Muchos psicólogos constatan que la mayoría de los seres humanos viven enajenados de sí mismos, de su mundo interior. Por eso es tan común el miedo a mirar hacia dentro, así como la búsqueda constante de evasión, narcotización y entretenimiento con la que llenar desesperadamente el vacío existencial.
Se trata de una actitud inconsciente, ineficiente e insostenible, pero ninguno de nosotros puede huir eternamente de sí mismo. Lo curioso es que, a pesar de no llevar una existencia plena, para muchas personas todavía es superior el miedo al cambio que la necesidad de conectar con la confianza y el coraje que les permitirían salirse de su zona de comodidad.
Cuanto más nos desarrollamos por dentro, más sabia y objetiva es nuestra manera de relacionarnos con nuestras circunstancias externas, dejando de reaccionar negativamente frente a lo que nos sucede.
Así es como nuestro grado de malestar se va desvaneciendo, al tiempo que
va emergiendo un bienestar que ya está dentro, pero cuyo contacto hemos ido perdiendo al acumular tantas experiencias de dolor y sufrimiento.
¿Qué es exactamente lo que cambia cuando una persona cambia?
Paradigma, quiere decir la manera en la que se ve, se comprende y se actúa en el mundo. Así, el cambio de paradigma suele vivirse como una profunda revelación, como si se produjera un clic en nuestra cabeza. Hay quien lo denomina “el despertar de la consciencia”, pues nos permite vivir desde una nueva comprensión, recuperando el contacto con nuestra esencia humana, con las cosas que de verdad importan. El cambio de paradigma hace de puente entre el victimismo y la asunción de la responsabilidad.
Y lo cierto es que al responsabilizarnos de lo que experimentamos recuperamos el entusiasmo de crear nuestra vida instante a instante, algo que constantemente están haciendo los niños.
Ellos son los grandes maestros en el arte de vivir. Aunque parezca mentira, nosotros, los adultos, podemos aprender a hacerlo de forma consciente. Una vez trascendemos las limitaciones con las que nuestra mente ha sido condicionada, nos damos cuenta de que tenemos la capacidad de desplegar toda nuestra imaginación para ver las cosas desde otro punto de vista. Es entonces cuando podemos disfrutar de la vida con el corazón. De hecho, esa es la esencia de cualquier juego.
La gran diferencia entre los niños y los adultos es que ellos se permiten jugar y nosotros no.
El crecimiento personal no tiene tanto que ver con lo que entendemos intelectualmente, sino con lo que nos atrevemos a experimentar con el corazón.
Tengo que reconoceros que estas últimas semanas me he observado con mucha más atención y os confirmo a todos que efectivamente… soy, hiper-reactiva. Cada vez que algún cliente no me trata como a mí me gusta ser tratada reacciono negativamente. Y lo mismo en mi vida personal, con mis padres y amigos íntimos… Mira que creía haber interiorizado lo que, nos explicaste el mes pasado, pero no he podido evitar enfadarme o ponerme triste. Y eso que en alguna que otra ocasión me he dado cuenta de que, no era lo que me decían los demás lo que me perturbaba, sino lo que yo interpretaba acerca de ello. Últimamente he descubierto que nadie puede hacerme tanto daño como mis propios pensamientos. Pero nada. No hay, manera, sigo siendo esclava de mis reacciones emocionales…
Te felicito, Verónica.
__ ¿A mí? ¿Por qué?
__Por ser tan humilde.
__ ¿Pero de qué me sirve la humildad si sigo reaccionando?
Es precisamente lo que te va a permitir trascender tus reacciones. De hecho, que ahora mismo sigas reaccionando frente a la vida no tiene importancia. No es bueno ni malo. Simplemente forma parte del proceso gradual de cambio y crecimiento personal.
Venimos arrastrando muchos años de inconsciencia, reactividad e inercia… Y que la consciencia es como un músculo. Para obtener los resultados que deseamos de forma voluntaria necesitamos hacer uso de una información veraz y entrenar a diario. Es como en cualquier otro aprendizaje. Nadie nace sabiendo.
Necesitamos practicar, cometer errores y seguir practicando.
Y de forma natural, cada uno a nuestro ritmo, vamos mejorando nuestra competencia en el arte de vivir conscientemente. Con el tiempo, este músculo estará tan desarrollado que ya no nos supondrá tanta dificultad responder ante las circunstancias adversas de la vida de forma proactiva. Así es como va desapareciendo de nuestro día a día la reactividad y todas sus nocivas consecuencias.
Además, hemos de tener en cuenta que este aprendizaje no es lineal. Es más bien circular. A veces hemos de dar un paso hacia atrás para poder dar dos adelante…
Lo más importante es asumir la responsabilidad por el enfado y la tristeza que experimentamos en nuestro interior, en vez de victimizarnos, o culpar a los demás por ello. Y esta toma de consciencia es realmente maravillosa.
¿Cuánta gente que sufre crees que se responsabiliza de su sufrimiento?
La verdad es que no mucha. Hace falta ser muy honesto, muy humilde y tener mucho coraje para dejar de engañarse y enfrentarse a la ignorancia y la inconsciencia…
La asunción de la responsabilidad personal es el primer paso para conquistar la auténtica libertad, que no tiene nada que ver con nuestras circunstancias externas.
La libertad de la que os hablo es una experiencia interna. La alcanzamos cuando trascendemos las limitaciones de nuestra mente. Y la primera de todas ellas es creer que nuestro bienestar depende de algo externo, lo cual, es mentira. Nuestra felicidad solo depende de nosotros mismos, de la interpretación y de la actitud que tomamos frente a nuestro destino. Es una conquista diaria.
Y tiene mucho que ver con vivir conscientemente. Es decir, con valorar lo que tenemos, aprender de lo que nos sucede y disfrutar de cada instante.
Cuando hablas de destino, ¿A qué te refieres?
Por destino me refiero a todas aquellas situaciones que van a sucedernos a lo largo de nuestra vida, y que tienen mucho que ver con nuestra manera de pensar, de ser y de actuar en el presente. Si bien no sabemos qué va a ocurrirnos, sí podemos comprometernos con aprender de lo que nos ocurre.
Cuando asumimos esta responsabilidad terminamos por tomar consciencia de que la vida es una escuela y que los seres humanos somos estudiantes que hemos venido a aprender básicamente tres cosas: a ser felices por nosotros mismos, dejando de sufrir por lo que no podemos cambiar; a sentirnos en paz, dejando de reaccionar por lo que nos sucede; y a servir a los demás, yendo más allá del egocentrismo para dar lo mejor de nosotros mismos en cada situación y frente a cada persona.
Nuestra existencia no está gobernada por la suerte, el azar ni las coincidencias, sino por la sincronicidad.
Todo lo que ocurre tiene un propósito, una razón de ser. Pero como todo lo verdaderamente importante, no podemos verlo con los ojos ni entenderlo con la mente. Esta profunda e invisible red de conexiones tan solo puede intuirse y comprenderse con el corazón.
Lo cierto es que cuando dejas de luchar contra la vida y haces las paces con ella, comprendes que no existen las casualidades, sino las causalidades. Es decir, que todos los sucesos que componen nuestra existencia están regidos por la “ley de la causa y el efecto”, por la que terminamos recogiendo lo que sembramos, eliminando toda posibilidad de caer en las garras del inútil y peligroso victimismo. Y esto no es algo nuevo. Se trata de un mensaje universal que se viene repitiendo desde hace miles de años.
Eso si, por favor, no te creas nada.Verifícalo por ti mismo. Mi invitación es que abras tu mente y te permitas jugar y explorar como un niño. Esa es la actitud de cualquier buscador de la verdad.
Extraído del libro “El Principito se pone la corbata” de Borja Vilaseca
AlfonS
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