¿Cómo nos enfrentamos ante aquellos aspectos de nuestra vida que quisiéramos que no estén presentes, pero lo están? Por ejemplo la enfermedad, los conflictos personales e interpersonales, la muerte, y tantos otros… ¿Huimos? ¿Buscamos desesperadamente resolverlos? ¿Los ocultamos, los negamos, los ignoramos…?
Hay ocasiones en que los intentos de escapar de lo que nos desagrada resultan infructuosos e inútiles; en esos casos se pone en juego nuestra actitud. Aunque no siempre podamos cambiar las condiciones externas, sí está en nuestras manos la actitud que adoptamos ante aquello que nos ocurre.
La práctica de la atención plena nos invita a observar el modo
en que respondemos ante las circunstancias de la vida que nos toca vivir. Sin tener que asumir una posición de falsedad, podemos conscientemente decidir cultivar una actitud de aceptación y apertura ante las dificultades.
Aceptación entendida no como resignación, sino como un reconocimiento a lo que está ocurriendo, para desde allí actuar. Aceptación que no es pasividad, sino al contrario, una actitud de reconocimiento sincero ante lo que nos pasa, que nos permite luego actuar de un modo ajustado a las circunstancias. Por su parte, la apertura nos insta a abrirnos ante nuevas posibilidades.
La práctica de la atención plena nos interpela a no negar lo que ocurre, sea lo que sea que esté ocurriendo, y reconocer que las dificultades que afrontamos, aunque nos disgusten radicalmente, son una parte importante del propio camino. Negarlo o tratar de eliminarlo puede estrechar nuestro entendimiento y experiencia, además de producir o incrementar el sufrimiento.
Claudio Araya
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