Las hazañas de nuestra civilización te acosan, están por todas partes. Al entrar a la ciudad ves todas esas hectáreas de coches fabricados en los últimos meses, perfectamente alineados, listos para vender, y piensas ¿se venderán todos? En un documental ves que en un espacio dónde cabrían once estadios de fútbol, cerca de Accra, la capital de Ghana, se almacenan millones de toneladas de desechos electrónicos y piensas ¿se vendieron todos? O como en aquella ocasión en que visité una planta para elaborar tomate frito. Era como una pequeña central nuclear por donde millones de tomates circulaban en un circuito de tuberías que permitían la asombrosa producción de miles de barriles.
Hazañas que son metáforas del hambre. Pues aunque al hablar del hambre identificamos una grave situación de déficits, en realidad su origen no es más que la cara B de la sobreproducción, algo santificado por el capitalismo, que ha encontrado, en estos tiempos de la globalización neoliberal, el mejor de los escenarios: un mercado global y unas políticas diseñadas para mercadear.
Cuando leemos que se produce casi el doble de lo que se requiere para alimentar a toda la población mundial, lo que hemos de interpretar no es sólo
que el problema del hambre no es la falta de alimentos, sino que el problema es precisamente el exceso de materias primas, porque en el mundo actual nos encontramos que más del 20% de las tierras cultivadas están produciendo materias primas como la palma africana, colza, caña de azúcar, soja y plantaciones de árboles que no es que no se coman directamente, que lo es, sino que esas áreas agrícolas se han conseguido a base de expulsar a millones de personas que ahí tenían su sustento. Y ahora no. Pero además, buena parte del resto de cultivos tampoco están respondiendo a su objetivo alimentario sino que sirven al juego de los intereses económicos. Por un lado, de quienes en las bolsas de valores, cual malabaristas con sus bolas, hacen subir y bajar su precio en función de sus inversiones. Por otro, vemos como los alimentos -imantados por donde está el poder adquisitivo- viajan del sur al norte, de los lugares del hambre a los lugares de la abundancia. Hay un ejemplo que que me martillea. ¿Saben ustedes que alrededor del lago Victoria dos millones de personas pasan hambre cuando, cada día, desde ahí viajan dos millones de raciones de perca del Nilo hacia los mercados internacionales?
Ninguna de las soluciones al hambre pasa por producir en cada territorio, con el esfuerzo de sus gentes, la parte sustancial para una alimentación suficiente y sana. Al contrario, se insiste en la necesidad de incrementar las producciones en base a un sistema productivo que depende del uso y abuso de un recurso finito, el petróleo; que castiga a la tierra hasta llevarla al agotamiento; y que acaba con la biodiversidad, vital para adaptarse a los cambios climáticos. No sólo es responsable del hambre actual, será responsable de un hambre que huele a colapso.
G. DUCH, autor de 'No vamos a tragar' y coordinador de la revista 'Soberanía Alimentaria'
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