La edad no te condiciona, lo que te condiciona a la hora de seguir aprendiendo, cambiar de profesión, enamorarte, conocer nuevas personas o iniciarte en una afición es la interpretación que tú le das a tu edad.
En esta vida todo es relativo. ¿Por qué te ves mayor para emprender o hacer algo nuevo si no sabes qué día te vas a morir? ¡Desconoces por completo cuántos años vas a estar aquí! Las personas que por desgracia han fallecido jóvenes, víctimas de una enfermedad o de algún accidente, nunca pensaron que eran demasiado mayores para estudiar su carrera.
Se limitaron a vivir. No tenemos información de cuándo acaba nuestra historia, así que no tenemos capacidad para establecer cuándo somos mayores para algo. Mi abuela se inició en la informática a los setenta y pico. Hoy tiene ochenta y nueve y maneja el ordenador y las redes sociales mejor que alguien de cincuenta que cree que ya no tiene edad para cambiar su metodología de trabajo o para aprender algo nuevo de informática. ¡Quién le iba a decir que con setenta y pico todavía le quedaban veinte años de experiencia informática!
No es la edad, es la actitud. Las personas jóvenes no son las que están por debajo de los 40 o los 30, sino las que se sienten llenas de vida, de ideas, de proyectos, las que desean vivir de forma plena y seguir aprendiendo. La juventud es aprendizaje y tenemos capacidad de aprendizaje hasta que morimos. Decía Eduardo Mendicutti en su libro Mae West y yo que hasta la muerte, todo es vida.
Muchas son las personas que han decidido hacer su carrera universitaria cuando llevan veinte años trabajando en otra profesión. Le han dado un giro a sus vidas y se sienten ahora plenamente satisfechas. Les costó esfuerzo, quitarse horas de descanso o de otras actividades, pero no dejaron de perseguir y trabajar por un sueño.
Que no te asuste la falta de memoria o de concentración. A pesar de que el cerebro y las personas perdemos facultades, lo cierto es que nuestra experiencia, la capacidad de relacionar conceptos y otras habilidades suplen lo que vamos perdiendo. Siempre estamos en equilibrio. La capacidad de aprendizaje de alguien que se cree mayor, con tanto que lleva almacenado en el cerebro, a veces es más sencilla que la de una persona de 18 años.
La capacidad de aprendizaje se relaciona con:
La motivación. Cuando algo te interesa de verdad, le prestas atención, inviertes horas y al final terminas por conseguirlo.
Las facultades intelectuales. A pesar que el tiempo reduce ciertas facultades como la memoria, la agilidad mental o la concentración, ninguna de ellas sufre un nivel de deterioro tan grande como para limitarnos el aprendizaje. Y lo más importante, se suplen con la experiencia, el interés y la motivación por querer hacer cosas nuevas.
La estimulación. Necesitas entrenar la mente. Leer, hacer ejercicios, resolver problemas, jugar con palabras, con números o lo que te llame la atención. Cualquier actividad cognitiva te mantendrá la mente ágil.
La paciencia. No se consigue todo a la primera. Plantéate que no tienes opción de tirar la toalla, no existe esta posibilidad. Persevera, aprende de los errores, vuélvelo a intentar. Lo que importa es conseguir la meta, no las veces que tropieces en el camino.
La capacidad de organización. Cuando de adultos tratamos de compaginar una formación nueva, otra carrera universitaria, no siempre podemos dedicarnos de forma plena a ello. Las responsabilidades como los hijos o tener que pagar la hipoteca impiden que dejemos el trabajo actual y podamos estar a pleno rendimiento con lo nuevo. Tendrás que hacer un sobreesfuerzo y compaginar. Y para ello es fundamental gestionar bien el tiempo y saber organizarse. Las personas que hacen más actividades no suelen tener tiempo. Sólo se organizan mejor.
La experiencia es un grado. Conocer los procedimientos, el funcionamiento de la vida en general, lo que es importante y lo que no lo es, facilita que tu concentración esté en lo que es relevante.
No permitas que nada te frene si estás apasionado con tu proyecto. La vida es larga y siempre ofrece nuevas oportunidades. Lo cierto es que hay que salir a por ellas porque rara vez llaman ellas a la puerta.
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