La realidad interior está esperando a ser descubierta. Todo lo visible e invisible tiene vida propia y se articula como vibración exacta de la experiencia. Todo se construye creando a su vez un orden propio que da sentido al yo en su consecuente despliegue coordinado de identidad. Cuando el hilo se rompe, lo llamamos caos, desorden, incluso locura. Pero la identidad no dista mucha diferencia con el vacío. El sueño no difiere demasiado de la realidad. La muerte no es la sombra de la vida, sino el motivo de la posibilidad luminosa.
Cuando miramos dentro de nosotros, dispuestos a descubrir tanto el caos como el orden, dispuestos a la no disposición, entregados al espacio -sea cual sea- en que ir derramando el ser, exhalando la voluntad, deteniendo la inamovible gravedad hacia el logos, podemos entender, aunque sea una mínima parte, ese gran misterio que todo lo circunda, que supera cualquier acercamiento y que, sin embargo, envuelve a la materia y al espíritu en la expresión más pura del conocimiento: la desnuda visión de lo invisible.
No quedan convicciones, no sobran razones ni certezas, ni entusiasmos ni dichas ni esperanzas. Apenas queda nada salvo la vida que se da, tras cientos de batallas y quebrantos, tras rotas heridas encubiertas de sonrisas o derrochadas en lágrimas sinceras sin consuelo. Es innecesario empujar lo
que es por lo que queremos que sea, siempre ha sido el gran error del ego, ese inútil sufrimiento que nos alcanza.
Pero, ¿quién puede hablar de dolor cuando la palabra se ha entregado al silencio? Cuando la vida se es y se descubre sin finalidad alguna. ¿Por qué nunca llegamos a parte alguna y acaso siempre empezamos a volver? ¿Qué más quiero poseer? ¿Qué mas deseo desear? ¿Qué más sueño sin vivir? Nada. La vida ya es el sueño. La muerte no existe. O quizás no la advertimos, pues morimos a cada instante. Y en cada muerte surge la consecuencia necesaria del renacer, de la vuelta al ser sin término ni principio. ¿Es el ego quien vuelve? ¿O es el ser? ¿O es la vida solamente?
Habrá que escuchar lo inaudible para que la voz recobre su logos, y que el orden nos ordene, navegando, sin meta, sin trayecto, sin origen, por ninguna parte y por todas, a la vez. Más allá del desencanto está el encanto del no saber.
El descanso del logos no cansa a la razón, porque duerme en huída el misterio de su no entender. Y en toda esa ausencia aparece la presencia, esencialmente despierta y lúcidamente dormida. Luz en reposo como ventanas entreabiertas que sosiegan la jornada y relatan al ego, en un baño de silencio, que ya no lo necesitan para ser.
http://lashorasylossiglos.blogspot.com.ar/2009/09/el-ego-y-el-ser.html
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