La personalidad o identidad personal puede definirse como el conjunto de características o patrón de sentimientos, emociones, pensamientos, es decir, la mentalidad y también los hábitos y actitudes ligados al comportamiento de cada individuo.
Estas son características que persisten a lo largo del tiempo frente a distintas situaciones distinguiendo a un individuo de cualquier otro haciéndolo diferente a los demás.
Este grupo de características o maneras de comportarse que tiene una persona define su personalidad.
También la llamamos modo de ser, carácter o idiosincrasia.
Resumiendo: la personalidad son los rasgos exteriores que identifican a un individuo.
La personalidad es la forma en que pensamos, sentimos, nos comportamos e interpretamos la realidad, mostrando una tendencia a repetir ese comportamiento a través del tiempo. Esto en principio nos permite afrontar la vida y adaptarnos al entorno.
De esta manera mostramos el modo en que nos vemos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. Esta identidad nos permite reaccionar ante ese mundo de acuerdo al nivel de percepción que tengamos, retroalimentando con esa conducta nuestra propia personalidad.
Esta identidad virtual nos da la sensación de cierta coherencia e individualidad y nos permite proyectar una imagen: la imagen de si mismo, que es constantemente actualizada por la programación de cada persona y la influencia del entorno.
La imagen con la que estamos identificados, se forma por la proyección que uno hace de si mismo y por la mirada de los otros.
Esta imagen virtual es como un holograma, que nos da la sensación de
existir realmente, pero no es así.
La conciencia enciende el proyector, luego la luz y los patrones de interferencia generan señales que crean una imagen determinada, decodificada, clasificada e interpretada en el cerebro.
Así de simple y así de misterioso.
Esta imagen residual, nos va acompañando a lo largo de la vida, la vamos cambiando un poco, maquillando, de acuerdo a las circunstancias. Pero está construida básicamente por información residual, viejos programas redundantes, la mayoría infectados con algún virus. Esta reverberación del pasado, actualizada en la secuencia interminable del diálogo interno, es la esencia de la ignorancia y de la confusión.
Y tanto tiempo y energía invertimos en este proceso diario de retocado, que finalizamos creyendo que esa imagen es realmente uno mismo. Y en este punto comienza el desfile incesante de ilusiones y sufrimiento.
“Cuando te miras en un espejo,
forma y reflejo están frente a frente,
tu no eres el reflejo, pero el reflejo es tu” (Maestro Tozan)
Rompiendo el espejo de la imagen de si mismo
Sostener y alimentar esta imagen demanda una cantidad enorme de energía, principalmente porque está relacionada con el pensamiento consciente y el lóbulo frontal del cerebro, que presenta una gran actividad metabólica, particularmente en el hemisferio izquierdo, sede de la palabra, los conceptos y la personalidad.
Este alto consumo de energía nos priva de recursos para percibir otros campos de energía e información que nos rodean.
Además los órganos de los sentidos, que son las puertas de entrada de la información del entorno, captan una franja muy estrecha de las vibraciones del medio. Son oscilaciones que corresponden a niveles mas densos, más físicos, que se materializan con facilidad, creando una geometría del espacio-tiempo determinada, que es lo que llamamos “realidad” y donde la imagen proyectada de si mismo interactúa con otras imágenes.
Se habla de “imágenes” porque el cerebro trabaja con imágenes. Si lo piensas o lo percibes, para el cerebro no hay ninguna diferencia, procesa la información de la misma forma. Si el estímulo llega, es real.
Este estímulo es suficiente para generar una cascada electroquímica que modifica el comportamiento y modela la estructura. Así se crea la realidad y la imagen de si mismo surge como una proyección.
El problema es que nos apegamos a esta imagen y esto reduce drásticamente nuestras posibilidades y el alcance de nuestros sentidos.
Cada uno de nosotros tiene un grado diferente de apego a su propia imagen. Este apego se manifiesta como una necesidad y esta es la causa de que muchas personas vivan con una necesidad incesante.
Cuanto más atados estamos a esta imagen más fuerte se siente la importancia personal, lo que nos aleja de nuestro verdadero ser y de la posibilidad de expandir la conciencia.
La importancia personal no solo es sentirse más importante que cualquier otra cosa, también es creer que nuestro ego tiene existencia propia y forma fija.
Este apego a la imagen de si mismo tiene una base material.
La conciencia (el observador) afecta al mundo físico en los niveles fundamentales. Esto lo postula la física cuántica. La neurociencia también explica que las emociones se transforman en moléculas que forman neurotransmisores y hormonas, con acción sobre tejidos y órganos.
El sistema físico queda configurado de una determinada manera. El cerebro es altamente flexible y adaptable, se organiza y establece sus conexiones de acuerdo a su programación, gracias a su capacidad plástica.
Este auténtico modelado se logra por la repetición de estímulos y patrones de conducta, lo que aumenta la fuerza sináptica.
esquema de una sinapsis
La fuerza de una sinapsis está dada por el cambio del potencial de membrana que ocurre cuando se activan los receptores de neurotransmisores postsinápticos.
Este cambio de voltaje se denomina potencial postsináptico, y es resultado directo del flujo de iones a través de los canales receptores postsinápticos.
Los cambios en la fuerza sináptica pueden ser a corto plazo y sin cambios permanentes en las estructuras neuronales, con una duración de segundos o minutos, o de larga duración (potenciación a largo plazo o LTP), en que la activación continuada o repetida de la sinapsis implica que los segundos mensajeros inducen la síntesis de proteínas en el núcleo de la neurona, alterando la estructura de la propia neurona. El aprendizaje y la memoria podrían ser resultado de cambios a largo plazo en la fuerza sináptica, mediante un mecanismo de plasticidad sináptica.
La información genética no es definitiva, la expresión de los genes puede modificarse manteniendo el mismo genotipo. La influencia del entorno es determinante.
Hay un feedback permanente de información entre el campo y cada una de nuestras células.
El campo nos modifica, por eso es muy importante el diálogo que mantenemos en nuestro interior, ya que envía información al medio, el cual también hace su lectura y reacciona enviándonos una respuesta, aunque generalmente pase desapercibida, dado que no siempre es instantánea ni de la forma esperada.
El campo es una extensión de nuestro cuerpo.
Nuestro cuerpo es una emanación del campo.
De manera que para poder conocer su verdadera identidad, lo que un ser humano debe hacer es comenzar a restringir y debilitar la imagen de si.
Cuando se enciende la luz interior, las sombras de la duda y la confusión desaparecen. Podemos por primera vez vernos tal cual somos.
El caudal de energía que era utilizado para sostener esta imaginería, puede ser redirigido y activar nuevas áreas cerebrales. Esto permite que el propio campo de energía se expanda y se genere una nueva organización neuronal con acceso a información contenida en zonas más profundas del cerebro.
Luego, la imagen que proyectamos gana en dimensión y brillo.
El maestro zen Dogen (1200-1253) escribió:
"Conocer a Buda es conocerse a si mismo; conocerse a si mismo es olvidarse de si mismo;
olvidarse de si mismo es ser iluminado por todas las cosas y existencias;
al estar iluminado por todas las cosas desaparece el cuerpo y la mente de uno mismo y de todo lo demás, entonces los residuos de la experiencia de iluminación desaparecen y se deja que la iluminación, vacía ya y libre de todo residuo, se expande sin límites".
Es el retorno natural e inconsciente a la condición normal y equilibrada del cuerpo y del espíritu.
El silencio y la inmovilidad de zazen son la puerta principal y el acceso directo a nuestro verdadera naturaleza.
No se trata de parecerse a algo nuevo o diferente ni de volverse especial. Ya eres especial y único, hecho a imagen y semejanza del universo, con los mismos materiales, la misma luz, la misma conciencia.
La luz interior es producto del autoconocimiento, y la energía que esta desprende provoca una auténtica revolución en nuestro ser que expande el campo electromagnético del corazón, manifestándose como compasión y amor universal.
Una revolución viva y silenciosa, armoniosa y natural, que utiliza la luz como vehículo, porque la naturaleza fundamental del universo es luminosa y revolucionaria.
http://budacuantico.blogspot.com.ar/2012/09/iluminando-la-propia-identidad.html
No hay comentarios.:
Publicar un comentario