Pues bien. Vamos a profundizar un poco más en los tres grandes conflictos que se producen cada vez que interpretamos lo que nos sucede de forma egocéntrica. Mientras escucháis cada uno de ellos, tratad de ver con cuál os sentís más familiarizados…
»Para algunos de vosotros, la primera reacción impulsiva suele ser mental. Entre otras preocupaciones, tenéis miedo de pasarlo mal, de sufrir. Os asusta no ser capaces de superar los retos y adversidades, así como de ser abrumados y traicionados por los demás. Y os inquieta no poder controlar ni predecir lo que os va a suceder. Buscáis apoyo y orientación para sentiros seguros y confiados y poder así convivir mejor con la incertidumbre. Y a menudo sois víctimas del temor, la ansiedad, la confusión, la cobardía, la desconfianza, la indecisión y la inseguridad…
Para otros, vuestra primera reacción impulsiva es más bien visceral. Entre otras perturbaciones, os sentís agredidos por los demás y por las cosas que os pasan. Os molesta lo que otros dicen. Y os enfurece lo que otros hacen. Queréis ser independientes, libres para hacer vuestro camino a vuestra manera. No os gusta que nadie os diga lo que tenéis que hacer. Sois muy
susceptibles, vivís a la defensiva y a veces os reprimís para no entrar en conflicto. Sin embargo, os suele invadir la ira, la rabia, la agresividad, la irritación, la represión, el enfado y el mal humor…
En cambio, para otros, la primera reacción impulsiva suele ser más emocional. Entre otras estrategias, desarrolláis una imagen falsa para agradar a los demás. Vuestro mayor objetivo es ser aceptados y amados por las personas con las que os relacionáis. Por eso os duele que no os tengan en cuenta, necesitando que los demás valoren vuestra compañía. Y os entristece que no os ensalcen ni reconozcan vuestros logros. No os gusta pasar desapercibidos. Y, al no conseguirlo, caéis en las garras de la tristeza, la desesperación, la dependencia emocional, la melancolía, la desilusión y el sentimiento de fracaso, lo que pone de manifiesto vuestra falta de autoestima.
Simplemente quiero insistir en el hecho de que este tipo de reacciones impulsivas que tanto miedo, ira y tristeza nos generan surgen como consecuencia de interpretar lo que sucede de forma egocéntrica.
»Aunque digan mucho acerca de nosotros mismos, estas reacciones forman parte de nuestro mecanismo de supervivencia emocional, coloquialmente llamado “personalidad” o “ego”. Es como una nube negra que no nos deja ver con claridad y que nos separa de la verdad de lo que somos: nuestra esencia más profunda, cuyo contacto nos proporciona el equilibrio y la felicidad que andamos buscando fuera.
»Por decirlo de otra manera y para relacionarlo con todo lo que hemos venido explicando hasta ahora, el ego es nuestra parte inconsciente, mecánica y reactiva. Y bajo su influencia es como si lleváramos puestas unas gafas que limitan y condicionan todo lo que vemos, distorsionando nuestra manera de interpretar la realidad. Por eso, si no sabemos cómo funciona este mecanismo de supervivencia emocional, solemos vivir tiranizados por nuestro egocentrismo.
¿Cómo se forma el ego y, sobre todo, para qué sirve?
Como todos sabéis, los animales tienen un instinto de supervivencia físico. Ante una señal de amenaza y de peligro se ponen a la defensiva, listos para atacar, o huyen para conservar la vida. Pues bien. Los seres humanos también tenemos este instinto de supervivencia. Pero debido a nuestra complejidad, también contamos con un mecanismo de supervivencia emocional: el ego. Y esto se debe, sobre todo, a un potencial maravilloso que todos podernos desarrollar: la capacidad de ser conscientes de nosotros mismos.
Por ejemplo, a diferencia del resto de los animales, que beben agua por puro instinto, los seres humanos tenemos la posibilidad de elegir cómo hacerlo: podernos beber como animales, pero también podemos tomar sorbitos, ponerla en un vaso, echárnosla por encima de la cabeza, mojar a otra persona…
Es decir, que al ser conscientes, tenemos la capacidad de elegir.
Y no solo cómo beber agua, sino cómo comer, cómo pensar, cómo interpretar lo que nos pasa, qué hacer con nuestra vida…
Somos cocreadores y co-responsables de lo que somos y de lo que hacemos con nuestra existencia. En eso consiste la verdadera creatividad: podemos convertir nuestra existencia en una obra de arte.
Sin embargo, mientras que la mayoría de los animales se valen por sí mismos a los pocos días de nacer, sobreviviendo gracias a su instinto de supervivencia, los seres humanos necesitamos bastantes años de vida para empezar a valernos por nosotros mismos. Y mientras no somos autosuficientes, física ni emocionalmente, necesitamos protegernos tras el mecanismo de supervivencia emocional. De hecho, solo podemos trascender el ego cuando nuestro cerebro está plenamente desarrollado, que es lo que nos permite ejercitar la capacidad de ser conscientes. Y, en consecuencia, de ser plenamente responsables de nuestra actitud y de nuestra conducta, alcanzando así la libertad de la que antes hablábamos.
»Así, nada más nacer, todos nosotros pasamos por un mismo proceso psicológico. Al igual que el resto de las creaciones de la naturaleza, todos nosotros nacemos como una semilla, que a su vez contiene un potencial que podrá desarrollarse a lo largo de nuestra vida. Esta semilla es lo que somos en esencia. En ella está contenido todo lo que podemos llegar a ser. Pero al vivir en la inconsciencia más profunda, poco a poco se va envolviendo bajo el ego, que es un mecanismo que surge desde la misma esencia y que tiene la función de permitirnos sobrevivir emocionalmente al abismo que por entonces supone nuestra existencia.
Por más cariño y protección que puedan habernos dado nuestros padres, durante los primeros años de nuestra vida empezamos a desarrollar una serie de traumas relacionados con la tragedia que supone salir del confortable y seguro útero materno. Me refiero a los sentimientos de rechazo y abandono, al miedo, a la vergüenza, a la ira, a la tristeza, a la impotencia, a la culpa… Todas estas heridas emocionales nos generan tanto dolor que nos encerramos todavía más bajo la coraza de nuestro ego, desconectándonos por completo de nuestra esencia.
Hay quien dice que los primeros tres años de existencia nos marcan tan profundamente que necesitarnos toda una vida para arreglarnos y ponernos en orden.
Por suerte, gracias al autoconocimiento y el desarrollo personal, este inevitable proceso de integración se vuelve más corto, más rápido y también más apasionante y gratificante.
»En fin, lo cierto es que poco a poco nos vamos identificando con el ego, que a su vez va desarrollando una serie de patrones de conducta impulsivos y reactivos, que tienen la función de protegernos y defendernos del mundo que nos rodea. Y también de llamar la atención y lograr así más cuidados y amor por parte de nuestros padres. Como hemos visto, al vivir de forma inconsciente no somos capaces de darnos lo que necesitamos para sobrevivir emocionalmente. De ahí que creemos todo tipo de dependencias, delegando nuestro bienestar y nuestra felicidad en factores externos, empezando, cómo no, por la relación que mantenemos con nuestros progenitores.
Con el tiempo, el bebé se convierte en niño y es entonces cuando podemos ver el rostro del ego con mayor claridad. Así, por ejemplo, vemos como un chaval se tira a la piscina haciendo la bomba y nada más salir mira a su madre y le grita: “¡Mamá, mamá! ¿Me has visto?”. Pero la madre, que está hablando con una amiga, no le hace ni caso. Y su actitud provoca que el niño se frustre. O, mejor dicho, que el ego del niño reaccione negativamente, creando la emoción de frustración en su interior. En vez de disfrutar y ser feliz por sí mismo, centrándose en lo que está a su alcance (tirarse a la piscina), ha delegado su felicidad en algo que no depende de él: que su madre le mire y le diga lo bien que se ha tirado a la piscina. Y esto es, a grandes rasgos, la consecuencia de habernos protegido durante tantos años bajo el ego.
»Por más que el paso del tiempo nos convierta en adultos, al seguir operando según los patrones inconscientes de nuestro ego continuamos delegando nuestra autoestima, nuestra confianza y nuestra paz interior en aspectos externos, cuyo control no depende de nosotros, olvidando que la felicidad y el bienestar ya se encuentran en nuestro interior. Y no solo eso. Este ego, que solemos conocerlo como nuestra personalidad, contiene las creencias y los valores con los que hemos sido condicionados por la sociedad. Y dado que no conocemos nuestra verdadera identidad esencial, creemos erróneamente que somos nuestra personalidad.
Como sabéis, etimológicamente la palabra “persona” significa “máscara”. Y si bien, vivir bajo una máscara nos protege y nos permite sentirnos más cómodos y seguros, nos genera una sensación de vacío y de insatisfacción crónica, impidiéndonos ser felices y amar a los demás.
Lo cierto es que, debido al proceso de condicionamiento por el que todos pasamos, llegar a ser nosotros mismos es casi un acto heroico.
Extraído del libro “El Principito se pone la corbata” de Borja Vilaseca
AlfonS
http://elcosmovisionario.wordpress.com/2011/10/17/%C2%BFque-tal-con-tus-emociones/
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