Si miras atrás es probable que te des cuenta de que los eventos que en su momento te parecieron terribles, que eran barreras infranqueables, después de todo, no fueron tan malos o, al menos, no fueron el fin del mundo. Y lo que es aún más importante: ¿cómo serías ahora mismo si no hubieses pasado por esos eventos?
En aquellos momentos es probable que te bloqueases, que maldijeses el mundo y que pensases que ya no tenías fuerzas para continuar. Sin embargo, lograste superar aquellos problemas, el dolor se fue mitigando y cambiaste, te hiciste más fuerte, más resiliente.
Las emociones como filtro
Cuando estamos en el centro de la tormenta nuestras emociones están a flor
de piel y no nos permiten ver más allá. Por eso magnificamos las consecuencias de las situaciones y nos sentimos terriblemente mal. No obstante, con el paso del tiempo, cuando miramos atrás, despojados de la intensidad emocional del momento, es probable que nos demos cuenta de los errores que cometimos y de que existían formas mejores de enfrentar la situación.
Este análisis retrospectivo no implica culparse sino tan solo adquirir una visión más objetiva que nos permitirá enfrentar los problemas futuros desde una perspectiva más racional y objetiva. El miedo, la sensación de pérdida e impotencia así como la falta de control juegan en nuestra contra y nos sumen en un estado negativo pero si decidimos salir adelante, estas sensaciones son transitorias y dejarán paso a estados mucho más placenteros.
Un problema, una decisión, una vuelta de tuerca
Somos la suma de nuestras decisiones. La adversidad, sobre todo las situaciones más extremas, nos cambian por completo y pueden convertirse en una oportunidad para llevar a cabo ese plan que siempre habíamos postergado o incluso para atrevernos a mostrar una parte de nosotros que siempre habíamos ocultado por miedo a la crítica.
La adversidad extrema nos lleva a tomar decisiones extremas pero en nuestras manos está elegir si esas decisiones nos conducirán por buen camino o, al contrario, nos despeñarán por un precipicio. Dicho de otra manera, la adversidad nos obliga a cambiar, a dejar de lado algunos de los viejos condicionamientos y temores y podemos decidir si hacerle espacio a la alegría y la paz.
Es cierto que a veces algunos temores persisten porque no podemos borrarlos de un plumazo, y siempre estarán ahí, pero ya no son tan significativos como antes porque le hemos dado una nueva prioridad a nuestras necesidades. Por tanto, la próxima vez que te enfrentes con una adversidad, piensa que también es una oportunidad para el cambio, para atreverte a dar el paso que siempre has querido.
http://www.rinconpsicologia.com/2014/04/la-adversidad-una-oportunidad-para.html
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