Este ser humano creció como un humano cualquiera, tuvo una familia y aprendió un oficio, pero también tuvo acceso a ciertos ambientes que estimularon ese recuerdo de su propia Divinidad, y durante este proceso fue cuando él se encontró con su misión: Enseñar a los demás seres humanos como él, que era posible identificarse con lo Divino, ayudar a los demás seres humanos como él a recordar que ellos son Dios.
Pero también durante el proceso de cumplir con su misión se encontró con su destino, que no era otro que el enfrentarse con el resultado de cuestionar el dominio de la mente humana. La mente no iba a permitir tan fácilmente que su poder fuera puesto en duda o amenazado, pues de este poder y de la energía que obtenía a través del miedo es que ella se nutría, sobrevivía, y mantenía su dominio. Y así, la historia de la encarnación de este ser humano ejemplar terminaría como todos la conocemos: en una crucifixión y una resurrección tres días despúes.
Y durante años hemos recordado su nacimiento, y durante años lo hemos llamado Salvador, pero también durante años hemos asistido a templos que exhiben una efigie que inspira miedo y
advierte acerca de lo que le pasa a cualquiera que cuestiona el dominio de la mente.
Y justamente por esto, nunca nos dijeron que Jesús vino acá a mostrarnos que, tal y como Él, somos seres Divinos, y que no hay necesidad, ni sentido, en andar buscando a Dios por fuera de nosotros mismos. Y no nos dijeron nunca esto porque esta afirmación es precisamente cuestionar el dominio de la mente, y ella se protege a sí misma.
Pero los tiempos hoy día son diferentes. Tenemos acceso a mucha información que se había mantenido oculta durante siglos, e incluso, cuestionar el dominio de la mente dejó de ser tan riesgoso. Estamos frente a una oportunidad de oro para recordar quiénes somos realmente, reconectarnos con nuestro origen Divino, y salir victoriosos de este juego llamado “vida humana”.
Y el tener acceso a esta información es el planteamiento de nuestra propia vida para que nos hagamos responsables de ella. Ya no podemos andar diciendo que somos “de malas” o que nos pasa esto o aquello por “culpa” de alguien o algo. Somos responsables de nosotros mismos porque ya hemos sido informados. A nivel intelectual, ya no somos ignorantes, y la superación final del sufrimiento producto de la ignorancia llegará cuando el conocimiento intelectual se haga conocimiento celular, cuando lo comprendamos hasta los tuétanos.
Y parte fundamental de este proceso es definitivamente el abrir nuestros corazones y permitirnos mostrar vulnerabilidad. La vulnerabilidad es justamente de lo que la mente se quiere proteger, por eso es necesario quebrar esa resistencia.
La Navidad, o Natividad, es el Nacimiento del Cristo que tenemos dentro, y ese Cristo nace en nuestro corazón. El principal obstáculo para esto es la mente, que se resiste a soltar el control.
Y el ego, que se identifica con ella, refuerza su alcance pues es a través del ego que el Ser experimenta esta realidad. Es a través del ego que el Ser juega este juego en 3D. Entonces, la idea es permitir que el Cristo nazca en nuestros corazones, es darle licencia al ego para que se identifique con lo Divino y no más con la verdad limitada que la mente ofrece.
Te propongo el siguiente ejercicio sencillo:
Cierra los ojos, haz tres respiraciones lentas y muy profundas, sosteniendo el aliento un par de de segundos entre inhalación y exhalación. Ahora, con los ojos cerrados, lleva tus manos a tu cabeza y di “yo pienso”, y a continuación di “yo soy”. Luego lleva tus manos a tu corazón y di “yo pienso” y a continuación di “yo soy”. ¿En dónde sientes más real la afirmación “yo pienso”? ¿En la cabeza o en el corazón? ¿En dónde sientes más real la afirmación “yo soy”? ¿En la cabeza o en el corazón?
Este sencillo ejercicio te mostrará a nivel intuitivo que tú no eres tu mente.
El ego no es el enemigo. El ego es necesario, es el vehículo a través del cual el Ser juega el juego humano. De lo que depende qué tan rápido el juego se gane, lo que es inevitable, es de qué tan rápido el ego descubra que su origen no es la mente sino que está en lo Divino, y así cambie su identificación. Ese día, el Ser se encontrará consigo mismo y se habrá reconocido como lo que es, el Hijo del Hombre Hijo del Padre, tal y como Jesús quiso mostrarnos.
¡¡FELIZ NAVIDAD!!
Fuente: © 2009, 2010 www.de2haz1.com
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