7 de junio de 2014

Trascender


No tienes que trascender nada. Tienes que vivir todo lo que sea natural para ti, y vivirlo plenamente, sin inhibición, alegremente, estéticamente. Simplemente por vivirlo con profundidad, la trascendencia vendrá.
No tienes que trascender nada. Recuerda mis palabras. La trascendencia viene por sí misma, y cuando lo hace es una gran liberación y una gran libertad.

Si tratas de trascender, vas a reprimir, y la represión es la única razón por la que la gente no puede trascender; así estás entrando en un círculo vicioso. Quieres trascender y por eso reprimes, y como reprimes no puedes trascender, por lo que reprimes aún más. Al reprimir más te haces más incapaz de trascender.
Vívelo plenamente, sin condena, sin que la religión interfiera con tu vida. Vívelo con naturalidad, intensamente, totalmente, y la trascendencia vendrá. No es algo que hagas, es algo que ocurre. Y cuando viene por sí misma, no hay represión, no hay antagonismo.
Estás por encima de todas las cosas que querías trascender, por ejemplo, el

sexo. Pero una trascendencia real no significa que no puedas hacer el amor. Por supuesto que tu amor tendrá una cualidad completamente diferente. No será sexual, no será un impulso biológico, no será animal; simplemente será un juego entre dos energías humanas.
Si la trascendencia viene por sí misma, entonces hay muchas cosas que, en mayor o menor medida, desaparecen. Pero no estás en contra de las cosas que desaparecen. Todavía puedes disfrutar de ellas. Por ejemplo, en un estado de trascendencia no eres un adicto a la comida, pero eso no quiere decir que no disfrutes de vez en cuando de ir a un restaurante chino.
La trascendencia te hace libre; no te da una nueva atadura: primero eras tan adicto que tenías que ir al restaurante, ahora eres tan adicto que no puedes ir. La trascendencia significa que a partir de ese momento toda adicción desaparece: puedes ir y puedes no ir. No estás a favor ni en contra.
Puede que fumes. La trascendencia no significa que de vez en cuando no puedas fumarte un cigarrillo con tus amigos. No creo que fumar un cigarrillo de vez en cuando destruya tu espiritualidad. Y si la destruye, entonces esa espiritualidad no merece la pena.
Algunos no pueden fumar, no por la trascendencia, sino por evitar o acentuar un problema respiratorio. No siento ningún antagonismo contra los pobres cigarrillos; lo que sucede es que no puedo tolerar el olor del tabaco ni puedo inhalar el humo. Pero esto es un problema de mi cuerpo, es mi alergia. Cuando veo a alguien fumando no pienso que esa persona esté condenada para siempre, no pienso que vaya a ir al fuego del infierno.
En mí no surge una condena. Está sólo, no tiene nada más que hacer, y sus padres y la sociedad le repiten continuamente que es mejor hacer algo que no hacer nada…, por eso el pobre hombre prefiere hacer algo que no hacer nada. Al menos está fumando.
La trascendencia se parece mucho a un estado infantil.
La trascendencia es un estado de no-adicción…, como el juego de un niño.
Cuando el sexo lo vives intensamente, con el tiempo lo trasciendes, de la misma forma que trasciendes jugar al tenis. Una día lo arrojas lejos de ti: «¡Ya basta!». Trasciendes el fútbol, trasciendes todo tipo de cosas.
Para mí la trascendencia es producto de la experiencia. Ves la inutilidad de algo y dejas atrás la adicción. Entonces, de vez en cuando, para cambiar, si quieres fumar no le veo nada malo; si quieres hacer el amor no le veo nada malo. El daño lo produce la adicción, no el acto mismo. Y la trascendencia no tiene que ver con el acto; la trascendencia tiene que ver con la adicción.
Y estar completamente libre de adicciones supone una gran libertad.





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