Propone el maestro Chuang Tzú:
Imagínate que viajas en un bote, avanzando tranquilamente por un río sereno, dejándote llevar sin prisa camino de un lago.
De pronto ves que otro bote, aparentemente arrastrado por la suave corriente, se acerca al tuyo. Intentas alejarte de él para evitar el choque pero no lo consigues, y el bote , que se ha soltado de alguna amarra, golpea el frente de tu barca y hace unos buenos rasponazos en la brillante pintura de estribor.
Vuelves a mirar, no hay nadie en ese bote. Tratas de sujetarlo para que no siga a la deriva. No te gusta el incidente, quizás lo lamentas, pero no te enojas.
Dice Chuang Tzú: ¿Por qué y con quién habrías de enojarte?
Ahora supón que, en la misma situación, ese otro bote lleva a
un pasajero. Está distraído, dormido o despistado, y su embarcación se acerca a la tuya, arrastrada por la corriente. En cuanto lo ves venir en tu dirección, te pones alerta, posiblemente gritas “¡Cuidado!” o algo por el estilo.
Supongamos que el hombre no hace nada y que el bote se sigue acercando. Cuando está a punto de chocar con el tuyo, te pones furioso y gritas: “Eh! mira por donde vas! Que vamos a chocar!”
Una vez más, el hombre no reacciona y, en efecto, su bote choca con el tuyo.
El golpe y el daño es idéntico que en el primer ejemplo, sin embargo, aquí sí que te enfadas, quizás hasta le insultes: “¿Es usted idiota? ¡Se me ha echado encima!. De pronto el suceso se vuelve enojoso y frustrante.
Chuang Tzú se pregunta: ¿De dónde viene el malestar? No ha sido causado por el daño al bote, ya que el primer ejemplo hubo los mismos daños y no hubo enfado. Tu enojo, propone Chuang Tzú, proviene del hecho de que hay alguien en ese otro bote. No puedes ya pensar “simplemente sucedió” y aceptarlo sin más. Como hay alguien en el otro bote, te llenas de preguntas: ¿Por qué no lo evitó?, ¿Acaso lo ha hecho adrede? ¿Es que tiene algo contra mí? ¿Debo tener miedo de ese hombre? …. Una espiral de preguntas que a veces crece y crece, generando cada vez más angustia, más enfado, más inquietud, más catastróficas profecías, haciéndote perder tu calma y paz interior.
Intentar mejorar nuestra vida cambiando a los demás es siempre un camino infructuoso. Siguiendo con la imagen anterior, los botes de los demás vienen como vienen y no hay modo ni motivo para proponernos modificarlos a nuestro antojo. Sería estúpido llegar a la conclusión que la forma de viajar sin riesgo de enfadarse es “vaciando los botes de los demás”.
Lo que sí puedes hacer, dice Chuang Tzú, es comprender las veces que te enfadas contigo mismo porque las cosas no salen como lo planeaste o deseaste y entonces decidirte a “vaciar TU propio bote”. Si tu bote está vacío, no habrá enfrentamiento entre una parte de ti más exigente y perfeccionista y otra más serena o distraída. Y sin enfadarte contigo surcarás la vida como la superficie de un río plácido, sin que nadie lo note, sin prisas ni metas prefijadas.
Te imagino pensando: “Suena fantástico, pero… ¿de qué se supone que tengo que vaciarme?”.
La propuesta es deshacernos de todo aquello que consideramos que somos, comenzando por nuestro YO más interno y controlador, la parte de nosotros que quiere tener el manejo de nuestra vida, nuestro rumbo y nuestros deseos. Ese juez severo que nos tortura y nos deja en ridículo cuando le apetece.Hablo sencillamente de aquella persona a la que nos referimos cada vez que decimos “Yo”, nuestro Ego.
El Ego (como se suele llamarlo) es una posesión, nuestra identidad, un vínculo con nosotros mismos, una relación anquilosada y condicionante. Deshacernos de las ideas rígidas que tenemos acerca de cómo “somos” es un importantísimo escalón en busca de nuestra esencia, una esencia que se esconde tras capas y capas de personajes, hábitos, creencias y prejuicios.
Todos nacemos necesitados de amor, de atención y de cuidados; todos nos damos cuenta, en los primeros años de vida, de que conseguimos mejores resultados si somos de una determinada manera. Nos miman más y algunas cosas nos resultan más fáciles de conseguir si nos comportamos como a los demás les gusta que lo hagamos.
Con el tiempo, comprobamos que esta verdad se confirma a cada paso, pero también conlleva un problema:las personas que nos premian, no nos quieren a nosotros sino al personaje que hemos creado para ellas quizá antes de conocerlas.
Esa idea de nosotros con la que vamos de aquí para allá, presentándonos frente a los otros, es básicamente una ilusión construida por cada uno de nosotros con mucha o poca ayuda de nuestro entorno social o familiar, que tan neuróticamente tratamos de complacer. No es fácil darse cuenta y enfrentarse con esta “realidad”, como podrás imaginar, es una vivencia tan perturbadora como transcendente.
Para ser quienes somos el primer desafío es animarse a dejar de lado todos esos roles que hemos ido adoptando a lo largo de nuestra vida, en el plano espiritual, esos roles son como sofisticados ropajes que nos pesan y no nos permiten avanzar. El segundo desafío es vaciarse totalmente de lo que me impida ser en cada momento una persona libre, absolutamente espontánea y dueña de una conducta NO CONDICIONADA por la cárcel de sus propias definiciones de sí mismo.
Esto puede sonar al principio un poco extraño. ¿Cómo puedo vaciarme de mi mismo? ¿No es acaso imposible dejar de ser quien uno es? Si me deshago de mi Yo, ¿qué me quedará?
Todas estas preguntas son válidas, pero siempre que no nos hagan perder el rumbo si no nos damos cuenta de que están formuladas desde el mismo Yo que cuestionamos. Volviendo a la historia de Chuang Tzú, esas preguntas las realiza el hombre de nuestro bote, que es en esta historia lo que representa al Ego, es parte de su intento por recuperar un poder (sobre nuestra esencia, sobre lo que realmente somos) que siente que pierde.
Si nuestro bote estuviera vacío, la esencia de lo que somos permanecería allí, porque en esta historia la esencia es el bote mismo, un bote que no hace esas preguntas. SI CONSIGO SER EL BOTE, simplemente me dejo llevar y disfruto plácidamente del viaje.
El Camino de la Espiritualidad.
Jorge Bucay.
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