En el monte Hiei, en Kyoto, hay un monasterio budista en el que se realizan largos cursos de meditación con el ejercicio de andar. Se camina unos treinta kilómetros diarios y, hacia el final de las prácticas, el número de kilómetros se aumenta considerablemente.
El agotamiento se considera una buena ayuda porque la mente está demasiado agotada para divagar. El ejercicio ayuda sobre todo a los que tienen miedo a las sentadas en quietud o a la soledad. A quién practica este ejercicio, puede utilizarlo después en la vida cotidiana, cuando va de la parada del autobús al trabajo o a la compra. Entonces veremos cómo se aumenta nuestro tiempo contemplativo.
El peregrinaje es también una ocasión maravillosa de practicarlo. Después de un tiempo notaremos que nos va centrando, sosegando, relajando, armonizando e interiorizando, nos trae la paz, nos lleva a nosotros mismos y a Dios.
¿Cómo debemos andar? TENEMOS que aprender a andar como Beppo, el barrendero del libro Momo de Michael Ende: un escobazo tras otro, sin premura, sin mirar constantemente hacia el final de la calle, esperando alcanzarlo pronto. Solo un paso cada vez. No hay ni un paso antes ni otro después; hay solamente el “ahora” de este paso, que se va convirtiendo en
el ahora mismo. Es el primero y el último a la vez.
EL modo de andar contemplativo supone relegar la percepción exterior en favor de la interior. Estoy en total intimidad conmigo. Experimento cada paso desde el interior. Unicamente este paso. Y una y otra vez: “éste es el único paso”. Naturalmente nuestra razón quiere evadirse. Se aburre. Lo mismo que en las sentadas contemplativas se observa la respiración, aquí se observa solamente el paso. El andar se convierte en ejercicio contemplativo.
ESA forma de andar no se puede “hacer”. Solamente puede ser practicada con la esperanza de alcanzar la experiencia profunda. Requiere tiempo y el peregrinaje proporciona el tiempo y la oportunidad. En el andar contemplativo su sentido profundo se cumple. El peregrinaje, o es contemplación o se convierte en turismo.
Andar es oración, NO tenemos que añadir nada al andar.
Quien quiera hacerse uno con su paso, puede hacerse uno con Dios. De la misma forma que aquél que logre unificarse con la palabra “Jesús” puede llegar a experimentar una apertura de su consciencia, igual el que logre hacerse uno con su caminar.
DIOS pasa como persona en mi condición de ser humano por esta tierra a través de este tiempo. En el andar practicamos a Dios, manifestamos a Dios, vivimos a Dios. Dios se consuma en nuestro andar. Ya no será nuestro andar, sino el andar de Dios. Dios aparece en esta tierra en nuestro andar. De esta forma el andar alberga su sentido más profundo en sí mismo. Y nuestra vida se convertirá en peregrinaje santo.
SE convierte en “mi andar” si está sujeto a motivos: querer llegar, querer recorrer el camino; entonces manipulamos el andar. Ya no buscamos a Dios allí sino que le convertimos en algo. Si queremos experimentar a Dios, nos “dejaremos andar”. Dios no está en el llegar, está en el caminar. Dios nos dará la vida eterna mañana o pasado, cuando estamos ” allí”, pero Dios vive esta vida en cada paso que damos. Vive también en nuestro sufrimiento, en nuestra condición de apátridas, en nuestros miedos y en nuestras horas angustiosas. Esto nos lleva a un entendimiento completamente nuevo de Dios; ya no es nada que alguien nos ha comunicado, sino algo que hemos andado y experimentado nosotros mismos. Andar se convierte así en un ejercicio de auténtica espiritualidad existencial.
NO sólo debemos andar así, si no que también debemos tener estos mismos sentimientos cuando comemos, bebemos, nos alegramos, sufrimos… Angelus Silesius dice en un poema: “Dios mismo hace en el santo todo lo que hace el santo. Dios anda, está de pie, duerme, está despierto, come, bebe y está animado”. Así, y solamente así, nuestra vida se convertirá en oración continua. Ese es el secreto del camino que se les revelará a quienes anden por el andar mismo. Andar es el camino más fácil para poner atención a nuestra vida cotidiana.
PARA la mayoría de las personas, el cuerpo existe completamente separado de su ser más profundo. Hay quienes lo descuidan a propósito. Para otros es una materia exterior que hay que vencer, un obstáculo. En realidad, el cuerpo puede convertirse en camino hacia el interior. Es producto de nuestra mente y está íntimamente relacionado con ella. Nuestra mente se creó un cuerpo en el cual se puede manifestar. Nuestro cuerpo y nuestra mente forman una unidad. Es, por así decirlo, consciencia materializada. En cada momento, lo modificamos mediante nuestros actos, nuestros pensamientos e imaginaciones. El andar sosiega, lleva al interior, a nosotros mismos; por eso nos transforma.
ALGUNAS personas me han contado que han tenido experiencias profundas de Dios haciendo footing. “Una mañana temprano fui a correr y, en vez de rezar el rosario como solía, simplemente corrí. Llegué a la presencia de aquello que es y quedé sobrecogido por su presencia en todas las cosas. Cada sonido y cada instante, cada hoja y el pavimento bajo mis pies estaban llenos de vida divina. Cada cosa era El. Estaba unido a todas las cosas. La experiencia duró mientras corría y, durante días seguí sobrecogido, experimentando su presencia en todo”
Todos los sentidos se abrirán, MIENTRAS se anda también se puede mirar. Pero ese mirar tiene un carácter totalmente diferente. El mirar externo es como si fuera un ancla, donde el ojo está atado. Cuando se está abierto, se ve todo, también lo que no está directamente en el campo visual. La voluntad está totalmente relajada. La consciencia está dirigida a algo, pero ese algo no se fija. También se percibe lo que hay en un primer plano y lo que hay en el fondo.
CUANTO más suave sea la percepción, tanto más abarcará. Se convertirá en mirar, escuchar y percibir. Se producirá una relajación. El ejercicio del andar se parece al de la respiración. Para que nuestros pensamientos no salten de un tópico a otro, fijamos nuestra consciencia en la respiración. Para que nuestra vista no salte de un objeto a otro, la ponemos en una sola cosa visible, sin fijarla en ella. No la enfocamos con claridad. Cuando no miremos a ninguna parte en concreto, será cuando lo veremos todo. Lo que parece ser un ejercicio visual, en realidad es un ejercicio intensivo de recogimiento espiritual.
Para quedar en nuestra propia intimidad, fijaremos nuestra conciencia en el andar.
Unicamente este paso, nada más. Y cada vez de nuevo: este único paso. Esto nos ayudar a mantener la calma, incluso en medio de la mayor agitación, así el camino se hará corto.
Fuente: El Perello.com
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