El antropólogo Lévi-Strauss nos enseñó que un salvaje es quien llama a otro salvaje. Recordemos que el origen de la tragedia era, etimológicamente, «la canción del macho cabrío», donde en las fiestas en honor a Baco se entonaba un himno de sacrificio que culminaba con la muerte del animal. La tragedia se convertiría con el paso de los años -como sabemos- en símbolo de civilización occidental y de sensibilidad creativa. Un ritual propio de salvajes que se convertiría en la seña de identidad cultural y artística de los pueblos griego y latino. Al menos ese rito evolucionó hacia lo sublime, de Sófocles a Shakespeare la tragedia marca las pautas de la sensibilidad literaria europea. Sin embargo, no todo evoluciona tan favorablemente y en España todavía continúan las fiestas de sacrifico del macho cabrío. Las tragedias del torero José Tomás son aplaudidas como un monólogo shakesperiano de Julio César.
El tiempo casi nunca da la razón a la Historia y ésta se convierte en una
sinrazón al ser analizada por los ojos del presente.
En las utopías el sueño antecede a la razón. La razón, dicho de otra manera, se forja de sueños y vislumbres de perfección social. Las comunas o los falansterios componen el hogar de los hombres hermanados por una causa justa y común. Pero el gobierno de los hombres buenos termina en masacres, persecuciones, campos de concentración, holocaustos de intolerancia y odio. Mao, Hitler, Stalin soñaron utopías y sembraron pesadillas.
Cabe preguntarse por nuestra condición humana. O mejor dicho, y como entendería Darwin, por nuestra condición animal. Cabe preguntarse si esta historia terrible terminará bien o si nosotros mismos estamos diseñados para hacer de la tierra de bonanza de hoy el infierno de mañana. Siempre ha sido así, las luces y sombras se convierten en claroscuros tenebrosos que Caravaggio atestigua con lágrimas en las manos.
La Historia del Arte llora por el individuo y éste subasta la tristeza en galerías de óleo y dinero. Vendemos el alma como unos zapatos de piel de cocodrilo, nos vestimos con el sufrimiento y traficamos con la muerte para llenar los bolsillos del ego. Y la tragedia canta silenciosa su himno al macho cabrío, mientras le asesta puñaladas en honor a un dios que bebe vino en la ebriedad voluptuosa del placer carnal y salvaje. Toda tragedia termina mal porque los artistas copian la Historia y cantan, inevitablemente, la alabanza fúnebre del tiempo perdido.
El mito trata de explicar lo inexplicable y resuelve así el argumento de lo grandioso, de aquello que no se puede tocar por temor al castigo prometéico de los dioses. Si según Protágoras el hombre es la medida de todas las cosas, también los dioses están hechos a nuestra imagen y semejanza; y así el castigo divino, el tánatos de Freud o el precipicio de Sartre son la misma cosa. Nietzsche se enfadó con el hombre porque éste tenía miedo, porque su debilidad le hacia esclavo de su razón histórica. Pero el superhombre no deja de ser otro reflejo de ese temor divino, otra necesidad de superar la debilidad marcando la distancia entre la fuerza y la servidumbre.
No hay discurso comprensible si está marcado por la dicotomía y no puede romperse la dicotomía si usamos el arma arrojadiza para defender cualquiera que sea la causa.
http://www.laverdad.es/albacete/prensa/20090301/opinion/mundo-feliz-20090301.html
http://lashorasylossiglos.blogspot.com.ar/2009/03/un-mundo-feliz-utopia-y-distopia.html
No hay comentarios.:
Publicar un comentario