Darnos cuenta de la manera en la que reaccionarnos es el primer paso. La reactividad es un mecanismo impulsivo. No lo elegimos y por tanto no somos responsables de lo que nos genera, tanto a nosotros mismos como a los demás. Y sí, es cierto que hay personas que conviven con la reactividad toda su vida. Afortunadamente, la proactividad es la otra cara de la moneda. Es la capacidad que todos tenemos de dejar de ser reactivos para empezar a tomarnos las cosas que nos pasan de otra manera más sana y constructiva. Entre el estímulo externo: que alguien sea borde con nosotros, y nuestra consiguiente reacción: el enfado o la tristeza, hay un espacio en el cual tenemos la libertad para elegir la respuesta que más nos convenga a nosotros y a los demás. A ese espacio se le denomina “consciencia”.
Si vivimos de forma consciente, podemos decidir no perturbarnos cuando suceden los hechos que normalmente nos perturban. Y es que no son los comentarios de los demás los que nos agreden, sino nuestra reacción ante ellos. Si dejáramos de reaccionar, no crearíamos la perturbación en nuestro interior. Y este es el poder que podemos desarrollar por medio de la proactividad. Por ejemplo, frente a los comentarios irrespetuosos de un cliente, podríamos recordar que, aunque no estemos de acuerdo con lo que dice, tiene todo el derecho de ser borde. Y no solo eso: también podemos comprender que, al ser borde, el cliente está agrediéndose a sí mismo en primer lugar. Es como si estuviera tomándose un chupito de cianuro… Y esta conclusión nos lleva a empatizar con esa persona, comprendiendo que no está siendo dueña de lo que dice ni de lo que hace, pues con su actitud y su conducta se está destruyendo a sí misma. Es decir, que al ser reactiva no es
responsable de sus actos, con lo que no hemos de tomárnoslo como algo personal. Seguramente sería borde con cualquier otra persona que se hubiera puesto al teléfono…
Por supuesto, todo esto es muy fácil de decir. El reto es ponerlo en práctica e ir aprendiendo por medio de los errores que vayamos cometiendo.
Cuando empezamos a revisar de qué dependen las interpretaciones que hacernos de la realidad, nos damos cuenta de que la verdadera causa denuestro malestar o de nuestro bienestar no tiene tanto que ver con las cosas que nos van pasando, sino con nuestra manera de mirarlas e interpretarlas. Y son precisamente nuestras interpretaciones las que generan las reacciones emocionales negativas que tanto dañan nuestro interior o las respuestas conscientes y proactivas que tanto pueden sanarlo.
El egocentrismo es la causa última de todo el sufrimiento humano, de todos los problemas y conflictos que mantenemos los unos con los otros, convirtiéndonos en prisioneros de nuestra reactividad y en víctimas de nuestras circunstancias.
Debido al egocentrismo, nos es muy difícil desarrollar la proactividad y, en consecuencia, la responsabilidad de adoptar la mejor actitud y el mejor comportamiento frente a cualquier circunstancia. De ahí que, aunque no los elijamos voluntariamente y conscientemente, la insatisfacción y el malestar protagonicen gran parte de nuestros estados de ánimo cotidianos. Y no es para menos. Cuanto más egocéntricos somos, más solemos reaccionar impulsiva y negativamente cada vez que sucede aquello que no nos gusta que suceda… Y esto es algo que ocurre con mucha frecuencia. El egocentrismo, que tanto conflicto y malestar provoca en nuestra vida y en la de los demás, es fruto de vivir bajo la tiranía de nuestros dos mayores enemigos.
El primero es la ignorancia.
Es decir, no saber quiénes somos, qué necesitamos y de qué manera podemos relacionarnos de una forma más pacífica y amorosa con los demás.
Y el segundo es la inconsciencia,
que se caracteriza por no querer saberlo, mirando hacia otro lado, sin darnos cuenta de las consecuencias que tienen nuestro pensamiento, nuestra actitud y nuestro comportamiento sobre nosotros mismos y sobre las personas con las que nos cruzamos en nuestro día a día.
»Si nos fijamos, muchos de nosotros, por no decir la gran mayoría, somos egocéntricos: queremos que la realidad se adecue constantemente a nuestros deseos y expectativas, causándonos grandes dosis de malestar y sufrimiento cuando no lo conseguimos. Y en vez de darnos cuenta de que somos nosotros los únicos responsables de lo que experimentamos, solemos asumir el rol de víctimas, culpando a los demás o a la vida de lo que nos pasa…
ACEPTACIÓN
Para construir lo nuevo primero hay que deshacerse de lo viejo. O dicho de otra manera: para aprender a veces primero hemos de desaprender… De qué manera podemos ser más eficientes a la hora de gestionarnos a nosotros mismos y de relacionarnos con lo que nos sucede. El mayor reto de nuestra vida consiste en aprender a aceptar a los demás tal como son y a fluir con las cosas tal y como vienen. Y aceptar no quiere decir estar de acuerdo. Aceptar tampoco significa reprimirse o resignarse. Ni siquiera es sinónimo de tolerar. Y está muy lejos de ser un acto de debilidad, pasotismo, dejadez o inmovilidad. Más bien se trata de todo lo contrario…
La verdadera aceptación nace de una profunda comprensión y sabiduría, e implica dejar de reaccionar impulsivamente para empezar a dar la respuesta más efectiva frente a cada persona y ante cada situación.
Sobre todo porque aquello que no somos capaces de aceptar es la única causa de nuestra reactividad, es decir, de nuestra negatividad, de nuestro malestar y de nuestro sufrimiento…
Debido a nuestra resistencia al cambio solo nos atrevemos a cuestionar nuestra manera de entender la vida cuando llegamos a una saturación de malestar.
Tanto es así, que el sufrimiento es el estilo más común de aprendizaje entre los seres humanos. Es la antesala de la denominada “crisis existencial“, un proceso psicológico que remueve los cimientos sobre los que se asientan nuestras creencias y nuestros valores, posibilitando la evolución de nuestro nivel de consciencia.
Por profundizar un poco más en esta idea, tan solo deciros que la función biológica del sufrimiento es hacernos sentir que nuestro sistema de creencias es ineficiente y que, por tanto, está obstaculizando nuestra capacidad de vivir en plenitud.
Es por eso que la adversidad y el sufrimiento nos conectan con la necesidad de cambio y evolución.
Es decir, con la honestidad, la humildad y el coraje de ir más allá de las limitaciones con las que hemos sido condicionados por la sociedad para seguir nuestro propio camino en la vida.
Por eso se dice que las crisis existenciales son la mejor oportunidad que nos brinda la vida para dejar de engañarnos y salir de la “zona de comodidad” en la que llevamos años instalados… Y estas crisis no tienen nada que ver con la edad, la cultura ni la posición social. De hecho, están latentes en cualquier persona que no se sienta verdaderamente feliz ni satisfecha con su existencia. De ahí que en realidad sean una maravillosa ocasión para atrevernos a crecer, cambiar, evolucionar y, en definitiva, a empezar a responsabilizarnos de nuestra propia vida, de nuestras decisiones y de los resultados derivados de estas… A esto se le viene llamando “madurez”, la cual no tiene nada que ver con la edad física, sino con la edad psicológica:
la verdadera experiencia nace del aprendizaje y la transformación, no de los años vividos.
¿Me estás diciendo que cada vez que tengo miedo, me enfado o me pongo triste el que está creando estas emociones negativas en mi interior soy yo? ¿¡Es eso lo que me estás queriendo decir?!
Aunque al principio te cueste aceptarlo, tú eres el único responsable de lo que experimentas. Ante cualquier circunstancia y sea por el problema que sea, si eres tú el que sufre, tú eres el único que lo estás creando y, por tanto, el único que puede solucionarlo… Porque no se trata de cambiar lo externo, que escapa a nuestro control, sino de transformar lo interno, que sí está a nuestro alcance.
Poco a poco y día tras día, por medio del conocimiento, la comprensión y la aceptación de nosotros mismos, crecemos y evolucionamos, cambiando nuestra manera de ver y de interpretar lo que nos sucede.
Extraído del libro “El Principito se pone la corbata” de Borja Vilaseca
AlfonS
http://elcosmovisionario.wordpress.com/2011/10/03/%C2%BFreaccion-o-accion-consciente/
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