No es nada fácil saber cómo actuar cuando el enfado se apodera de nosotros. Sin embargo si observamos con detenimiento, podemos apreciar que siempre surge de las exigencias desproporcionadas a los demás que se manifiestan en frases como: “Deberías de…”, “Tendrías que….” , “Lo que tienes que hacer es…” etc….
Si la paciencia es el antídoto contra el enfado, es bueno que nos concentremos en estudiar la misma y conocer a fondo lo que es y lo que no es la paciencia, con el fin de poder discriminar las situaciones en las que el enfado se apodera de nosotros y saber cómo utilizar correctamente el antídoto adecuado.
Para empezar, hay que darse cuenta de la relación de la paciencia con el bienestar interior. Cuando nos domina el enfado –y en cierta medida esto se puede aplicar a cualquier estado emocional alterado- hay una poderosa fuerza que nos empuja a descargarlo. Es tan incómodo sentir la presión del enfado que deseamos resolver la situación cuanto antes mejor.
¿Y qué es lo que solemos hacer? Justo lo que aumenta el malestar interior que es proyectar contra los demás ese enfado. Uno se encuentra a sí mismo en medio de un torbellino de
emociones y se debate con sus palabras o sus acciones para escapar del enfado y el malestar, creando más enfado y más malestar.
emociones y se debate con sus palabras o sus acciones para escapar del enfado y el malestar, creando más enfado y más malestar.
En este punto ‘paciencia’ significa precisamente “Saber pararse y esperar”. E implica también “callarse”, ya que cualquier cosa que se diga será agresiva, aunque contenga frases educadas y correctas en su forma externa. Pensamos que seremos capaces de disimular con una capa de educación y buenas palabras nuestros verdaderos sentimientos, pero el mero tono de nuestras palabras nos delata. Esto es lo que pasa con el enfado: si hablas se te nota.
El problema ya no es lo que se diga, sino que lo que estás trasmitiendo es una tensión que en el futuro tendrá repercusiones en las relaciones personales y profesionales.
La paciencia tiene mucho que ver con la “Atención Plena” en ese instante y esperar: no hablar y no hacer nada.
Por otra parte, esta conducta es también una oportunidad para darse cuenta de manera rotunda del enfado que uno tiene. No se trata de suprimir nada, ese no es el objetivo de la paciencia. De hecho, el tema es comportarse con uno mismo de manera honesta y amable, no dedicarse a rumiar los pensamientos discursivos y sí querer enterarse del enfado que uno tiene. Y al mismo tiempo hay que dejar que continúe el diálogo interno, en el que culpamos y criticamos, y probablemente sentimos también culpa y remordimiento por haber actuado como lo hemos hecho. Es un momento complejo, porque uno se siente mal por estar enfadado, pero al mismo tiempo está realmente enfadado y no puede detenerlo. Es un sentimiento confuso y difícil. Pero hay que permanecer paciente con la confusión y el malestar que este comporta.
La paciencia posee una enorme honestidad, al tiempo que impide que las cosas se salgan de sus cauces, y concede espacio a los otros para hablar, para que se expresen ellos mientras uno permanece sin reaccionar, aunque por dentro lo esté haciendo. Abandonamos las palabras y no nos movemos del sitio.
De este modo, la persona paciente desarrolla un carácter fuerte. Cuando se practica el tipo de paciencia que conduce a la desactivación del enfado y la cesación del malestar, se cultiva un enorme coraje y se ejercita el autocontrol emocional contemplando el proceso entero sin involucrarse en él.
Cuando se practica la paciencia no se reprime el enfado, sino que uno se sienta directamente sobre él mismo. Y como resultado se consigue conocer la energía del enfado y dónde conduce, sin necesidad de llegar a sus extremos. Hemos dado vía libre muchas veces a nuestro enfado y sabemos hasta dónde nos puede llevar. El deseo de decir algo inconveniente, de murmurar, de calumniar, de quejarse, es como un tsunami interior. Pero uno se da cuenta de que estos comportamientos no te liberan del enfado, sino que lo aumentan. Por tanto, uno opta por ser paciente consigo mismo.
Desarrollar la paciencia y la fortaleza significa aprender a convivir con la irritación.
Permanecer sobre el propio malestar le hace a uno sentirse a menudo como si montara un caballo desbocado. Cuando examinamos este proceso aprendemos algo mucho más interesante: que no existe otra solución. La solución que buscamos parte de un error de base: pensamos que todo la tiene, pensamos que podemos resolver cualquier cosa para devolvernos a nuestro bienestar y nos sentimos amenazados cuando sentimos que lo perdemos. Sin embargo, descubrimos que el bienestar proviene de ser capaces de permanecer estables mientras el malestar surge, se despliega y se desvanece.
No debemos censurarnos a nosotros mismos si fallamos; lo único que debe importarnos es tener suficiente valor para profundizar en nuestra reacción instintiva de tratar de permanecer estables y firmes ante la tormenta.
La paciencia es una práctica tremendamente transformadora. Es una técnica para cambiar de raíz la costumbre que tenemos de resolver las cosas por la derecha o por la izquierda, juzgándolas buenas o malas. Es el mejor modo para desarrollar valor y para averiguar de qué va realmente la vida.
Cuando nos decidimos a investigar, solemos advertir que en cualquier enfado, si realmente nos concentramos en él, dentro del mismo siempre hay algo que nos tiene atrapados.
Cuando nos damos cuenta de que en este preciso instante hay algo que nos tiene atrapados y de que podemos elegir, se requiere gran paciencia para decidirse a profundizar en ello. Porque uno desearía no hacerlo, negarse. Lo más fácil es decirnos: “¡No quiero saber nada!”.
A veces, sin embargo, es muy fácil. Cuando nos embarcamos en este viaje de autodescubrimiento y notamos que hay algo a lo que estamos aferrados, a menudo vemos que no se trata más que de algo insignificante.
Las fases para desmontar el enfado se pueden estructurar en cuatro:
1- Reconocer el enfado como premisa fundamental.
2- Evitar dejarse arrastrar por dicho enfado.
3- Invertir el estado emocional mediante el pensamiento opuesto.
4- Resistir a la tentación de estallar o proyectar este malestar.
De esta manera, tenemos que las cuatro fases son: reconocer, evitar, invertir y resistir y si utilizamos la primera letra de cada una de las fases, tenemos el acrónimo de REÍR, lo cual nos puede ayudar a recordar las mismas y con frecuencia reírnos de las situaciones absurdas que nos provocan este malestar .
No debemos enfrentarnos de entrada con lo más grande, porque no podremos. Es demasiado amenazante. Puede incluso ser demasiado duro soltar algo ahí mismo, en el acto. Incluso con las pequeñas cosas podemos, aunque sea de forma intelectual, comenzar a ver que el hecho de soltar puede tener una enorme trascendencia, y una conexión con nuestro bienestar interior.
Ya es un gran logro el simple hecho de haberse dado cuenta de que podemos elegir. Y en ese punto lo único que necesitamos es paciencia para esperar, para soportar el desasosiego y la irritabilidad y la inquietud del enfado.
Es un error monumental pensar en la paciencia como “aguante” o traducirla por “al mal tiempo buena cara”, ya que, ‘aguante’ implica un cierto grado de represión o el intento de vivir de acuerdo a alguna norma de perfección ajena. Por el contrario, uno siente que debe ser extremadamente paciente con lo que ve respecto a sus imperfecciones. Esta idea podría resumirse en la siguiente frase: “Rebaja tus expectativas y ajústate a ellas”.
Me gustaría insistir en que una de las cosas que se puede hacer para desarrollar la paciencia es acostumbrarse a reconocer que “Volví a hacerlo de nuevo”.
El camino para desarrollar el bienestar es ser paciente con el hecho de que somos seres humanos y que por tanto cometemos errores. Esto es más importante que hacerlo todo bien. Y parece que funciona únicamente si aspiramos a darnos una oportunidad de cambio, de clarificar, practicando la paciencia y las otras cualidades semejantes como la generosidad, la disciplina y la observación. Como sucede con el resto de los aspecto de autodesarrollo interior, no hay nada que ganar ni nada que perder.
En resumen: La actitud correcta no es decir: “Como nunca he sido capaz, no voy a volver a intentarlo”. Nunca has sido capaz pero vas a seguir intentándolo.
Javier Carbonell
Javier Carbonell es Psicoterapeuta especializado en adicciones y actualmente es el director terapeutico de ‘Sindrome Adicciones’, una clínica especializada en el tratamiento de las mismas. Además ha desarrollado un método para superar los pensamientos obsesivos, negativos y adictivos denominado “La Respuesta Interior: El Método”.
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