va convirtiendo en líquida y fluye como un torrente, exigiendo cambios y desregulaciones.



Las diversas posiciones académicas e intelectuales con respecto a la urgente necesidad de plantear un nuevo orden democrático y político parecen sonar con mayor intensidad en esta aldea global que bien podría asemejarse a un holograma que, conociendo su forma, proyecta otra distinta producto de su inequívoca bipolaridad. En buenas cuentas, se trata, pues, de subrayar que este mundo globalizado aún tiene cuentas pendientes con temas determinados y determinantes.

Parafraseando a los académicos: “La economía se ha globalizado, pero las instituciones y la democracia no”.

Las sociedades se van fragmentando cada vez más, producto de los sistemas políticos que los van acondicionando paulatinamente hacia un puñado de ideas y de acciones. Esas sociedades se van haciendo cada vez más inertes y anquilosadas en un mundo en el que ya no importa cuán integrado se esté a esa aldea de McLuhan, si en realidad esa integración se

reduce a poco y no se tiene un ejercicio amplio de una democracia mucho más incluyente y articuladora.

La política, como fuente narcotizadora de las sociedades, no ha hecho otra cosa que bloquear avances sustanciales en materia de participación integral hacia una convivencia más fluida entre seres humanos. La democracia no es un concepto teórico, es un ejercicio inalienable e imprescriptible. La democracia no se la debate ni se la conceptualiza, se la ejerce y se la practica diariamente.

“El gran criminal del siglo XX, decía Octavio Paz, es el Estado, sobre todo en los países en los que éste posee la propiedad de los medios de producción, de la ideología y, por ende, de los productos del trabajo y de las almas de sus habitantes”.

“Las crisis globales requieren soluciones globales”.

El “Manifiesto por la democracia global” lanzado a principios de este año por un grupo de intelectuales, escritores y artistas de todo el mundo a los líderes mundiales y políticos y a los ciudadanos de este planeta en Buenos Aires, ya es el cuarto que se hace a nivel mundial. Anteriormente se lo había hecho en Londres, Italia y en el Museo de San Telmo de San Sebastián, en España.

Este manifiesto, que desde mi punto de vista sostiene propuestas claras, surgidas de vertientes comunes; carencias y necesidades actuales, no sólo pone a consideración los seis o siete puntos que serían el núcleo articulador de toda una nueva corriente democratizadora que invita a una participación activa “para ser ciudadanos del mundo y no meros habitantes”. Sino que también abre un gran debate mundial sobre cómo, los líderes mundiales y sus Gobiernos, han estado encaminando la inclusión y coparticipación de sus ciudadanos en temas que les incumben directamente a ellos.

Este manifiesto, me trae a la memoria el libro “Modernidad Líquida”, del filósofo y sociólogo polaco Zygmunt Bauman, en el que se advierte cómo la humanidad y su interacción diaria no sólo refleja la precariedad de sus vínculos en un mundo altamente individualista, sino que también esa liquidez puede ser explosiva, impredecible y deshacer por completo ese nudo social unitario para transformarlo en una ola de protestas, liberando energía y asumiendo los retos, angustias y miedos de una humanidad hastiada de la imposición y de la unilateralidad.

La modernidad líquida es una metáfora del cambio: “Los sólidos conservan su forma y persisten en el tiempo: duran, mientras que los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen. Como la desregulación, la flexibilización o la libertad de los mercados”.

Esa masa social flotante, casi viscosa, que asumía su cotidianeidad como parte de una dinámica hacia un futuro prometedor, paulatinamente se va convirtiendo en líquida y fluye como un torrente, exigiendo cambios y desregulaciones. Interpelando y planteando necesidades colectivas, dejando de lado esa unidad casi inamovible de las autosatisfacciones.

El manifiesto en cuestión tiene la rúbrica de personalidades como Noam Chomsky, Ulrich Beck, Susan George,Saskia Sassen, Richard Sennet, Juan José Campanella, Fernando Savater y Jorge Lanata, entre muchos otros.

El afán fundamental es tomar una posición colectiva y global en pos de alcanzar un orden mundial más equitativo y participativo. “Globalizar la democracia es la única manera de democratizar la globalización”, dicen.

Articulo de Ruddy Orellana en lostiempos.com





http://ssociologos.com/2014/07/10/la-economia-se-ha-globalizado-pero-las-instituciones-y-la-democracia/

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