La perfección tiene una manera misteriosa de escabullirse dentro y fuera del tiempo. Son pocos quienes no han sentido el momento que acabo de describir, aunque no he conocido a nadie que pueda aferrarse a él. Las personas ansían desesperadamente hacerlo, y con frecuencia este deseo motiva su vida espiritual. En la tradición budista hay una gran cantidad de ejercicios dedicados a la conciencia profunda, un estado en que podemos tomar conciencia de los momentos perfectos. Sería maravilloso que todos fueran perfectos.
Pero para ser conscientes de ellos, primero debemos advertir cuándo no somos conscientes de ellos, lo cual es difícil; después de todo, no estar conscientes puede definirse como no saber que no estamos conscientes.
Esta capacidad de escabullirse me resultaba muy confusa hasta
que alguien me dijo: “Es como ser feliz. Cuando estás feliz, simplemente lo estás. No tienes que pensar en ello. Pero llega un momento en que dices en voz alta: ‘En verdad me siento feliz ahora’, y entonces comienza a desaparecer. De hecho, para romper el hechizo basta con pensar las palabras ‘Estoy feliz ahora’.
Gracias a este ejemplo comprendí qué significa ser consciente: atrapar el momento presente sin palabras ni pensamientos. Pocas cosas son tan fáciles de describir y tan difíciles de hacer. El meollo del asunto es el tiempo. El tiempo es escurridizo, como ese dichoso momento antes de que digas: “Estoy feliz ahora”. ¿En verdad es fugaz ese momento, o es eterno?
La mayoría damos por hecho que el tiempo vuela, esto es, que pasa muy rápidamente. Pero en el estado consciente el tiempo no pasa en absoluto. Sólo hay un instante de tiempo que se renueva una y otra vez con variedad infinita. El secreto sobre el tiempo es, entonces, que existe sólo como solemos pensar en él. Pasado, presente y futuro son sólo compartimentos mentales para cosas que queremos mantener cerca o lejos de nosotros, y al decir que “el tiempo vuela”, conspiramos para evitar que la realidad se nos acerque demasiado. ¿Es el tiempo un mito que utilizamos para nuestra conveniencia?
Por todas partes hay libros que ensalzan las virtudes de vivir en el momento presente. Hay buenas razones para ello, pues las cargas de la mente provienen del pasado. En sí misma, la memoria es ingrávida, y el pasado también debería serlo. Lo que llamamos “el ahora” es la desaparición del tiempo como un obstáculo psicológico. Cuando retiras el obstáculo te liberas de la carga del pasado o el futuro: has encontrado el estado de conciencia profunda (y también la felicidad, ésa que no necesita palabras ni pensamientos). Nosotros somos quienes hacemos del tiempo una carga psicológica: nos hemos convencido de que las experiencias se acumulan a lo largo del tiempo.
Soy mayor que tú, sé de qué estoy hablando.
He pasado varias veces por eso.
Escucha la voz de la experiencia.
Presta atención a tus mayores.
Estas fórmulas convierten en virtud la experiencia acumulada, no con perspicacia o atención, sino simplemente por estar sin hacer nada. No obstante, son en su mayor parte expresiones vanas. Todos sabemos en algún nivel que cargar con la pesada maleta del tiempo es lo que ensombrece a las personas.
Vivir en el presente significa soltar esa maleta. Pero, ¿cómo se logra eso? En la realidad única, el reloj sólo marca “ahora”.
El truco para soltar el pasado consiste en descubrir la manera de vivir ahora como si fuera para siempre. Los fotones se mueven a la velocidad de Planck, que es igual a la velocidad de la luz, mientras que las galaxias evolucionan durante billones de años. Por tanto, si el tiempo es un río, debe ser uno muy profundo y suficientemente ancho para contener la partícula más pequeña del tiempo y la infinitud de la eternidad.
Esto implica que “ahora” es más complejo de lo que parece. ¿En qué situación estamos en el ahora, cuando somos más activos y energizados, o más quietos? Observa un río. En la superficie, la corriente es rápida y agitada; a medía profundidad el flujo se hace más lento, y en el fondo, el légamo sólo es agitado ligeramente. En el lecho de roca, el movimiento del agua no ejerce efecto alguno. La mente es capaz de participar en todos los niveles del río. Podemos desplazarnos con la corriente más rápida, que es lo que la mayoría procura hacer en la vida cotidiana. Su versión del ahora es lo que tiene que hacerse en este momento. Para ellos, el momento presente es un drama constante. Tiempo es lo mismo que acción, tal como en la superficie del río.
Cuando se cansan demasiado por la carrera —o sienten que la están perdiendo—, las personas apresuradas pueden reducir el paso, sólo para descubrir con sorpresa cuan difícil es pasar de correr a caminar. Pero si decides, “Está bien, simplemente seguiré adelante”, la vida trae nuevos problemas, como obsesiones, pensamiento circular, y la llamada depresión hiperactiva.
EN CIERTO SENTIDO, TODOS ESTOS SON DESÓRDENES DEL TIEMPO.
Tagore tiene una frase maravillosa acerca de esto: “Somos demasiado pobres como para llegar tarde”. En otras palabras, corremos por la vida como si no pudiéramos desperdiciar un solo minuto. En el mismo poema, Tagore ofrece una descripción perfecta de lo que encontramos después de que toda esa premura llega donde quiere ir:
Y cuando terminó la frenética carrera
Pude ver la línea de meta
Hinchado de miedo a llegar demasiado tarde
Sólo para descubrir en el último minuto
Que aún hay tiempo.
Tagore reflexiona sobre el significado de correr por la vida como sí no tuviéramos tiempo que perder, para descubrir al final que siempre tuvimos la eternidad. Pero la mente tiene dificultades para ajustarse a un paso más lento cuando está condicionada a hacer mal uso del tiempo. Una persona obsesivo-compulsiva, por ejemplo, se siente aterrada por el reloj . Apenas hay tiempo suficiente para limpiar la casa dos veces antes de que lleguen invitados, para acomodar cuarenta pares de zapatos en el clóset y además preparar la cena. ¿Cuándo se corrompió el tiempo?
Sin haber identificado la fuente de la obsesión, los psicólogos han descubierto que la baja autoestima está acompañada por palabras negativas como perezoso, aburrido, torpe, feo, perdedor, despreciable y fracasado, que se repiten varios cientos de veces por hora. Esta repetición ininterrumpida es síntoma de sufrimiento mental así como un vano intento por hallar una cura. La misma palabra vuelve una y otra vez porque la persona desea desesperadamente que se vaya pero no ha descubierto cómo expurgarla.
El pensamiento circular se relaciona con la obsesión, pero tiene más etapas. En vez de rumiar una sola idea como “la casa no está suficientemente limpia” o “debo ser perfecto”, la persona está atrapada en una lógica falsa. Un ejemplo serían los individuos que se sienten indignos de ser amados. No importa cuántas personas les expresen su amor, ellos no se consideran dignos de ser amados porque piensan: “Yo quiero que me amen. Esta persona dice que me ama pero yo no puedo sentirlo, así que debo ser indigna de amor. La única manera de solucionar esto es logrando que me amen”. La lógica circular aflige a quienes nunca se sienten suficientemente exitosos, seguros o deseados. La premisa fundamental que los impulsa a actuar (“Soy un fracaso”, “Estoy en peligro”, “No tengo la capacidad necesaria”) no cambia porque todos los resultados en el exterior, buenos o malos, refuerzan la idea original.
ESTOS EJEMPLOS NOS TRAEN A LA “PARADOJA DEL AHORA”.
MIENTRAS MÁS RÁPIDO CORRAS SIN AVANZAR, MÁS LEJOS ESTARÁS DEL MOMENTO PRESENTE.
La depresión hiperactiva nos da una imagen clara de la paradoja, pues las personas deprimidas se sienten inertes, congeladas en un instante y sin más sentimiento que la desesperanza. Para ellos, el tiempo no avanza pero por su mente pasan a toda prisa ideas y emociones fragmentarias. Parece inverosímil que esta ráfaga de actividad mental ocurra en la cabeza de alguien incapaz de levantarse de la cama por la mañanas. En este caso la ráfaga mental está desconectada de la acción. Una persona deprimida piensa miles de cosas, pero no lleva a la práctica ninguna.
Cuando estos problemas no están presentes, la mente aminora su marcha sumergiéndose un poco más. Las personas que se dan tiempo a sí mismas buscan la soledad, donde las exigencias externas son menores. En su estado natural, la mente deja de reaccionar rápidamente si la estimulación externa desaparece. Es como huir de las ondas superficiales del río para buscar en un lugar profundo la corriente más tranquila. El momento presente se convierte en una especie de remolino lento; los pensamientos siguen en movimiento, pero no son tan insistentes como para hacernos avanzar.
Finalmente, hay personas que disfrutan más la quietud que la actividad, y se sumergen tanto como pueden donde el agua deja de correr, un punto quieto y profundo que les permite aislarse totalmente de las corrientes de la superficie. En este centro estable se experimentan a sí mismas al máximo y al mundo exterior al mínimo.
De una u otra forma, todos hemos experimentado estas distintas versiones del momento presente, desde una carrera exhaustiva hasta un punto de calma inmóvil. Pero, ¿qué hay del ahora que está justo frente a ti, este ahora? En la realidad única no tiene duración. Términos relativos como rápido y lento, pasado y futuro, carecen de significado. El momento presente incluye lo que es más rápido que lo más rápido, y lo que es más lento que lo más lento. Sólo cuando incluimos el río entero vivimos en la realidad única, y entonces vivimos en un estado de conciencia que es siempre nuevo y siempre el mismo.
ENTONCES, ¿CÓMO LLEGAMOS AHÍ?
PARA RESPONDER DEBEMOS REFERIRNOS A LAS RELACIONES.
Cuando te encuentras con alguien a quien conoces bien —digamos tu mejor amigo—, ¿qué ocurre? Ambos se reúnen en un restaurante y su plática está llena de temas viejos y familiares que les producen una sensación de tranquilidad.
Pero también quieren decir algo nuevo, pues de otro modo su relación sería estática y aburrida. Ya se conocen muy bien, que es parte de ser los mejores amigos, pero no son totalmente predecibles; el futuro traerá nuevos acontecimientos, algunos felices y otros tristes. Dentro de diez años uno de ustedes podría estar muerto, divorciado o convertido en un extraño.
Esta intersección entre nuevo y viejo, conocido y desconocido, es la esencia de las relaciones, incluyendo las que mantienes con el tiempo, el universo y contigo mismo. En última instancia, sólo mantienes una relación. Conforme evolucionas, el universo también lo hace, y la intersección de los dos es el tiempo. Sólo hay una relación porque nada más hay una realidad. Ya mencioné los cuatro caminos del yoga, pero cada cual es un sabor de la relación:
El camino del conocimiento (Jyana yoga) tiene sabor a misterio. Percibes la incomprensibilidad de la vida. Experimentas la maravilla de cada experiencia.
El camino de la devoción (Bhakti yoga) tiene el sabor del amor. Experimentas la dulzura de cada experiencia.
El camino de la acción (Karma yoga) tiene el sabor del desprendimiento. Experimentas la interconexión de cada experiencia.
El camino de la meditación y el silencio interior (Raja yoga) tiene el sabor de la quietud. Experimentas el ser en cada experiencia.
El tiempo existe para que experimentes estos sabores tan profundamente como sea posible. En el camino de la devoción, si puedes experimentar aunque sea un pequeño rayo de amor, es posible experimentar más amor. Cuando experimentas ese poco más, se hace posible el siguiente grado de intensidad. Así, el amor engendra amor hasta que alcanzas el punto de saturación, cuando te fundes totalmente en el amor divino. A esto se refieren los místicos cuando dicen que se sumergen en el océano del amor hasta ahogarse.
El tiempo despliega los grados de la experiencia para que alcances el océano. Elige cualquier cualidad que te seduzca, y si la sigues lo suficiente, con compromiso y pasión, te fundirás con el absoluto. Pues al final del camino, todas las cualidades desaparecen, tragadas por el Ser. El tiempo no es flecha, reloj, ni río; es, de hecho, una fluctuación en los sabores del Ser. En teoría, la naturaleza pudo ser organizada sin una progresión de menos a más. Uno podría experimentar amor, misterio o desprendimiento de manera aleatoria. Sin embargo, la realidad no fue construida de esa manera, por lo menos no como se experimenta mediante un sistema nervioso humano. Experimentamos la vida como evolución. Las relaciones crecen desde el primer atisbo de atracción hasta la intimidad profunda. (El amor a primera vista realiza el mismo viaje pero en cuestión de minutos y no en semanas o meses.) Tu relación con el universo sigue el mismo curso, si lo permites. El propósito del tiempo es ser el vehículo de la evolución, pero si haces mal uso de él, se convierte en fuente de temor y ansiedad.
El mal uso del tiempo
Sentirse ansioso por el futuro.
Revivir el pasado.
Arrepentirse de viejos errores.
Revivir el ayer.
Anticipar el mañana.
Correr contra el reloj.
Obsesionarse con la transitoriedad.
Resistirse al cambio.
Cuando haces mal uso del tiempo, el problema no está en el nivel del tiempo. Nada ha fallado en los relojes de la casa de quien pierde cinco horas de sueño preocupándose por la posibilidad de morir de cáncer. El mal uso del tiempo es sólo un síntoma de atención mal dirigida. Es imposible mantener una relación con alguien a quien no prestas atención, y en tu relación con el universo, la atención se presta aquí y ahora,
o no se presta en absoluto. De hecho, no hay más universo que el que percibes en este instante. Por tanto, para relacionarte con el universo debes concentrarte en lo que está frente a ti. Como dijo un maestro espiritual: “La totalidad de la creación es necesaria para provocar el momento presente”.
Si tomas esto en serio, tu atención cambiará. En este momento, cada situación en la que estás es una mezcla de pasado, presente y futuro. Imagina que vas a solicitar un empleo.
Cuando te presentas al escrutinio de un extraño, tratando de controlar el estrés y crear una buena impresión, no estás realmente en el ahora. “¿Obtendré este empleo?” “¿Cómo me veo?” “¿Serán suficientes mis recomendaciones?” “De cualquier forma, ¿en qué estará pensando esta persona?” Pareciera que no puedes eludir los traspiés en la mezcla de pasado, presente y futuro. Pero el ahora no puede ser una mezcla de lo viejo y lo nuevo. Debe ser diáfano y abierto; de otro modo no estarías desplegándote, que es la razón de ser del tiempo.
El momento presente es en realidad una abertura, y por tanto no tiene duración: estás en el ahora cuando el tiempo deja de existir. Quizá la mejor manera de vivir esta experiencia es darnos cuenta de que la palabra presente se relaciona con la palabra presencia. Cuando el momento presente se llena de una presencia que todo lo absorbe, en completa paz y con total satisfacción, estás en el ahora.
La presencia no es una experiencia. La presencia se siente cuando la conciencia está suficientemente abierta- La situación en curso no debe implicar ninguna responsabilidad.
Paradójicamente, es posible que una persona sufra un dolor tan intenso que la mente, incapaz de tolerarlo, decida abandonarlo de repente. Esto suele suceder con el dolor psicológico; los soldados atrapados en el horror de la batalla hablan de un momento de liberación en el que el intenso estrés es remplazado por una súbita tranquilidad extática.
El éxtasis cambia todo. El cuerpo pierde su pesadez y lentitud; la mente deja de experimentar su fondo de tristeza y temor. La personalidad es desechada y remplazada por la dulzura de un elíxir. Esta dulzura puede permanecer mucho tiempo en el corazón —algunos afirman que puede paladearse como la miel en la boca— pero cuando se va, uno sabe sin lugar a dudas que lo ha perdido. En el álbum de recortes de la mente colocamos una imagen de dicha perfecta que se convierte, como el primer bocado de helado, en una meta inalcanzable que no dejamos de perseguir, sólo para encontrar que el éxtasis permanece fuera de nuestro alcance.
El secreto del éxtasis es que debes desecharlo cuando lo has vivido. Sólo al alejarte puedes experimentar de nuevo el momento presente, el lugar donde vive la presencia. La conciencia está en el ahora cuando se conoce a sí misma. Si hacemos a un lado el vocabulario de dulzura, dicha y elíxir, la cualidad que está ausente en la vida de la mayoría de las personas, el factor más importante que les impide estar presentes, es la sobriedad.
Debes estar sobrio antes de experimentar el éxtasis. Ésta no es una paradoja. Lo que estamos persiguiendo —llámese presencia, ahora, éxtasis— está totalmente fuera del alcance.-No puedes perseguirlo, correr tras él, ordenarle o persuadirlo de que venga a ti. Tus encantos personales resultan inútiles, tanto como tus pensamientos y conocimientos.
La sobriedad comienza al entender, con toda seriedad, que debes desechar prácticamente todas las estrategias utilizadas hasta ahora para obtener lo que quieres. Si esto te parece fascinante, cumple el propósito de abandonar las estrategias inútiles de esta manera:
Sobriedad espiritual
Comprométete a estar en el presente
Advierte cuando no prestes atención.
Escucha lo que dices en realidad.
Observa cómo reaccionas.
Apártate de los detalles.
Sigue el ascenso y descenso de la energía.
Cuestiona a tu ego.
Sumérgete en un entorno espiritual.
Estas instrucciones podrían provenir de un manual para cazadores de fantasmas o de unicornios. El momento presente es más esquivo que éstos, pero si deseas apasionadamente llegar a él, lo que necesitas es implementar el programa para la sobriedad.
NO PRESTAR ATENCIÓN.
El primer paso no es místico ni extraordinario. Cuando notes que no prestas atención, no te permitas divagar. Vuelve adonde-estás. Casi instantáneamente descubrirás por qué te desviaste: estabas aburrido, ansioso, inseguro, te preocupaba otra cosa o estabas anticipando un suceso. No evites ninguno de estos sentimientos. Son hábitos arraigados de la conciencia, que te has acostumbrado a seguir automáticamente. Cuando adviertes que te desvías de lo que tienes frente a ti empiezas a recuperar el ahora.
ESCUCHAR LO QUE DICES.
Una vez que regreses de tu distracción, escucha las palabras que dices o piensas. Las relaciones son impulsadas por las palabras. Escúchate y sabrás cómo te relacionas con el universo en ese instante. Que no te confunda el hecho de que haya otra persona frente a ti. Cualquier persona con la quien hables, incluido tú, representa la realidad. Si estás quejándote de un mesero perezoso, te quejas del universo. Si alardeas frente a alguien a quien quieres impresionar, intentas impresionar al universo. Sólo hay una relación; escucha cómo está en este momento.
OBSERVA TU REACCIÓN.
Todas las relaciones son bilaterales; por tanto, el universo responderá a todo lo que digas. Observa tu reacción. ¿Estás a la defensiva? ¿Consientes y sigues adelante? ¿Te sientes seguro o inseguro? De nuevo, que no te distraiga la persona con la cual te relacionas. Sintonízate con la respuesta del universo, cerrando el círculo que abarca al observador y a lo observado.
APÁRTATE DE LOS DETALLES.
Antes de la sobriedad debiste hallar una manera de adaptarte a la soledad que resulta de la ausencia de realidad. La realidad es totalidad, lo abarca todo. Te sumerges y no hay nada más. En la ausencia de la totalidad también ansías un abrazo similar que intentas encontrar en los fragmentos. En otras palabras, buscaste perderte en los detalles, como si el caos y el desorden pudieran saturarte hasta el punto de satisfacerte. Ahora sabes que esa estrategia no funcionó, así que renuncia a ella. Apártate de los detalles. Olvida el barullo. Ocúpate de él de la manera más eficiente posible, pero no lo tomes en serio; no permitas que sea importante para lo que eres.
SIGUE EL ASCENSO Y DESCENSO DE LA ENERGÍA.
Una vez que los detalles están fuera del camino, necesitas algo que seguir. Tu atención quiere ir a alguna parte, así es que llévala al corazón de la experiencia: es el ritmo respiratorio del universo que genera situaciones nuevas, un ascenso y descenso de energía.
Advierte cómo la tensión conduce a la liberación, la excitación al cansancio, el júbilo a la tranquilidad. Así como hay altas y bajas en todos los matrimonios, tu relación con el universo asciende y desciende. Al principio puedes experimentar estos vaivenes de manera emocional, pero procura evitarlo. Éste es un ritmo mucho más profundo: comienza en silencio cuando se concibe una nueva experiencia; pasa por un periodo de gestación conforme la experiencia adquiere forma en silencio; comienza a acercarse al nacimiento insinuando cómo cambiarán las cosas; finalmente, nace algo nuevo. Este “algo” puede ser una persona, un suceso, un pensamiento, una intuición; en realidad, cualquier cosa. Lo que todos tienen en común es ascenso y descenso de energía.
Necesitas conectarte con cada etapa porque en el momento presente una de ellas está justo frente a ti.
CUESTIONA A TU EGO.
Todo este observar, notar y percibir no pasa inadvertido. Tu ego tiene su manera “correcta” de hacer las cosas, y cuando rompas esa pauta, te hará saber su descontento. El cambio provoca miedo, pero sobre todo es una amenaza para el ego. Este miedo es sólo una táctica para someterte. No puedes combatir las reacciones de tu ego porque eso sólo afianzará tu relación con él. Pero puedes cuestionarlo, lo que significa cuestionarte a ti mismo desde una distancia tranquilizadora. “¿Por qué estoy haciendo esto?” “¿No es éste un reflejo automático?” “¿Hasta dónde he llegado en el pasado actuando así?” “¿No he comprobado ya que esto no funciona?” Debes plantear obstinadamente estas preguntas una y otra vez, no con la intención de vencer a tu ego sino de reducir el control reflexivo que ejerce sobre tu comportamiento.
SUMÉRGETE EN UN ENTORNO ESPIRITUAL.
Cuando analizas seriamente tu comportamiento comprendes que el ego te ha mantenido aislado todo el tiempo. El quiere que pienses que la vida se vive en la separación, pues con esa creencia puede justificar su aferramiento al yo y a los intereses de éste. De manera muy similar, el ego intenta aferrarse a la espiritualidad como si fuera una pertenencia nueva e invaluable. Para contrarrestar esta tendencia, que sólo traerá más aislamiento, sumérgete en otro mundo. Me refiero un mundo donde las personas buscan conscientemente experiencias de presencia, donde hay una intención compartida de transformar la dualidad en unidad. Puedes encontrar este entorno en los grandes textos espirituales.
Como alguien que ha encontrado esperanza y consuelo inconmensurables en estos escritos, te exhorto fervientemente a que te acerques a ellos. Pero también hay un mundo viviente que debes buscar. Sumérgete en un contexto espiritual acorde con tu definición de espíritu. Asimismo, prepárate para sentirte decepcionado cuando llegues ahí, pues es inevitable que encuentres mucha frustración entre personas que luchan con sus imperfecciones. La agitación que encuentras es también la tuya.
Una vez que te comprometes a mantenerte sobrio, no hay nada más que hacer. La presencia aparecerá por sí misma, y cuando lo haga, tu conciencia sólo podrá estar en el ahora. Un momento en el ahora provoca un cambio interno que se refleja en todas las células. Tu sistema nervioso aprende un modo de procesar la realidad que no es viejo ni nuevo, conocido o desconocido. Nos elevamos a un nuevo nivel del ser
en el que rige la presencia, y rige de manera absoluta. Cualquier otra experiencia es relativa y por tanto puede rechazarse, olvidarse, ignorarse o desecharse. La presencia es el toque de la realidad, que no puede rechazarse ni perderse. Cada encuentro nos vuelve un poco más reales.
Las pruebas de esto son muchas y variadas. La más inmediata tiene que ver con el tiempo. Cuando el único momento es el ahora, nuestra experiencia muestra las siguientes características:
El pasado y el futuro sólo existen en la imaginación. Todo lo que hiciste carece de realidad; todo lo que harás carece de realidad. Sólo lo que haces ahora es real.
El cuerpo al que alguna vez llamaste “yo”, ya no es quien eres. La mente a la que alguna vez llamaste “yo”, ya no es quien eres. Los abandonas fácilmente, sin esfuerzo. Ambos son patrones temporales que el universo asumió por un instante antes de continuar.
Tu ser real se manifiesta en este momento como pensamientos, emociones y sensaciones proyectados en la pantalla de la conciencia. Los reconoces como el punto de encuentro del cambio y la eternidad. Te ves a ti mismo exactamente del mismo modo.
Cuando te encuentras en el momento presente, no hay nada que hacer. El río del tiempo puede fluir. Experimentas remolinos y corrientes, superficies y profundidades, en un nuevo contexto: la inocencia. El momento presente es inocente por naturaleza. El ahora resulta ser la única experiencia que no va a ninguna parte. ¿Cómo es posible, si he dicho que el propósito del tiempo es desplegar los pasos de la evolución? Ése es el misterio de misterios. Crecemos pero la vida permanece eterna en su esencia. Imagina un universo que se expande en dimensiones infinitas a velocidad infinita, completamente libre de crear en todas partes a la vez. Para avanzar con él sólo necesitamos permanecer absolutamente quietos.
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