Lecciones de los platos de los gatos
Detesto encontrar los platos de los gatos en el fregadero de la cocina junto con los nuestros. No sé por qué esto me molesta tanto, pero me molesta. Quizá se deba al hecho de no haber tenido ninguna mascota de niño. O quizá a que pienso que constituye una amenaza para la salud pública (virus y cosas similares, vaya). Cuando decido limpiar los platos de los gatos, primero lavo los nuestros para dejar despejado el fregadero y luego los de ellos. El caso es que no me gusta encontrarme los platos de los gatos en el fregadero, y cuando ocurre reacciono de inmediato.
Primero me enfado. A continuación, el enfado se vuelve más personal y lo acabo dirigiendo a quienquiera que piense que es el culpable, que suele ser Myla, mi mujer. Me siento herido porque no respeta mis sentimientos. Le he dicho en infinitas ocasiones que no me gusta encontrarme los platos con comida reseca allí, que da asco. Le he pedido lo más amablemente que sé, que no lo haga, pero con frecuencia lo hace de todos modos. Piensa que es una tontería y que estoy actuando compulsivamente, y cuando va con prisas simplemente deja los platos de los gatos en remojo en el fregadero.
Mi descubrimiento de los platos de los gatos en el fregadero puede terminar en una acalorada discusión, en gran parte porque me siento enfadado y herido y, ante todo, porque tengo la impresión de que mi enfado y mi dolor están justificados, porque sé que yo tengo la razón. ¡Los platos de los gatos no deberían estar en el fregadero! Pero cuando lo están, el proceso de construcción del yo llega a ser muy intenso en mí.
Recientemente he advertido que esta situación no me saca tanto de quicio. No es que haya hecho nada concreto para intentar cambiar mi forma de
relacionarme con ello. Sigo sintiendo lo mismo con relación a que los platos de los gatos estén en el fregadero, pero, de algún modo, también veo toda la situación de un modo distinto, con una mayor conciencia y con mucho más sentido del humor. Ahora, cuando ocurre –y sigue ocurriendo con una frecuencia irritante-, tomo conciencia de mi reacción en el mismo instante en que tiene lugar y puedo mirarla. “Esto es lo que hay”, me recuerdo a mí mismo.
Observo el enfado mientras empieza a emerger en mí. Resulta que va precedido de una leve sensación de repugnancia. A continuación, noto cómo despierta en mí la sensación de haber sido traicionado, que ya no es tan leve. Algún miembro de mi familiar no ha respetado mi petición, y yo me lo estoy tomando de manera muy personal. Después de todo, el resto de la familia debería tener en cuenta mis sentimientos, ¿no es así?
He aceptado el reto de experimentar con las reacciones que tengo ante el fregadero de la cocina observándolas con gran detalle y sin permitir que determinen mis acciones. Puedo dar fe de que la sensación inicial de repugnancia no es, ni mucho menos, tan mala; si permanezco con ella, respiro con ella y simplemente me permito sentirla, en realidad desaparece en un par de segundos. También he notado que es la sensación de traición, de que hayan frustrado mis deseos, la que me pone furioso, mucho más que los platos de los gatos, en sí.
Así pues, descubro que en realidad no son los platos en sí el origen de mi enfado. Es el hecho de sentir que no me han escuchado y respetado. Lo cual es muy distinto de los platos de los gatos. ¡Ajá!
Entonces recuerdo que mi mujer y mis hijos ven todo esto de forma muy diferente. Piensan que estoy haciendo una montaña de un grano de arena. Y, si bien intentan respetar mis deseos cuando los considera razonables, en otros momentos no les parecen razonables y simplemente hacen las cosas a su manera, quizás incluso sin pensar en mí lo más mínimo.
Así pues, he dejado de tomármelo de forma personal. Cuando realmente no quiero que los platos de los gatos estén en el fregadero, me remango y los limpio en ese preciso momento. Si no, simplemente los dejo allí y me voy. Ya no tenemos peleas con relación a esto. De hecho, ahora siempre que me encuentro con esos desagradables objetos en el fregadero, me sonrío. Después de todo, me han enseñado mucho.
PROPUESTA: Intente observar sus reacciones en situaciones que le irritan o que le hacen enfadar. Note que el mero hecho de decir que algo le hace enfadar implica ceder su poder a los demás. Tales situaciones son oportunidades excelentes para experimentar con la atención plena. Considere con la atención plena una olla en la que puede meter todos sus sentimientos y emociones y permanecer con ellos. Permita que se cocinen a fuego lento y recuérdese a sí mismo que no tiene que hacer nada con ellos de inmediato, que por el mero hecho de contenerlos en la olla de la atención plena estarán más cocinados y resultarán más fáciles de digerir y comprender.
Observe cómo sus sentimientos y emociones son creaciones de la visión que su mente tiene de las cosas; tal vez esta visión sea parcial. ¿Puede permitir que esta situación sea tal cual es, sin querer tener la razón o dejar de tenerla? ¿Tiene la paciencia y el valor suficientes como para explorar con el hecho de poner emociones cada vez más intensas en la olla, sostenerlas y permitir que se cocinen en lugar de proyectarlas hacia el exterior y obligar al mundo a ser como usted quiere que sea en este instante? ¿Puede ver que esta práctica podría brindarle nuevas oportunidades para conocerse mejor y para liberase de puntos de vista muy limitadores, viejos y trillados?
Extraído del libro Mindfulness en la vida cotidiana de Jon Kabat Zinn
http://elcosmovisionario.wordpress.com/2012/10/10/experimentar-con-la-atencion-plena/#more-1688
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