9 de febrero de 2014

El gen del capitalismo



Si aceptamos que vivimos en un sistema llamado ‘capitalismo’, que todo orden responde a ese plan, no es suficiente con asumir un papel victimista respecto a esta realidad, ni afirmar que “el infierno son los otros”. Declarar que hay un poder superior que condiciona y configura nuestro estar en el mundo, no ha de implicar que nos olvidemos, en un sentido humanista, que formamos parte de ese mundo y que lo que sucede, en todo ámbito, nos hace responsables de ello. Cabe aquí una responsabilidad de entendimiento, es decir, de ser capaces de atisbar el verdadero problema que atañe a una sociedad cuyos genes delatan el vislumbre de un estado de cosas que se ha apoderado de la libertad. ¿Es suficiente con culpar a otros del dislate capitalista? Cuando decimos que unos cuantos son las personas más poderosas del mundo, las que lo dirigen en la sombra, como si todo correspondiese a una conspiración entretejida desde el origen de los tiempos, no estamos diciendo nada, pues, al margen del poder de aquellos, planea un contagio o incluso una cualidad atribuible a todos. Que unos pocos puedan ejercer ese poder no significa que unos muchos, si lograsen tal poder, no lo usarían del mismo modo. Esto es, se da la hipótesis de que aquellos que culpan lo hagan por impotencia y que si cambiaran los puestos, posiblemente los que culpan serían los culpables. No es que el hombre sea un lobo para el hombre, sino que a partir de esa frase y de otras muchas, el hombre ha asumido que ha de ser un lobo para sus semejantes, que no le queda otro camino si quiere hacerse camino. Los problemas están ahí, puestos para solucionarse. Entre ellos, quizá el más importante, la superpoblación mundial en relación con la falta de recursos para todos, también el llamado cambio climático, fruto del abuso ejercido sobre la naturaleza, significando un progresivo deterioro del medio ambiente y, no cabe olvidar, el gran problema de la violencia humana, el armamento nuclear, el fundamentalismo religioso, político, económico, etc. Cuestiones todas ellas, como se ha de suponer, derivadas del sistema capitalista, de la eclosión de la producción, el consumo, la explotación, el afán de enriquecimiento como realización de un mal llamado individualismo: que no es más que un aislamiento de los intereses de la comunidad, quiero decir, de una humanidad sensible como grupo unido en una labor común de compromiso

ético y cooperación.

El gen del capitalismo –sinónimo de egoísmo- es ya el espejo de la insostenibilidad, del cansancio de una sociedad desesperanzada, de una sociedad jerarquizada según el volumen de capital que posean sus individuos: y cuyo único afán, fin existencial, es el aumento de ese volumen de capital como justificación del esfuerzo humano. Quiero recordar aquí un pensamiento amargo pero veraz de Henry David Thoreau: “Los caminos por los que se consigue dinero, casi sin excepción, nos empequeñecen. […] Se te paga para que seas menos que un hombre”. Thoreau denunció ese afán espiritualmente ingrato que supone la búsqueda del oro, primitiva metáfora americana del capitalismo, luego vendría el petróleo. Uno es menos esclavo del patrón que del propio dinero. ¿Y la política? ¿Qué papel tiene en todo esto? Sinceramente, la política es una gran broma. La broma del uso del disfraz de unas ideologías para satisfacer intereses varios y oscuros. La broma del juego retórico sin contenido ninguno. El otro espejo de una sociedad que no ha sabido encontrar la voz que le refleje. No hay ninguna conspiración ni juego de altas esferas en todo esto, hay un problema en que todos participamos como planteamiento o como solución, pero que se ha evitado mediante una aquiescencia e indiferencia frente a una tarea que concierne a todo individuo, no desde el individualismo, sino a través de la conciliación fructífera de individualidades. Aún estamos a tiempo, al margen de las voces de ciertos milenaristas tópicos y turbados, para enraizar este íntimo destino del sendero global. El gen del capitalismo nos hace responsables biológicamente de todo suceder y nos invita a trascenderlo observando el potencial de cambio y evolución que todo pensar colectivo, desde cada punto de luz, posee, reconociendo, como primer paso, aquello que obstaculiza el caminar. En conclusión, todo ello invita a protegernos de aquello que nos limita y a engrandecer aquello que nos ensancha. Dejemos una frase del sabio libro Tao Te King para meditar: sólo hay que “usar la luz para volver a la claridad”.


Diario La Verdad


http://lashorasylossiglos.blogspot.com.ar/2010/08/el-gen-del-capitalismo.html

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