Marcos caminaba un día de vuelta a casa desde la escuela, cuando a un chico que iba delante de él se le cayeron todos los libros que llevaba, además de dos chalecos, un bate de béisbol y una pequeña grabadora. Marcos se arrodilló y ayudó al chico a recoger los objetos desperdigados.
Como llevaban la misma dirección, le ayudó a llevar parte de la carga. El chico se llamaba Alvaro y Marcos descubrió que le gustaban los videojuegos, el béisbol y la historia. Había tenido un montón de problemas últimamente y acababa de romper con su novia.
Después de aquel día, Marcos y Alvaro continuaron viéndose en la escuela, comieron juntos un par de veces y cuando se graduaron acabaron en el mismo instituto. Durante los años en el instituto tuvieron breves encuentros hasta que también llegó el día de la graduación. Tres semanas antes, Alvaro le preguntó a Marcos si podían hablar.
Entonces Alvaro le recordó aquel día de hace años cuando se conocieron por primera vez. “¿Te preguntas por qué llevaba tantas cosas a casa aquél día?”
preguntó Alvaro. “Verás, limpié mi taquilla porque no quería dejar desorden a nadie. Había conseguido un montón de pastillas para dormir de mi madre y volvía a casa para suicidarme.” Marcos miró a Alvaro sorprendido. Alvaro continuó.
“Pero después de pasar algún tiempo juntos hablando y riendo, me dí cuenta de que si me mataba, perdería ese momento y muchos otros que podrían seguir. Así que , fíjate Marcos, no sólo recogistes mis libros aquel día, hiciste mucho más. Salvaste mi vida.”
Por John W. Schlatter
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