9 de diciembre de 2014

LA FELICIDAD NUNCA ESTÁ AUSENTE

- Rupert Spira
                                                            

P: A menudo soy consciente de que no soy feliz, pero no siempre siento que estoy buscando.

La ausencia de paz y felicidad es la experiencia que conocemos como sufrimiento o infelicidad y siempre viene acompañada de una búsqueda para recuperarlas. No es posible estar sufriendo y no estar en la búsqueda de la paz y la felicidad.

Nosotros, presencia consciente, no tenemos resistencia a nada ni tampoco carecemos de nada. La consciencia simplemente no sabe de carencia o resistencia.

Es muy fácil comprobar que esto es verdad en nuestra experiencia. Con el fin de experimentar cualquier cosa, esa cosa aparente debe primero aparecer en la consciencia y, para aparecer en la consciencia, la consciencia debió ya haber dicho ‘Sí’ a ello.

Podríamos comparar a la consciencia con el espacio abierto de la habitación en donde está sentado tu cuerpo. El espacio de la habitación es inherentemente abierto, vacío y espacioso. No tiene la capacidad para resistirse ante cualquier cosa que aparezca en él. Cualquier cosa que aparezca en la habitación, ya ha sido ‘aceptada’ por el espacio. Esta apertura o ‘aceptación’ de cualquier cosa que ocurra en su interior, no es una cualidad que el espacio pueda encender o apagar a voluntad; es inherente a su naturaleza.

Nuestro ser, presencia consciente, es similar. Esta abierta, vacía, aceptación; este ‘Sí’ absoluto a todas las cosas aparentes, es lo que nuestro ser es, no lo que hace.

La consciencia sólo conoce el ‘Sí’. Sin el surgimiento del pensamiento dentro de ella, no hay nada presente que pueda decir ‘No’ o resistirse la apariencia o la situación actual. Y, por lo tanto, previo al surgimiento del pensamiento, no hay búsqueda - no hay ningún rechazo a la situación actual o el deseo de que sea de una manera diferente a lo que es.

De hecho, sin el surgimiento del pensamiento, la experiencia resulta sumamente íntima incluso para ser conocida como ‘algo:’ como un cuerpo, como una mente, como el mundo o como una ‘situación’.

Sólo hay la indescriptible, pura, continua intimidad de experimentar. En esta intimidad, no hay espacio para ningún sentido de carencia, por eso es conocida como felicidad; no hay espacio para la resistencia, por eso es conocida como la paz; no hay espacio para la separación o la alteridad, y por eso es conocida como el amor.

Por esta razón se dice que la paz, la felicidad y el amor son cualidades inherentes a nuestro ser, a la consciencia. De hecho, no son cualidades. La paz, la felicidad y el amor son sólo otros nombres para la consciencia misma, es decir, otros nombres para nuestro ser.



P: Si la paz y la felicidad son inherentes a nuestra naturaleza, ¿por qué no son experimentadas siempre?

¿Cómo sería posible para la paz, la felicidad y el amor estar a la vez siempre presentes y no ser experimentados?

Esto se debe a un solo pensamiento que aparece en la presencia consciente. Este pensamiento establece que no somos la presencia consciente que conoce nuestros pensamientos, sentimientos, sensaciones y percepciones, sino que más bien somos el pensamiento, el sentimiento, la sensación o la percepción.

Con el surgimiento de este pensamiento parece que dejamos de ser y conocer nuestro yo como presencia consciente, y parece que en su lugar, nos convertimos en una entidad limitada y localizada - en un cuerpo y una mente. Es como resultado de este pensamiento que las cualidades inherentes de la presencia consciente - paz, felicidad y amor - son veladas.

En realidad nunca dejamos de ser esta presencia consciente, ni tampoco las cualidades que son inherentes en nosotros realmente desaparecen. Tan sólo parece que nos convertimos en algo más - en un cuerpo y mente limitado y localizado - y, como resultado, la paz y la felicidad de nuestra verdadera naturaleza son aparentemente velados.

En lugar de conocer a nuestro ser como la paz y la felicidad que prevalecen en el fondo y en el centro de toda experiencia, parece que conocemos a nuestro ser como un objeto del cuerpo y la mente limitado y localizado.

Nuestro ser es degradado de un abierto y vacío espacio de presencia consciente a un objeto limitado y, como resultado, nuestra naturaleza esencial renuncia a sus cualidades inherentes de paz, felicidad y amor y parece adoptar las cualidades de los objetos. Es decir, nos volvemos limitados, sujetos a la desaparición y al cambio, y en última instancia, destinados a morir.

Sin embargo, la paz, la felicidad y el amor realmente nunca desaparecen. Siempre están disponibles en el corazón de cada experiencia y se dan a conocer cuando toda la búsqueda y la resistencia - es decir, cuando la actividad que caracteriza al yo interior, separado - se disuelve. En ese momento, lo que es atemporal, la siempre presente paz y felicidad de nuestra verdadera naturaleza es experimentada. Se experimenta a sí misma.

En otras palabras, sólo hay paz, felicidad y amor o el velo de ellos, pero nunca su ausencia.



P: A menudo me siento feliz cuando obtengo algo y, en particular, a menudo siento amor en relación a alguna persona. Parece razonable, por lo tanto, concluir que los objetos y la gente son responsables de la felicidad y el amor.

Una vez que el pensamiento del ‘yo’ interior, separado surge y nuestro ser, presencia consciente, como resultado, aparentemente se ha contraído dentro del cuerpo, la felicidad y el amor que son inherentes al simple conocer de nuestro propio ser es, por definición, velado.

Es por esta razón que el yo interior imaginario, que es resultado de esta unión exclusiva de nuestro yo con un fragmento, es inherentemente infeliz y está siempre buscando en el mundo exterior imaginario la felicidad y el amor que se ha perdido.

Esta búsqueda tiene un impacto tanto en el cuerpo como en la mente, sometiéndolos, por así decirlo, a un estado de tensión, agitación y mal-estar que busca ser aliviado por la adquisición de un objeto o una relación.

En muchos casos, ese estado de agitación y tensión se convierte en la característica definitoria de la persona, cuya vida entera está más o menos sutilmente orientada hacia el alivio de ese estado de tensión a través de actividades, sustancias y relaciones.

Cuando se obtiene el objeto o la relación deseada, la actividad de búsqueda llega, por un momento, a su término. Con el fin de la búsqueda, la felicidad y el amor, que son la condición natural de nuestro ser, dejan de estar veladas y, como resultado, brillan por un momento en nuestra experiencia.

De hecho, no brillan por un momento. En la ausencia de mente, no hay tiempo. Brillan eternamente, atemporalmente ahora.

Sin embargo, la adquisición de un objeto o de una relación no produce esta felicidad o amor. Más bien, pone fin temporalmente a la búsqueda y así al estado de tensión y agitación que la acompañan, permitiendo que la felicidad y el amor que estaban sentados silenciosamente detrás de ella, por así decirlo, sean plenamente sentidos.

La felicidad y el amor, de hecho, siempre son sentidos pero, modulados a través del prisma del pensamiento del yo separado, son experimentados como un estado de anhelo o deseo.

De ahí que incluso los estados agitados de anhelo y deseo son, de hecho, una expresión de nuestra felicidad innata. Incluso el odio proviene del amor.

La tensión y la agitación del cuerpo o la mente se alivian temporalmente como resultado de esta disolución del yo separado y una ola de paz, ligereza o alegría podría fluir a través de ellos como resultado. Esas olas son sólo el efecto posterior de la transparente y atemporal experiencia de felicidad y paz, la cual no es en sí misma una experiencia del cuerpo o la mente.

Cuando el cuerpo y la mente reaparecen después de esta zambullida en nuestra verdadera naturaleza, a menudo parecen como si hubieran sido purificados de las tensiones y agitaciones que antes estaban presentes, dando lugar a estados placenteros.

Sin embargo, si aún no se ha visto claramente que el yo separado es absolutamente inexistente, una nueva ronda de pensamientos y sentimientos en nombre de un yo imaginario volverán a inscribir las características de resistencia y búsqueda en el cuerpo y la mente y, como resultado, la tensión y las angustias acostumbradas reaparecerán en ellos.

Si en nuestra experiencia real se ha visto con claridad que el yo interior separado es inexistente y que siempre lo será, el yo separado no volverá a ser recreado. Sin embargo, esto no significa que los viejos residuos de su existencia imaginaria sean despojados del cuerpo y la mente como resultado de esta disolución en nuestra verdadera naturaleza.

Es más bien como las olas que rompen en una playa y gradualmente borran los dibujos que fueron dejando los niños. Con cada ola, parte del dibujo es borrado, pero podría necesitarse de muchas olas, dependiendo de la profundidad de los trazos.

Del mismo modo, los residuos del pensamiento y sentimiento en nombre de un yo interior separado deja heridas en la mente y, en particular, en el cuerpo, y eso podría tomar algún tiempo, varios años en algunos casos, para ser verdaderamente permeado por la transparencia, la apertura y el sentido amoroso de nuestra verdadera naturaleza.

(Traducido por Tarsila Murguía de ‘Presence: The Art of Peace and Happiness, Volume 1’)



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