28 de octubre de 2014

La victoria del Capitalismo - por Oriol Alonso Cano



El mercantilismo, que caracteriza intrínsecamente al capitalismo, se ha inoculado en todos los ámbitos de la existencia del sujeto. Una prueba de ello lo encontramos en las relaciones interpersonales, tal y como lo formuló magistralmente Manuel Cruz en su premiado ‘Amo luego existo’. En particular, éstas se rigen por una lógica de la mercancía (la pareja, el amigo, el padre, la madre se caracterizan por el hecho de tener un determinado valor de uso –ofrecen apoyo emocional, material….- pero también por tener un valor de cambio –nadie puede considerar a su pareja o amigo, hoy en día, como un ser insustituible, dotado de una especificidad e inconmensurabilidad radical-) que, como poco, debería parecernos inquietante.

El sujeto, tal y como afirmaba Herbert Marcuse, ha introyectado a la perfección las leyes que fundan el desarrollo del procedimiento capitalista. Expresado de otra forma, la lógica del capitalismo, gracias a diferentes factores que ahora no pueden elucidarse, ha conseguido constituirse en la forma específica que tiene el individuo para estructurar su percepción de la realidad. La cuestión es mucho más profunda de lo que se piensa: el individuo, que se ha ido apropiando de esa lógica de una forma inconsciente, desde su más tierna infancia, hasta pasar a ser su forma lógica de percibir el mundo, adolece de otros marcos representativos para poder comprender y configurar su realidad.

Este es su gran triunfo, tal y como aseveraba Marcuse: el sistema capitalista ha cortocircuitado todo intento de crítica radical y, por consiguiente, destructiva para con ella, al convertirse en la forma arquetípica de percibir, de entender, de estructurar la realidad. Dicho en otras palabras, cualesquier discurso que pretenda efectuar una crítica radical del proceder capitalista, se encuentra ante la encrucijada de que se fundamenta en el propio sistema que crítica. El discurso crítico cae en las redes capitalistas porque nunca ha salido de ellas. De ahí que toda tentativa de pensamiento crítico se desvanece al ser considerada como un mero acto de rechazo parcial, pose, pataleta, ya que jamás será radical.

La lógica del sistema ha conseguido burocratizar de tal manera la existencia del sujeto, que impregna por completo su manera de interpretar y estructurar su realidad y, por consiguiente, determina cualesquier tipo de discurso. Este es el gran éxito: que un sistema meramente económico ha conseguido convertirse en una forma de estructurar la realidad y, por consiguiente, se ha erigido en una actitud, en un rasgo que define al sujeto.

No obstante, el darse cuenta de una situación determinada ya es un signo de la capacidad que tenemos para poder trascenderla, tal y como formuló Freud. Por ese motivo, mejor nos vendría si asumiésemos que, hagamos lo que hagamos, el dinero, la plusvalía, el valor de cambio, de uso, el interés, la competencia y demás categorías que configuran la constelación interpretativa del capitalismo, nos determinan. De esta manera, podríamos ver las cadenas que nos aprisionan, pero, de forma simultánea al advertirlas, también emergería la posibilidad de observar su forma, su materia y, por ende, su posibilidad de volatilizarlas como instancias opresivas.

Fuente: elplural.com




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