>
> La impermanencia quizá sea la principal característica de la existencia humana. En nuestra vida diaria, los buenos y los malos momentos vienen y van. Los niños crecen y los adultos envejecen. La vida se perpetúa en infinitos ciclos. Todo tiene un comienzo, un centro y un final, cada comienzo contiene su propio fin y cada fin encierra la promesa de un nuevo comienzo. Nada permanece tal como es ahora: el presente no vuelve. Parte del arte de vivir es poder comenzar bien cada momento, centrar la atención, soltarse gentilmente y, luego, despedirse dándole a cada instante sus propias cualidades.
>
> Un día que no concluyó adecuadamente proyectará los elementos no procesados al día siguiente. Quizá sea algo que descuidamos o pasamos por alto, o un sentimiento que no hemos podido sentir; cualquiera sea su forma, los elementos del día no resueltos nos acompañan como un equipaje molesto. La frustración de hoy obedece a causas que ocurrieron en el pasado; si tampoco cuestionamos nuestro desengaño, éste se convierte en otro resto de experiencia antigua que va apilándose como basura en una esquina.
>
> Si experimentamos la transición de un día al otro con conciencia, podemos ingresar en el futuro con una mente más liviana y abierta. Al finalizar el día o una fase, podemos pasar revista a todo: recuerdos intensos, logros, arrepentimiento y remordimiento. Aceptamos lo ocurrido y, luego, lo dejamos ir. Así, la transición al día siguiente es más fácil. Ya no cargamos con el peso de relaciones tirantes o penosos recuerdos de nuestras acciones desconsideradas. Nada pesa sobre nuestra conciencia; los pensamientos culposos o la pena de sí no nos consumen. Hasta la muerte se convierte en algo para celebrar, como un nacimiento, una vida valiosa que concluye y el comienzo de algo nuevo.
>
> Impermanencia no es un simple concepto, sino una experiencia vital. Con la práctica, mente y corazón se familiarizan con la impermanencia, y nos movemos con el cambio en lugar de resistirlo. Hay un método para ser conscientes del paso del tiempo: se trata de focalizar la conciencia en el ciclo de la respiración, centrándonos en cada inspiración y exhalación de manera neutra. A medida que nos acoplamos al ritmo de la respiración, la cualidad siempre cambiante del tiempo se vuelve inseparable de la conciencia. La apreciación por el flujo constante del tiempo pasa a ser algo natural en nuestra vida cotidiana. Consustanciados con el flujo, nos sentimos cómodos con el cambio. La impermanencia ya no es más un obstáculo o una amenaza, sino la puerta hacia el cambio positivo.
>
> Bendiciones!!!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario