Estamos casi todo el tiempo rodeados de otros, y muchas veces la gente está amargada, triste o enojada. Algunos no tienen mejor idea que desparramar esas emociones a su alrededor. ¿Cómo podés hacer para coexistir con ellos, y no solo no contagiarte de esa “mala onda” sino, por el contrario, hasta revertirla?
Lo primero es tratar, siempre, de encontrarle algo positivo o gracioso a las situaciones, incluso cuando todos los demás estén tristes, con bronca o desanimados. Se trata de amar, desde el ser, antes que de juzgar desde la personalidad.
Para modificar una atmósfera viciada, hay que estar muy atento. Si alguien te busca para contarte algo malo, para criticar, quejarse o complotar, inventá una excusa para no escucharlo. Tratá de hacerlo reír, decile algo lindo, algo que lo haga sentir bien.
Por ejemplo: “¡Qué hermoso te queda ese color!”. De ese modo, si lográs hacer sonreír al otro, te ahorrás verte envuelto en su clima negativo. Así de fácil puede ser.
Si lográs destacar lo positivo de cada situación aparentemente negativa, todo se vuelve una bendición disfrazada de problema. Y es mucho mejor para todos si podés revertirla a partir del humor. Si en vez de tratar de cambiar lo que es, uno se esfuerza por aceptarlo, dejar de resistirse y buscar la lección escondida en los hechos, el dolor desaparece y deja paso a la calma.
Recibimos cientos de mails por día con preguntas similares: “Vivo sumido en la depresión más absoluta, mi vida es un infierno repetitivo y calamitoso. No me alcanza el dinero, mis relaciones fracasan. ¿Hay algo de lo que me pueda reír?”. ¡Por supuesto! Reíte de la pregunta, reíte de las respuestas que se te ocurren, reíte de las respuestas que te den tus amigos, hasta que lo único que puedas escuchar sea tu risa. La risa de Dios.
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