Ha salido recientemente una noticia en los medios de comunicación que nos informa de un proyecto con el superordenador MareNostrum, el proyecto se llama Human Brain, y se invertirán más de 1200 millones de euros para que,
mediante modelos de programación diseñados en el Barcelona Supercomputing Center (BSC), este ordenador sea capaz de imitar las neuronas humanas. El empeño por conseguir tal logro es incesante. Algo que nos recuerda a ese nuevo Prometeo del siglo XIX, Frankenstein, ideado por Mary Shelley, y que como vimos se quedó simplemente en un intento fallido. ¿Puede una máquina sentir como un humano? ¿Pensar, imaginar, soñar o amar como una persona? La tarea es homérica. Como dijimos, cuando programamos, introducimos las órdenes que deseamos se ejecuten, lo que impide diseñar algo con vida propia, quedando sometida la máquina a los mandatos de sus creadores. No obstante, conviene no apresurarse en los juicios de valor, dejando un interrogante que nos pueda llevar a la sorpresa, a la desafiante capacidad humana de crear, como en el arte, algo que pueda ser nuevo y, por ello, revolucionario. La principal función del científico es observar, ver lo que sucede tratando de interferir lo menos posible, para así conocer la naturaleza, el objeto de su investigación, tal como ella es. Esta nueva ciencia, la neuroinformática, tiene mucho que decir. Y conforme el ser humano vaya ampliando su conocimiento de la realidad, irá también adquiriendo y creando nuevos recursos que le permitan relacionarse con su mundo desde actualizados planos y objetivos. Un ordenador no deja de ser un reflejo de nuestras propias capacidades. Pero un reflejo que asombra.
"La Tribuna" de Albacete, 9-10-2013
http://lashorasylossiglos.blogspot.com.ar/2013/10/el-hombre-y-la-maquina.html
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