Las sociedades se desarrollaron con el propósito de relacionarnos, compartir cultura y educación, ayudarnos y, por qué no, proyectar objetivos en común. Sin embargo, a menudos vemos personas que no están dispuestas a eso y prevalece el egoísmo y la intolerancia. Observemos, por si acaso, el tránsito. Simplemente pongámonos en una cuadra y veamos situaciones cotidianas: el automovilista que no le cede el paso al que quiere salir del estacionamiento, el que reclama con la bocina que tire el camión de adelante hacia un costado para que pueda pasar más rápido, el que abre la puerta del auto que da hacia la calle y ni siquiera le interesa mirar para ver si viene alguien, etc. Nada. La prioridad siempre la tiene uno. El que está apurado siempre es uno. El que siempre tiene todos los derechos es uno.
Nos hemos transformado en intolerantes por naturaleza. No soportamos a quien intenta explicarnos por qué el servicio de telefonía no funciona. Queremos matar al vecino porque está construyendo una pieza y
accidentalmente se le cayó una rama sobre nuestro patio. Matamos a los empujones para sacar un turno en el hospital público. Nos aprovechamos y nos quedamos con el vuelto de más que nos dieron en el kiosco.
Una y otra vez se manifiesta la importancia de considerarnos por encima de los demás y nos da derecho a todo. Y, por supuesto, el ego nos genera intolerancia porque no podemos comprender al que no piensa igual que uno, porque nos resulta inadmisible que una persona se equivoque de la manera en que nosotros pensamos que no nos equivocamos. Incluso nos transformamos seres irrespetuosos, desconfiados, de un bajo nivel de conciencia.
No somos sociables. Durante años quisimos vivir en sociedad, pero no soportamos al otro. ¿De qué vale la pena vivir en una sociedad en la que no soportamos a la mayoría de la gente? Increíblemente nos esforzamos para vivir en grandes urbes y eso nos transformó en misántropos. O quizás siempre lo fuimos. ¿Es la sociedad las que nos hizo irrespetuosos, soberbios y maleducados, o en realidad nunca lo fuimos ni lo seremos a partir de vivir en una sociedad?
Debemos comenzar a aceptar que la sociedad viene, con las que nos resulta para nosotros, partes buenas y malas. En todo caso debemos trabajar para evitar que los ladrillos nos transformen en simples objetos oscuros conviviendo entre sí. ¿Cuánto tiempo pierdo en cederle el paso a aquella persona? ¿Vale la pena enojarme con el que se me adelantó en la cola sin antes preguntarle si me vio siquiera? Porque, en definitiva, una sociedad que se forma en base a gente que no es sociable, es una constante bomba de tiempo.
Fuente: www.maestroviejodespierta.com
http://ssociologos.com/2012/06/28/vale-la-pena-vivir-en-sociedad-si-no-somos-sociables/
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