20 de diciembre de 2013

Mentiras ideológicas sobre lo viejo y lo nuevo



Lo nuevo nos invita a pensar en la modernidad, lo último en el escaparate, por tanto, lo positivo, mientras que lo viejo nos transporta a lo antiguo o lo retrógrado, adquiriendo un carácter negativo absoluto. Ahora bien, ¿qué significan en realidad lo nuevo y su contrario lo viejo o vetusto?

Hagamos un breve rodeo para llegar a una respuesta ponderada y racional. En el mundo de la mercancía capitalista ir a la moda es tanto como estar en posesión y disfrute del último fetiche o ingenio maravilloso, más si cabe desde una visión o perspectiva exclusivamente tecnológica. El lenguaje y argot específico de lo tecnológico se define hoy por la revolución constante, casi instantánea, produciéndose objetos con materiales que los hacen obsoletos en tiempos de uso muy cortos. El deseo atizado por la publicidad comercial obliga a vivir en un futuro permanente, siempre dispuestos a adquirir la versión más actualizada o nueva de un bien tangible, suntuoso o de prestigio cualquiera. No hay espacio ni lapso temporal para instalarse en el presente. De eso se trata, de no pararse y activar el pensamiento radical, de abalanzarse al porvenir sin haber degustado el ahora mismo con el otro semejante.

El sustrato ideológico que acompaña a la mercancía siempre en

perpetuo cambio de apariencia se ha trasladado al estilo de vida social. De esta forma, lo nuevo toma consistencia positiva y lo viejo se convierte en su rol antagonista a desechar cuanto antes. No hay relación dialéctica entre uno y otro concepto, todo deviene con una naturalidad singular y abstracta a la que no cabe oponerse con argumentos críticos. Se asume en un acto de fe reflejo: lo nuevo representa la vitalidad extrema; lo viejo, por su parte, debe transformarse en cadáver y caer en el olvido eterno. Entendido así el ciclo histórico, se eliminan de un plumazo las causas y sus efectos, la acumulación de conocimiento sucesiva y la inclusión de lo viejo como humus y sustento esencial para el nacimiento de lo nuevo. Lo nuevo, en esta discontinuidad a rajatabla y ficticia, emerge de su propio ser por generación espontánea, sin padres ni madres conocidos o putativos.

Ese es el caldo de cultivo que alimenta a fuego rápido el régimen capitalista, sistema económico que precisa quemar combustible para no detenerse jamás. Entregarse a un receso, aunque solo fuese un reposo técnico para tomar aliento, podría suponer poner en tela de juicio sus mecanismos o engranajes internos, algo que no puede permitirse por pura lógica. Este dispositivo mecánico a toda velocidad se vierte como doctrina inapelable en la mente social e individual exudando una realidad maniqueísta retratada fielmente en lo nuevo y lo viejo de manera acabada, competitiva y fatalista.

Las consecuencias de adherirse al pie de la letra a esta plantilla ideológica son muy graves. La vida se reduce a dos opciones digitales, alfa y beta, polos enfrentados de un imán social que se rechazan mutuamente. Los petimetres del pensamiento orgánico lanzan sus diatribas contra lo viejo y cantan las alabanzas de lo nuevo a través de sinfonías sencillas y de fácil consumo mediante eslóganes que celebran el mejor de los mundos posibles. En esa aporía comparativa viejo-nuevo todo es natural, lo viejo-malo-feo corresponde a lo pasado de moda, la lucha de clases, la rebeldía crítica, lo común, lo público y el socialismo; lo nuevo-bueno-guapo representa, en contraposición ideal a lo gastado y herido por el uso y la experiencia, la armonía, el deseo colmado, el yo elevado a los altares y el futuro realizado ya y aquí.

Aunque sean dos campos diferentes, lo tecnológico ha hincado sus dientes de presa en lo social y lo político de manera más que profunda. La metástasis que ha provocado ha echado raíces bastante sólidas en la ideología de las sociedades capitalistas de corte occidental. Ese marco cognitivo hace imposible ver y analizar fidedignamente datos y fenómenos urgentes y preocupantes como la pobreza y la explotación, que son tratados como meros residuos colaterales por la compleja maquinaria capitalista. Las teorías posmodernas han abierto cauce a esta ideología interpretativa postulando con alegría irresponsable que ya vivimos en el fin idílico de la historia, únicamente nos queda pues ser actores estelares de nuestro propio relato en completa libertad y sin contradicciones operativas ni obstáculos a superar: el movimiento histórico ha cesado de repente. La ética posmoderna no deja lugar a la duda, traza tu senda, llénate de experiencias y sé lo que quieres ser, es decir, consume lo último que cumpla los requisitos de tu deseo insaciable, corre veloz tras la postrera novedad y tras el orgasmo solipsista, vuelve a empezar. Así, hasta que el cuerpo físico y la cabeza colapsada de engullir ideas dispares y banales aguanten el tirón de la carrera compulsiva hacia uno mismo.

¿Es en verdad nuevo lo que nos venden cada día y viejo lo que entierran con nocturnidad y alevosía en los vertederos de la posmodernidad neoliberal? No lo parece si atendemos a los promotores de lo nuevo, los empresarios, los partidos de derechas y la socialdemocracia, los pudientes y la clase propietaria hegemónica. Aunque se adueñen de tal concepto, lo nuevo aún está por llegar: una sociedad sin clases ni explotadores ni explotados, solidaria y fraternal. Lo que se presenta como viejo y desechable son los valores de las clases populares, los trabajadores, la mujer, los ancianos, los inmigrantes, los marginados, las minorías y los pobres en general. Ese universo reivindicativo y solapado es la historia que pretende salir a flote y conquistar el poder desde tiempos inmemoriales, protagonizada por los esclavos, los siervos y la clase trabajadora. Lo viejo y lo nuevo son, como puede advertirse, ideas relativas e ideológicas. Donde existe el hambre y reina la injusticia, lo nuevo siempre será luchar contra ellas y lo viejo las resistencias reaccionarias para mantener las estructuras de dominación clasistas. Los falsos progresismos de la izquierda institucionalizada copian a las derechas en sus proclamas estéticas y superficiales, adaptando sus mensajes y discursos a escenarios mitificados por la dualidad maniquea de lo viejo y lo nuevo. En realidad, lo viejo y lo nuevo son construcciones ideológicas funcionales rellenas de viento conservador: solo existe lo que está siendo. Nuevo y viejo son instantes petrificados a propósito y sacados del ambiente contemporáneo y contexto económico y sociopolítico, dos factores culturales pasados por el laboratorio neoliberal para otorgar carta de naturaleza al sistema capitalista, una petición o acto de fe para desfigurar la realidad múltiple de la sociedad actual determinada por lo que fue siendo todavía y la problematización del futuro que pretenden eludir los exégetas de la rabiosa posmodernidad de la libertad total, en el fondo una mezcla de viejas ideas trasnochadas ataviadas con la indumentaria externa de la fachada encalada hace nada; una doctrina, en suma, de añejos trapos ideológicos y neologismos recién paridos de sonoras lentejuelas y tono brioso a mayor gloria del régimen capitalista. Lo viejo y lo nuevo no son enemigos irreconciliables: lo viejo siempre viaja en lo nuevo y lo nuevo nunca es cien por cien primicia absoluta y genuina.

http://www.diario-octubre.com/2013/12/16/mentiras-ideologicas-sobre-lo-viejo-y-lo-nuevo/

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