11 de abril de 2015

Tras la máscara…


Cuando no aceptamos la verdad, cuando decidimos no creer, esas actitudes dejan una huella y el antifaz que le ponemos a la verdad, nos vuelve fríos y distantes. Caprichosos. Rebeldes. La máscara de la personalidad está tan adherida al rostro que no podemos ver sin ella y creemos que el hecho de quitarla, nos haría débiles y no aptos para este mundo.

Entonces, el yo “máscara” toma el control y gobierna nuestros días, el brillo de los ojos se opaca, el amor queda ahogado y hundido en el centro del pecho, el desborde emocional toma casi por completo el mando y cada palabra emitida contiene en sí la vibración sonora de la turbación, el descontento, la ira o el fastidio.

Susceptibilidad. Quejas. Tildes. Falta de agradecimiento. Etapas por las que atravesamos cuando el soberano de nuestra tierra es la personalidad y sólo busca perpetuarse en el trono para hacer culto al brillo de su esencia.

En este autoengaño, donde el pensamiento envuelto en la emoción se hacen uno, se crean falsas ilusiones con las que la mente se alimenta y afecta la forma de percibir las cosas, genera confusión, conflicto, una guerra entre lo efímero y lo eterno.

El hábito de engañarse se torna tan cotidiano que se busca una constante justificación del mismo, porque esa bruma se torna vital, segura, poderosa y
demanda la permanencia.

Así, el Alma se convierte en esclava de este juego engañoso de la personalidad, que no acepta la verdad de lo que es. Y evade la transformación una y otra vez. Elegir la paz superficial a la paz profunda. El coqueteo antes que el compromiso con las propias miserias.

Llegará ese momento, que la tolerancia a la verdad se cristalice y en ese tan necesario emerger, el cristal grueso del miope se rompe. Sufrimiento. Bronca. Dolor por haber comprado tanta creencia, por haberse faltado el respeto y estar tan lejos del amor, tan lejos de sí mismo.

El peso de la verdad es tan fuerte que te obliga a transformarte, a conocerte, a flexibilizar el cuerpo emocional, a rendirte a lo que es , a posar la mirada bajo la alfombra y con una potente luz iluminar las dificultades, el ego y las rebeldías.

Tener la humildad para reconocer las propias adversidades. Valor para atravesar el primer umbral que motive el camino de retorno. Templanza para controlar pasiones y un profundo heroicismo para ganarse a sí mismo cada batalla que tendrá el elixir de la libertad.

La máscara cae por su propio peso. El corazón que durante tanto tiempo soportó el silencio, clama por la libertad y el ímpetu para la expansión de la conciencia. El agradecimiento, fruto de la experiencia, eleva la tensión del pasado a la naturalidad y fluidez del presente, al encender con su luz la posibilidad plena de un nuevo estado.

En este proceso donde un mundo muere y otro nace, el amor transforma y consagra el fuego ardiente en luz, en purificación y redención. Sólo la belleza, la plenitud y la bondad pueden brotar de la fuente magnética de un corazón abierto, capaz de dar y recibir amor en abundancia.



Lic. Jimena Rodríguez



https://periodismodelalma.wordpress.com/2015/03/17/tras-la-mascara-2/

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