En las estanterías de los supermercados se pueden contabilizar hasta 170.000 alimentos diferentes, que también difieren en su calidad. De hecho tanta diversidad hace que el cliente no acierte a diferenciar y a elegir bien, lo que también tiene sus pegas, pues una “bendición” tal de productos puede terminar siendo una maldición. Si por ejemplo 20 proveedores compiten por ganarse los favores del consumidor, éste se encontrará en la tesitura de decidir cuál elige. ¿Y qué es lo que al final nos hace decidirnos por un producto u otro? Principalmente el precio y la calidad. El precio es fácil reconocerlo, pero ¿expresan los ingredientes realmente la calidad del producto? No, más bien supone un reto averiguar qué son por ejemplo el sirope de glucosa, el extracto de levadura, los reguladores de la acidez o los emulsionantes.
El presidente de una gran empresa alemana de alimentación dijo: “Cuando les doy una etiqueta con una lista de ingredientes a mis mejores profesionales, éstos no son capaces de reconocer de qué ingredientes se trata en realidad”. Sin embargo los consumidores hemos de leer las etiquetas y decidirnos según ellas. Una vez más la pregunta es ¿quién protege realmente a los consumidores?
Las denominaciones para la comercialización de alimentos básicamente las regula la Comisión para la Seguridad Alimentaria, una comisión del Ministerio para la alimentación y la protección del consumidor que edita el llamado Libro de los Alimentos, algo así como la Biblia de la industria alemana de la alimentación, el cual contiene datos muy interesantes, por ejemplo que el pan no tiene que estar horneado, que la crema de frutas no tiene por qué contener fruta, que la ensalada de sardinas también se puede elaborar con carne de vaca, que el pudin de chocolate sólo tiene que contener un 1% de cacao, pero que a pesar de ello se le puede llamar “pudin de chocolate”, que la ensaladilla de patatas sólo tiene que tener un 20% de patatas y que a un conglomerado de bolas de almidón y trozos de carne se le puede denominar jamón. Lo que significa que dicho libro beneficia en primer lugar al fabricante, en detrimento del consumidor.
El periodista Hans-Ulrich Grimm es conocido en Alemania como el doctor Watson alemán, pues con su trabajo ha destapado lo que se esconde tras el marketing de la industria alimenticia. Hans-Ulrich manifestó: «En la industria alimenticia, en esa "cultura de supermercado" sólo existen dos motivos para la producción de alimentos: uno se llama “Shelf-life”, que es el hecho de que las cosas tienen que conservarse en buen estado durante mucho tiempo, tanto como esté el producto en las estanterías, quedando en segundo término la salud de las personas. Y el otro motivo es que todo debe ser barato, barato, barato, lo que obliga, en este mundo paralelo, a que en lugar de tomar el correspondiente alimento real, se utilicen sustitutos químicos”.
Ecoportal.net
Del programa: ¿Qué grado de honestidad tienen los alimentos?
www.radio-santec.com
http://www.ecoportal.net/Temas_Especiales/Salud/Sabemos-realmente-lo-que-comemos
No hay comentarios.:
Publicar un comentario