Zygmunt Bauman (Polonia 1925), es un filósofo y sociólogo inquieto y pesimista que descubre y expone las llagas sociales y las terribles paradojas de nuestra era con palabras fuertes y provocadoras. El profesor emérito en las universidades de Varsovia y de Leeds (en el Reino Unido, donde radica actualmente) y su extensa obra son sin duda un referente internacional en temas sociales y políticos.1
Bauman se dio a conocer a un amplio público con los conceptos de «sociedad o modernidad líquida».2 Ésta implica movilidad, incertidumbre, relatividad de valores, adaptación al continente, cuenta más el flujo del tiempo que el espacio a ocupar. La contrapone a la sociedad sólida que supone seguridad, duración, contenidos, valores perdurables… Con la acertada metáfora de liquidez y solidez, Bauman explica muchos de los cambios que sufre nuestra época.
«El problema con la realidad líquida es que es muy difícil pronosticar cómo se desarrollará y reaccionará a nuevas situaciones, crisis, dilemas de confianza o lo que sea, y como sabemos tan poco sobre ello nos sentimos impotentes. Si uno no puede prever cómo evolucionarán las cosas, no puede tomar medidas de precaución, entonces no se puede defender, prepararse, los hechos nos
tomarán por sorpresa, por eso se llama mundo líquido. (…)
»Es como si todo estuviera patas arriba comparado con la situación de hace 150 o 200 años –tiempo de la modernidad sólida– cuando todo era más duradero, más perdurable, más sólido. Ahora, gente de 30 o 40 años no tiene ni idea de qué va a pasar con ella cuando tenga 60 o 70 años. La planificación del futuro desafía nuestros hábitos y costumbres y las capacidades que aprendimos para superar los escollos del camino.
»Por eso, la impresión general es que día tras día, estamos en una encrucijada; hay muchos caminos hacia diferentes direcciones y no sabemos muy bien qué sendero transitamos. Pero estoy bastante seguro de que en este siglo estaremos luchando, intentando por todos los medios, pensando discutiendo sobre un tema: cómo reestablecer el equilibrio entre política y poder, porque ahora la política es local y el poder es global y finalmente estamos todos expuestos a estas mareas de la modernidad líquida, es como si un tsunami tras otro nos alcanzara».3
¿EL MÁS GRAVE PELIGRO ACTUAL?
Precisamente sobre ese equilibrio roto habla en este libro sobre los «daños colaterales», con lo que se refiere a las desigualdades de la era global y al olvido en que nuestra sociedad deja a esos grupos de población cada vez más numerosos que van quedando marginados en el vértigo del mercado, el consumo y la tecnología. Ya en libros anteriores llamaba a esos grupos con palabras muy fuertes como «desechos de clase» y «residuos de la modernización», con la intención de sacudir las conciencias.
Con ejemplos claros explica su punto de vista: «Un puente no colapsa cuando la carga que sostiene supera la fuerza de sus tramos; el puente colapsa mucho antes, cuando el peso de la carga sobrepasa la capacidad portante de uno de sus tramos: el más débil. La ‘capacidad de carga promedio’ de las pilas y los estribos es una ficción estadística que tiene escaso o nulo impacto en la utilidad del puente, del mismo modo en que no se puede calcular cuánto peso resiste una cadena por la ‘fuerza promedio’ de los eslabones. Calcular promedios, fiarse de ellos y usarlos de guía es la receta más segura para perder tanto el cargamento como la cadena que lo sostiene».
Bauman transfiere esta sencilla lógica al ámbito social: hay una estructura que supera con creces a las demás en el grado en que estas versiones simples, dictadas por el sentido común, se olvidan o suprimen, se subestiman o incluso se niegan de plano, y esa estructura es la sociedad.
Y agrega que cuando se analiza a la sociedad, en general se da por sentado, aunque sin razón, que la calidad del todo puede y debe medirse por la calidad promedio de sus partes; y que si alguna de ellas se halla muy por debajo del promedio, los perjuicios que pueda sufrir no afectarán a la calidad, la viabilidad y la capacidad operativa del todo.
Cuando se evalúa y supervisa el estado de la sociedad, los índices de ingreso, la salud, etcétera, no suelen tomarse como indicadores relevantes las variaciones que se registran entre diversos segmentos de la sociedad, ni la amplitud de la brecha entre los segmentos más altos y más bajos. De hecho, el índice de desigualdad no suele usarse para medir el bienestar, el mensaje que deja esto es que la desigualdad en sí misma no es un peligro para la sociedad en su conjunto.
QUÉ HACER CON LAS «CLASES MARGINALES»
Mucha de la política actual se explica en gran parte por el deseo de una clase política y buena parte de su electorado, de forzar la realidad para que se ajuste a la posición deseada; y un síntoma de ese deseo es la propensión a encapsular la parte de la población situada en el extremo inferior de la distribución social de riquezas e ingresos en la categoría imaginaria de «clase marginal»: una congregación de individuos que, a diferencia del resto de la población, no pertenece a ninguna clase, y, en consecuencia, no pertenece a la sociedad.
Ésta es una sociedad de clases en el sentido de totalidad, en cuyo seno los individuos se incluyen a través de su pertenencia a una clase, con la expectativa de que cumplan la función asignada a su clase en el interior y en beneficio del «sistema social» como totalidad.
La idea de clase marginal no sugiere una función a desempeñar como en el caso de la clase trabajadora o la clase profesional, ni una posición en el todo social como las clases alta, media o baja. El único significado que acarrea la clase marginal es el de quedar fuera de cualquier clasificación significativa orientada por la función y la posición. La clase marginal puede «estar» en la sociedad pero claramente no «es» de la sociedad, no contribuye a nada de lo que la sociedad necesita para su superviviencia y bienestar; de hecho, la sociedad estaría mejor sin ella.
El estatus de la clase marginal es de «emigrantes internos» o «inmigrantes ilegales» o «forasteros inflitrados», personas despojadas de los derechos que poseen los miembros reconocidos de la sociedad. Esta clase es un cuerpo extraño que no se cuenta entre las partes indispensables del organismo social. Algo que no se diferencia mucho de un brote cancerígeno, cuyo tratamiento más sensato sería la extirpación o, en su defecto, una confinación forzosa, inducida y artificial.
Otro síntoma ligado al primero es la visible tendencia a reclasificar la pobreza como problema vinculado a la ley y el orden. Ciertamente la pobreza y el desempleo crónico o cesante –informal, a corto plazo, descomprometido y sin perspectivas– se correlacionan con un índice de delincuencia superior al promedio. Sin embargo, esta correlación no justifica reclasificar a la pobreza como criminal, más bien subraya la necesidad de tratar la delincuencia juvenil como problema social y reconocer que las raíces de este fenómeno son sociales.
BAJAS O DAÑOS COLATERALES
La situación de estos grupos y sus habitantes jóvenes es una baja colateral de la globalización descoordinada, descontrolada e impulsada por los dividendos. Ese término fue acuñado en el vocabulario de las fuerzas militares expedicionarias y difundido por los medios de comunicación que informan sobre sus acciones, para denotar los efectos no intencionales ni planeados –e imprevistos suele decirse erróneamente– que no obstante son dañinos y perjudiciales.
Calificar de «colaterales» a ciertos efectos destructivos de la acción militar sugiere que sus efectos no fueron tomados en cuenta al planear la operación o que se advirtió la posibilidad de que tuvieran lugar, pero se consideró que el riesgo valía la pena; opción ésta mucho más probable, dado que quienes decidieron sobre las bondades del riesgo no eran los mismos que sufrirían las consecuencias.
El pensamiento que se rige por los daños colaterales supone, de forma tácita, una desigualdad ya existente de derechos y oportunidades, en tanto que acepta a priori la distribución desigual de los costos que implica emprender una acción o desistir de ella.
«En apariencia, los riesgos son neutrales y no apuntan a un blanco determinado, por lo cual sus efectos son azarosos; sin embargo, en el juego de los riesgos, los dados están cargados. Existe una afinidad selectiva entre la desigualdad social y la posibilidad de transformarse en víctima de catástrofes, ya sea ocasionadas por la mano humana o ‘naturales’, aunque en ambos casos se diga que los daños no fueron ocasionados ni planeados. Ocupar el lugar inferior en la escala de la desigualdad y pasar a ser ‘víctima colateral’ de una acción humana o de un desastre natural son posiciones que actúan como los polos opuestos de un imán: tienden a gravitar una hacia la otra».
Solemos pensar que los desastres naturales son imparciales y azarosos, pero casi siempre ocurre lo mismo: son los pobres quienes corren mayor peligro. Éso es lo que implica ser pobre. Es peligroso ser pobre. Es peligroso ser negro. Es peligroso ser latino en ciertas culturas y las categorías que se consideran más expuestas al peligro tienden a superponerse. Cuántas veces las víctimas de catástrofes naturales ya desde antes eran «desechos de clase» y «residuos de la modernización».
La íntima afinidad e interacción entre la desigualdad y las bajas colaterales, los dos fenómenos de nuestro tiempo que crecen tanto en volumen como en importancia y en la toxicidad de los peligros que auguran es lo que aborda este volumen que recoge temas de conferencias que impartió el autor entre 2010 y 2011 en las que de manera explícita o como telón de fondo, aparece el problema.
LA AMENAZA DE LA EXCLUSIÓN
Uno de los puntos débiles más notorios de los regímenes democráticos es la contradicción formal de los derechos democráticos (conferidos a todos los ciudadanos por igual) y la no universal capacidad de sus titulares para ejercerla con eficacia, en otras palabras, la brecha que se abre entre ‘ciudadano de iure’ y la capacidad práctica de ciudadano de facto. Se espera que los individuos superen esa brecha mediante sus propias habilidades, de las cuales es posible que carezcan como en la mayoría de los casos.
Si los derechos democráticos así como las libertades que traen aparejadas esos derechos, se confieren en teoría pero son inalcanzables en la práctica, no cabe duda de que al dolor de la desesperanza se sumará la humillación de la desventura. La habilidad para enfrentar los desafíos de la vida, puesta a prueba diario, es el crisol donde se funde la confianza personal del individuo y, en consecuencia, su autoestima.
Gracias a la red de ‘autopistas de la información’ que crece rápidamente en extensión y densidad, se invita, se tienta e induce (más bien compele) a todos y cada individuo, a comparar lo que le ha tocado en suerte a todos los otros individuos, y en particular con el consumo fastuoso que practican los ídolos públicos, así como a medir los valores que dignifican la vida con referencia a la opulencia que ostentan.
Mientras las perspectivas realistas de una vida satisfactoria divergen de forma abrupta, los parámetros soñados y los codiciados símbolos de la ‘vida feliz’ tienden a converger: la fuerza impulsora de la conducta ya no es el deseo más o menos realista de ‘mantenerse en el nivel de los vecinos’, sino la idea nebulosa de ponerse a tono con los modelos de futbol más taquilleros y los cantantes de moda. Esta mezcla tóxica se crea mediante el acopio de aspiraciones poco realistas con la expectativa de que puedan cumplirse.
El Estado actual es cada vez menos capaz de prometer seguridad existencial a sus súbditos (‘liberarlos del miedo’ como lo expresó Franklin Delano Roosevelt al invocar la ‘firme creencia’ de que lo único que debemos temer es el temor mismo) y está cada vez menos dispuesto a hacerlo. La tarea de lograr seguridad existencial –obtener y retener un lugar legítimo y digno en la sociedad humana y eludir la amenaza de exclusión– se deja librada a cada individuo para que la lleve a cabo por su cuenta valiéndose sólo de sus habilidades y recursos y ello implica correr enormes riesgos y sufrir la angustiosa incertidumbre que entraña tal cometido.
«No obstante, estoy seguro de que el compuesto explosivo que forman la desigualdad social en aumento y el creciente sufrimiento relegado al estatus de ‘colateralidad’ (puesto que la marginalidad, la externalidad y la cualidad descartable no se han introducido como parte legítima de la agenda política) tiene todas las calificaciones para ser el más desastroso entre los incontables problemas potenciales que la humanidad puede verse obligada a enfrentar, contener y resolver durante el siglo en curso».
En este libro Bauman ofrece innumerables reflexiones provocadoras sobre otros temas que los simples títulos de los capítulos incitan a leer: «¿Son peligrosos los extraños?», «Privacidad, confidencialidad, intimidad, vínculos humanos y otras víctimas colaterales de la modernidad líquida», «Historia natural de la maldad» o «Consumismo y moral» .
Más que ofrecer teorías o soluciones a los problemas, el mérito de este pensador de origen judío está en analizar y divulgar los desgarramientos y contradicciones que afronta la sociedad capitalista y el crecimiento exacerbado del individualismo.
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1 Algunos de sus libros son: Trabajo, consumismo y nuevos pobres, Vida líquida, Miedo líquido: La sociedad contemporánea y sus temores, El arte de la vida, Modernidad líquida, La sociedad sitiada, Amor líquido: Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos.
2 Ver istmo 282. Amor líquido. (FCE México, 2007) y istmo 294. Vida de consumo. (FCE. México 2007).
3 En esta dirección se puede ver una entrevista con el profesor de 88 años. http://www.think1.tv/videoteca/es/index/0-46/zygmunt-bauman-educacion-liquida
http://istmo.mx/2013/04/desigualdad-social-%C2%BFel-problema-mas-grave-del-siglo-xxi/
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