A veces nos peleamos con ciertos sentimientos y tratamos de expulsarlos de nuestra experiencia, por ejemplo el dolor o la rabia. Pero ¿lo conseguimos realmente? ¿Conseguimos que desaparezcan? No. A veces logramos dejar de sentirlos, nos anestesiamos, comenzamos a adjudicarlos a otras personas, o los retenemos como enemigos en el cuerpo, pero no son eliminados.
Se visten con otros vestidos o dirigen su energía en otras direcciones. Así, el dolor se viste de culpa, o la rabia que no se integra puede llegar a enfermar nuestra espalda o cualquier otro órgano. Lo que excluimos nos persigue con otro ropaje, se manifiesta por otro canal.
En cambio puede difuminarse lo que ya cumplió su ciclo y su misión. Lo que permitimos, cede. Lo que toleramos y aceptamos cumple su función y después, pierde su energía y así nos hace más fuertes.
Todo lo que somos tiene derecho a ser por la mera razón de que ya es. Pero, además, podemos desarrollar ante ello una actitud de reconocimiento y aprecio, que no necesariamente de agrado. Para ello se requiere madurez.
En mi opinión, buscamos con demasiada compulsión lo que consideramos agradable, y nos alejamos con demasiada vehemencia de lo desagradable: agradable/desagradable no es el criterio fundamental, lo que cuenta es nuestra capacidad de acoger todas las experiencias.
Esto supone el desarrollo de cierta neutralidad interior, de cierto desapego, de sentirse como el haz de luz proyectado en la pantalla del cine, con independencia de las imágenes concretas que se entrelazan y constituyen la trama de la película, según la imagen que usaba a menudo Ramana Maharshi.
Joan Garriga
http://elcosmovisionario.wordpress.com/2013/03/27/todo-lo-que-somos-tiene-derecho-a-ser/#more-1812
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