© AFP NASA / SDO |
La supertormenta más fuerte de la que se tienen datos, conocida como la fulguración de Carrington, fue una tormenta geomagnética que en 1859 causó interferencias en las líneas de telégrafo de todo el mundo y durante la cual se observaron auroras muy brillantes. Pero eso ocurrió cuando la humanidad no era tan dependiente de la electricidad.
Un suceso semejante en nuestros días podría socavar la infraestructura eléctrica y de comunicaciones del planeta, lo que lleva a los científicos a buscar métodos para poder pronosticar estos fenómenos.
Un grupo liderado por Ying Liu, del Centro Científico Espacial Nacional en Pekín, detectó el mecanismo de aparición de supertormentas tras estudiar
los datos recogidos por los observatorios orbitales STEREO-A y SOHO durante una fuerte erupción en julio de 2012, según un artículo publicado por la revista 'Nature'.
Ying y sus colegas descubrieron que la supertormenta fue el resultado de la colisión de dos erupciones relativamente débiles que se produjeron en zonas separadas de la superficie solar con un intervalo de 10-15 minutos.
La colisión e interacción de las eyecciones de partículas aumentó su temperatura, velocidad y la intensidad de su campo magnético.
Su fuerza fue semejante a la de la fulguración de Carrington y habría ocasionado consecuencias serias si la supertormenta se hubiera dirigido a la Tierra. En 1989 una gran tormenta geomagnética provocó un apagón en Quebec que dejó a cinco millones de personas sin electricidad durante nueve horas en pleno invierno.
El incidente costó 12.700 millones de dólares estadounidenses y las agencias espaciales de varios países perdieron el rastro de algunas de sus sondas y satélites.
Actualmente hay cuatro satélites que pueden advertir a la Tierra de una tormenta de este tipo y permitir a los operadores prepararse y tomar medidas preventivas antes de la tormenta, aunque la fuerza de la misma solo puede conocerse entre 15 y 30 minutos antes de su llegada a nuestro planeta.
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