25 de febrero de 2014

Los límites del progreso


El progreso ha sido, desde la modernidad, el paradigma de nuestras aspiraciones, ese espejismo en el desierto en forma de oasis magnánimo y reconfortante. La idea del progreso, a mi entender, ha supuesto una de las causas de las grandes crisis de nuestra civilización, teniendo su cenit más trágico en la II Guerra Mundial. Si el progreso, en sí, entendemos que no es bueno ni malo, sin embargo olvidamos replantearnos la cuestión de si realmente esta idea existe realmente o es solo un constructo teórico, psicológico, que de alguna manera ha condicionado, de forma negativa y paradójica, nuestra evolución. No es coincidencia que en esa modernidad, a partir de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, hablemos de teorías que cambian radicalmente la concepción de la naturaleza o de la sociedad humana, como son la "teoría de la evolución" de Darwin o el comunismo (materialismo dialéctico) de Marx. 

No es coincidencia que el desarrollo de la ciencia, con la revolución atómica, asuma ese papel de demiurgo y de sostenedor de nuestros destinos. Hablamos, en cualquier caso, del desarrollo de una conciencia humana, de una mente relacionada con su entorno y en constante comprensión del mismo, que va asumiendo una interpretación aparentemente causal de la realidad. 
Digo aparente porque la causalidad, operación racional, no es observable sin un motivo lógico que la abarque desde su propia visión conceptual. Por tanto, nos hallamos ante el paradigma de una razón que creíamos que era
nuestra conquista y sin embargo vamos comprendiendo que es ella la que nos domina y limita, la que nos ha conquistado.


Si nos adentrásemos en territorios más metafísicos la cuestión del progreso iría unida al concepto del tiempo, germen de toda mirada racional, y que está siendo ya puesto en tela de juicio no ya sólo desde la filosofía incluso hace más de dos mil años, sino también desde la misma ciencia contemporánea, que observa fenómenos que parecen no responder a procesos causa-efecto ni a una continuidad o linealidad temporal. Pero, como digo, sin entrar en esta metafísica del tiempo de la que Ortega o Heidegger podrían bien ilustrarnos, volvamos a llevar la mirada al progreso desde un punto de vista social y humano. No cabe duda que nuestros derroteros han girado en torno a él, en una constante lucha por alcanzar algo más, por asumir que este planeta, que esta vida, tiene una finalidad evolutiva en la que lo mejor está siempre por llegar. El progreso se convierte así en una aspiración vital, en un valor, que nos ha llevado a un punto en el que al menos, merece la pena reflexionar. Reflexionar si realmente este constante crecimiento tiene un límite, si los miles de millones de habitantes que ocupamos el planeta podemos aspirar a un mismo bienestar material para todos. Pues si buscamos la igualdad material tal y como hoy la concebimos, como la buscó el comunismo, ¿podría realmente este planeta soportarlo? Miles de millones de coches, teléfonos móviles, ordenadores, microondas, televisiones, etc. ¿Puede concebirse un progreso materialmente exponencial en un planeta físicamente finito?

Creo que la reflexión no alude directamente al progreso como tal sino al perturbador materialismo asociado a él. Y es ahí donde posiblemente está el origen de toda crisis moderna, por mal que nos pese reconocerlo. Espero que llegue pronto el día en que algún político sincero se atreva a hablar abiertamente de ello. Quizá ese día, pues los políticos no son más que un espejo de la sociedad que tenemos, por mal que nos pese también reconocerlo, si llega, es porque algo importante habrá cambiado en nosotros. La naturaleza, frente a la idea del progreso, nos da su respuesta cíclica. La noche y el día en continua repetición, así como las estaciones climáticas. El tiempo circular, que ya evocaba Nietzsche a través del eterno retorno o en el hinduismo con los yugas o ciclos cósmicos, nos hablan de un a concepción de la realidad más primitiva, más sagrada incluso como advierte también el teólogo Mircea Elíade. Una comprensión del tiempo en consonancia con la naturaleza, desligada de esa búsqueda ilimitada de bienes que sólo nos llevan hacia un rascacielos sin sentido y babilónico. 

Cuando nos paramos a reflexionar sobre este asunto, pues las circunstancias imponen que lo hagamos, la razón advierte las paradojas de sus impulsos y se ve obligada a advertir la situación crítica en que nos encontramos, el ahogo de la civilización en su propia piscina. Ese no querer mirar directamente la realidad agrava más el problema. Sin embargo, algo nos dice que nosotros, mortales, formamos parte de esta misma naturaleza que habitamos, y, pesar de que mejorar, comprender, sea achacado al progreso, es incluso mucho más esperanzador pensar que siempre todo cambia para que vuelva a ser como antes, como apunta aquel libro tan sabio, "El gatopardo". Y es esa misma sabiduría la que hemos de volver a rescatar, la que llevamos dentro, la que un día expresaron Confucio, Sócrates, Heráclito, Lao Tse, Buda, Jesús... hace miles de años. Porque nosotros, a pesar de las apariencias, seguimos siendo los mismos.



Diario La Verdad


http://lashorasylossiglos.blogspot.com.ar/2012/06/los-limites-del-progreso.html

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